El derecho a la indignación
Este texto es más una crónica que un análisis académico o técnico de lo que vi y viví el pasado 15 de noviembre en la marcha convocada por integrantes de la generación Z en la CDMX, advierto a quien me lee que pueden darse lapsos de emociones varias.
Es importante aclarar que tengo más de veinte años estudiando la participación política juvenil en México y el mundo, que cada que me entero de un nuevo movimiento social encabezado por juventudes lo quiero saber todo, y con todo es TODO, ¿Quiénes son? ¿Qué les colmo la paciencia? ¿Cuál es su iconografía? ¿Qué música les acompaña al protestar? ¿Qué nos quieren decir y cómo? Creo que es fundamental hacerse esas preguntas y tratar de responderlas desde quien protagoniza la lucha y no solo de quien la analiza, descuartiza y, la más de las veces la desprestigia. Mi investigación partió de las protestas en Nepal, de ahí salté a Bangladesh y Filipinas y de regreso a México pues algo se estaba gestando y esta vez venía de la mal llamada generación de cristal, esa que tildan de llorona y que “no aguanta nada”. En los países asiáticos me tope con juventudes fastidiadas de la corrupción y en Nepal en particular de los “nepo babies”, los hijos e hijas de la clase política en el poder que exhiben sin pudor sus privilegios y abusos, sus excesos frente a un país en crisis económica, los escándalos de corrupción son pan de cada día y sumado a eso, el intento por controlar las redes sociales ¿te suena?
Así llegue a México y al llamado de un grupo de jóvenes de la generación Z que invitaban a sus pares a marchar el 15 de noviembre en varias ciudades de México, entre ellas y quizá apostando a la mayor movilización en la Ciudad de México. Junto a su llamado vino el desprestigio y escarnio. ¿Y estos quienes son? ¿Quién esta detrás? (por que a una buena parte del mundo adulto le es imposible pensar que las juventudes tienen capacidad de agencia y pueden movilizarse sin ser manipuladas) ¿A quien quieren intimidar? Y así varias semanas, al grado de llegar a la mañanera del pueblo y ser investigados y exhibidos sin tomar en cuenta el riesgo en el que les colocaban en el país en el que Carlos Manzo había sido asesinado en pleno festejo del 1 de noviembre en Uruapan, Michoacán y que su gran “error” había sido denunciar lo que sucedía en su entidad, azotada por la inseguridad y el crimen organizado.
Al llamado de la Generación Z se sumo un movimiento de médicos y personal del sector salud que buscaban exigir mejores condiciones laborales, que se termine de una buena vez el desabasto de medicamentos y puedan trabajar con lo necesario. También se sumo el movimiento del sombrero, exigiendo justicia por el asesinato de Manzo. Ya no era solo una generación sino una serie de sectores de la población llamando a unir voces y reclamos en un país y aun gobierno que parece responder solo a quienes les favorecieron con su voto. El pueblo, esa otra parte del pueblo, también quería salir a protestar, a tomar las calles y en mi parecer el derecho a la protesta no es patrimonio de nadie, ningún grupo político o ideología tiene el uso legitimo de la protesta y en un país que se precia de ser democrático quien quiere protestar puede hacerlo con las garantías del Estado para hacerlo de forma segura.
Llego el 15 de noviembre y tocaba salir a la calle para cubrir la marcha en mi calidad de reportera de la revista voz y voto, pero también como parte de mi trabajo de investigación de tantos años con juventudes y sus acciones sociales y políticas. Llegue alrededor de las 10:30 de la mañana a reforma, camine hacia el Ángel de la independencia para encontrarme con mi colega, nuestro trabajo era documentar la marcha a través de un registro fotográfico para la revista. Una vez que nos encontramos comenzamos nuestro recorrido, para ese momento ya había muchísima gente, de todas las edades, de diferentes procedencias y con consignas claras como “fuera morena” “Justicia para Carlos Manzo” “fuera Claudia” “Queremos paz”. Las banderas que dominaban eran las de México, muchas de ellas en blanco y negro como señal de luto, las de one pice que son las que identifican a la generación Z pero que no solo portaban las y los más jóvenes, también las portaban personas adultas, tan adultas como una mujer de 83 años y su marido quienes al fotografiarles me dijeron “estamos aquí acompañando a los jóvenes”. Los grupos de personas con batas blancas y carteles haciendo referencia a sus demandas para el sector salud también estaban presentes y muchas de esas personas eran jóvenes.
