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¿El punto de colapso para Tears for Fears?

Hace unos días, vi un video publicado por el gobierno de la ciudad de Nueva York, donde se informaba qué hacer en caso de un ataque nuclear. Aunque se mencionaba que la posibilidad era muy remota, pero que debíamos estar preparados, esa remota posibilidad no se compara con la paranoia que vivimos quienes pertenecemos a la generación X durante los años 80, y cómo la cultura popular nos recordaba a diario el temor a una bomba. 

En lo personal, la canción que más reflejaba ese temor durante esa época, era Mother’s Talk de Tears for Fears: aunque no mencionaba palabras como “bomba”, “nuclear”, “holocausto” u otras, todos sabíamos de qué iba la letra tan solo por las referencias y emociones. No solo eso: el álbum Songs from the Big Chair, lanzado en 1985, es uno de los clásicos de la década, lleno de letras inteligentes, arreglos brillantes y, sobre todo, sumamente pegajosos.

La banda, formada a inicios de los ochenta por Roland Orzabal y Curt Stanley, tomó su nombre del libro Prisioners of Pain, del psicólogo estadounidense Arthur Janov. Aunque Songs from the Big Chair fue el álbum que los hizo un fenómeno mundial y por el que se dio a conocer en México, su primera obra, The Hurting, lanzada en 1983, también merece atención por su sonido más electrónico.

Aunque el disco The Seeds of Love, lanzado en 1989, trajo éxitos como Sowing the Seeds of Love, Woman in Chains y Advice for the Young at Heart, en comparación a su trabajo anterior suena, para mi gusto, algo desigual. En todo caso, al terminar la gira correspondiente se separaron Orzabal y Stanley, quedando el primero con el nombre de la banda, lanzando Elemental en 1993 y Raoul and the Kings of Spain en 1995. Aunque hay cosas muy interesantes, el sonido fue muy distinto a lo que estábamos acostumbrados a escuchar y, al parecer, Orzabal lo entendió y se dio un descanso.

En 2004 Orzabal y Stanley se reúnen con Everybody Loves a Happy Ending, el cual no aportó gran cosa aparte de seguir con los sonidos de los ochenta. A partir de ahí, la banda parecía muy cómoda en el circuito nostálgico ochentero, hasta el lanzamiento de su último álbum, The Tipping Point, lanzado hace unos meses.

¿Mi opinión? Es de lo mejor que he escuchado este año y se le debe considerar como parte de lo mejor de la banda. Ha pasado el tiempo, hay muchos sonidos electrónicos contemporáneos y, curiosamente, tonalidades acústicas. Más allá de las viejas letras sobre angustia juvenil, ahora los temas son de confrontación, contemplación, pérdida y esperanza. Sobre todo, las melodías son tan pegajosas y complejas: un álbum que va creciendo en el gusto conforme se escucha una y otra vez.

El álbum comienza con No Small Thing: una reflexión sobre la libertad y la responsabilidad con una entrada de sabor country que va creciendo en intensidad hasta detenerse con un gancho de guitarra. En The Tipping Point, Orzabal reflexiona sobre la ausencia y la angustia tras la reciente muerte de su esposa, víctima del alcoholismo y la depresión. El proceso de duelo se repite en Long, Long, Long Time, donde pondera lo divertido que es descubrir que la esencia de aferrarse es dejar ir.

Pero no todo es oscuro. Stanley canta en Break the Man la eterna búsqueda de la complementariedad y el amor, aun sabiendo que todo esconde un caos: ella es el demonio con el plan mejor elaborado para romper al hombre. El lado oscuro de la naturaleza humana se asoma en My Demon, como en las primeras canciones que escribieron, allá por los ochenta. Y después de tanta ponderación, duelo y anhelo de convivencia y solidaridad, el mistral irrumpe, limpiando todo, en End of Night.

Para quien es fan de la banda, se trata de un disco indispensable, para quien no, debe de todas formas buscarlo: obras tan completas de inicio a fin no se encuentran con tanta frecuencia.

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Fernando Dworak

Analista y consultor político.

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