La marcha arranco a las 11:00 y comenzó a desplazarse por reforma, una banda norteña acompañaba los gritos, las pancartas, a los cientos de personas que alcanzaba a mirar. Las generaciones se unían en un solo objetivo que era hacerse escuchar. Mientras avanzamos para ir fotografiando nos topamos con un grupo de personas con el estandarte de la virgen de Guadalupe y mientras marchaban rezaban, a su lado un grupo de jóvenes con banderas y pancartas contra todos los partidos políticos, uno me miro y me dijo “somos anarquistas”, a pocos metros un grupo de jóvenes médicos y medicas exigiendo medicinas. Lo impresionante es que tres grupos tan distintos e incluso encontrados en peticiones y formas marchaban juntos y en paz, todo mundo cabía mientras lo hiciera con el respeto a lo diferente. Muchas de las consignas me parecían misóginas y violentas contra una mujer, muchas otras me parecían coincidentes con lo que yo misma sentía, pero aquí no se trataba de mí, sino de escuchar y aprender que cabemos todas y todos, aun cuando no coincidimos.
Continuamos nuestro recorrido y encontramos personas a caballo y un tractor, un grupo que llamo mi atención pues en mis 30 años acudiendo y organizando marchas jamás había visto era a los charros, a un grupo campesino a caballo y todos y todas ellas exigiendo justicia y paz, más adelante se seguían mirando a las juventudes, muchas de ellas en compañía de sus familias y amigos, muchas personas adultas mayores y también muchas y muchos niños, para ese momento ya podrá hablar de miles que recorrían reforma.
Nos enfilamos hacia el zócalo, las autoridades habían cerrado el paso por la calle Madero obligando a las y los manifestantes a entrar a la plancha de zócalo por la calle 5 de mayo generando un cuello de botella que hacía casi imposible avanzar. Como pudimos nos abrimos paso y al estar más cerca del zócalo se escuchaban cuetones, la gente se miraba desconcertada ¿será seguro avanzar? Mi colega y yo doblamos en la calle de Bolívar, un señor nos dijo “16 de septiembre esta abierto” y nos fuimos por esa calle sin saber lo que nos esperaba.
Al llegar al zócalo nos paramos cerca de la avenida 20 de noviembre, también estaba cerrada, pero era un paso libre por si teníamos que salir rápidamente. Había miles de personas paradas, mirando, protestando y fue cuando vimos caer la primera valla que resguardaba Palacio Nacional, se escuchaban cada vez más fuerte y más cerca los cuetones, comenzaba a verse la nueve de polvo verde que nos hacía saber que no solo era polvo de extintores sino gas lacrimógeno, ese que “ya no se usa” por parte del cuerpo de granaderos “que ya no existe”. En cuestión de segundos más vallas caían y mientras nos mirábamos decidiendo qué hacer pasa a mi lado un fotógrafo bañado en sangre, lo habían descalabrado, “una ambulancia” grite y para mi sorpresa no había, del otro lado estaba otra persona herida, también ensangrentada y justo en ese momento las gente comenzó a correr por el centro de la plancha del zócalo, ciento sino es que miles de personas corrían y de un momento a otro corrían en dirección en la que mi colega y yo estábamos documentando, nos volteamos a ver y le dije “corre y no te separes de mi”. Nunca había tenido que correr en una marcha y menos haciendo mi trabajo, muchas cosas pasaron por mi cabeza, sabía que era correr o salir lastimada o por la gente que corría o por los policías que soltaban macanazos y patadas a quien estaba documentando lo que sucedía. Corrimos hacia 20 de noviembre y doblamos en la primera calle, en una tienda estaban bajando las cortinas de metal y “grite” “Déjanos entrar” lo hicieron y bajaron las cortinas. Todo mi cuerpo temblaba, el miedo y la adrenalina, me decía a mi misma “estas a salvo” pero también pensaba ¿Y las demás personas? ¿Y mis colegas reportéando? Mi colega y yo pasamos unos 10 minutos dentro de la tienda hasta que nos dijeron que ya se había calmado, eso fue alrededor de las 2:00 de la tarde. Al llegar a casa vi que las detenciones y enfrentamientos duraron hasta pasadas las 8:00 de la noche.
La marcha se había dado en paz hasta ese momento, la cantidad de vallas y como habían sido colocadas daba señal de que se esperaba que algo como lo que sucedió pasará, lo que me hace pensar ¿Se podía haber evitado? ¿Qué paso con los protocolos de acción de los policías? ¿Por qué no había ambulancias cerca del zócalo? ¿Un bloque negro actúa solo? ¿Cómo pudieron derribar las vallas de forma tan sencilla? ¿No importaba la cantidad de personas adultas mayores e infancias presentes para contar con un protocolo de atención a personas heridas?
Me quedo con la idea de lo que vi y viví, que en esta ciudad el derecho a la protesta debe ser para todas, todos y todes y no solo unos cuantos o quienes coinciden conmigo, que para poder opinar hay que estar y eso implica poner el cuerpo y arriesgarse a ser herida o detenida y a eso si dijo fuerte y enérgicamente ¡BASTA!, que salir a las calles a protestar, a documentar lo sucedido no nos cueste nuestra integridad o libertad, que la violencia no se justifica no importando de dónde venga y que como bien lo dijo Mahatma Gandhi “No hay camino para la paz, la paz es el camino.”
