El valor de la vida y la igualdad
Introducción
Sin duda, hay muchas definiciones de paz, pero seguramente la que más consensos ha generado en el mundo entero desde hace décadas, es aquella que establece que “la paz es fruto de la justicia”. Sin embargo, cada vez se habla menos de “justicia” y más se generaliza el relato que se conforma con determinar que “la paz es la simple ausencia de guerra”. En cualquiera de las dos acepciones, de todos modos, es evidente que –en la actualidad– la ausencia de paz es más que notoria.
En esta esquemática presentación, asumiremos el primero de los enfoques, enfatizando (más a tono con los debates actuales en el plano global) que la paz sólo puede construirse sobre la base de la justicia social (en un mundo donde “nadie queda atrás”) y la plena vigencia de los derechos humanos (en todos los planos y para todos los seres humanos). Desde este ángulo, importa recordar que América Latina ostenta (lamentablemente) dos grandes títulos: estamos en la región más desigual y más violenta del mundo. En términos clásicos, podría decirse que –dada la ausencia de “guerras” convencionales– estamos en una zona de paz, pero ello sería –apenas– un consuelo conformista.
Por todo lo dicho, aquí asumimos que la convivencia pacífica se construye cotidianamente, sustentada en políticas públicas pertinentes, alejadas de los discursos de odio y de las prácticas discriminatorias actualmente en crecimiento en todos nuestros países, y también alejadas de los discursos y las prácticas negacionistas (sobre el cambio climático y la democracia, en particular). Esto puede parecer apenas un simple conjunto de definiciones generales, pero lamentablemente estamos ante dinámicas perversas dedicadas a construir muros y no puentes, separando completamente a “la gente como uno” de “los otros”, sean cuales sean esos “otros”.
Desigualdades, injusticias y conflictos
Desde que se conformó la Mesa Andina Intersectorial de Concertación contra las Desigualdades Sociales en Salud, en junio de 2021, a partir de la Resolución REMSAA XXXIX/547 suscrita por las ministras y ministros de Salud de los seis países miembros del Organismo Andino de Salud (ORAS/CONHU), mucha agua ha corrido bajo los puentes, al punto que resulta difícil discernir lo relevante de lo superfluo, las descripciones de las interpretaciones, y hasta las comprensiones basadas en evidencias de los relatos más o menos sesgados que cargan nuestros debates cotidianos al respecto.
Nuestras propias construcciones colectivas nos han permitido, hasta el momento, contar con un marco conceptual basado en el enfoque de “desigualdades múltiples”; con un marco contextual basado en la caracterización de los principales componentes de la crisis económica, la limitada protección social existente y las precarias condiciones democráticas de nuestros países, y con un marco situacional construido sobre la base de las desigualdades de ingreso junto con las existentes en clave de género, de generaciones, de etnias y razas, de territorios y otras de similar relevancia. Enmarcado todo esto en la insostenibilidad del desarrollo, tal cual lo conocemos hasta el momento, incorporando las variables climáticas y ambientales a nuestros análisis.
Con este conjunto de insumos hemos construido una primera caracterización de nuestra Línea de Base en estas materias, teniendo en cuenta la amplia y variada literatura disponible en el plano global en general y en el escenario latinoamericano en particular, poniendo foco en los países de la región andina.1 También hemos ido avanzando colectivamente, profundizando la revisión de las evidencias disponibles en lo que atañe a las desigualdades territoriales en salud, al tiempo que trabajamos arduamente en el diseño de la Política Andina sobre Desigualdades Sociales en Salud.
Hoy por hoy, contamos con suficientes elementos de análisis como para poder afirmar que estamos ante problemas estructurales que se arrastran desde hace décadas, que se han visto intensificados con el impacto de la pandemia de Covid-19 y que se están agravando en esta post-pandemia en la que estamos inmersos, sin que las políticas públicas puedan hacerse cargo realmente, respondiendo a los principales desafíos que ello implica. Por si fuera poco, el aumento de la pobreza en estos últimos años ha vuelto a ubicar la dinámica de las políticas públicas en esta materia, dejando en un segundo plano al combate a las desigualdades sociales en general y en la salud en particular.
¿Cuánto vale una vida?
En un mundo donde todo se mide en términos de costos y beneficios, importa hacerse nuevamente algunas preguntas básicas, como las que formula Didier Fassin en sus diferentes aportes analíticos. ¿Cuánto vale una vida?; ¿cómo pensar la dignidad humana en un mundo desigual? Para poder calibrar el valor efectivo de esta clase de preguntas, importa tener en cuenta quién es el que las formula. Este antropólogo y sociólogo francés se formó originalmente en medicina interna y salud pública, dedicando sus primeras investigaciones a la antropología médica en países tan dispares como Senegal, Ecuador y Sudáfrica. Actualmente trabaja en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton y es director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París.
Uno de sus últimos libros (¿Cuánto vale una vida?) está basado en la lección inaugural de la Cátedra de Salud Pública del Collège de France, pronunciada el 15 de enero de 2020. Ubicándose en las antípodas de las posturas de Jean-Jacques Rousseau (que apenas distingue las desigualdades “naturales” de las desigualdades “morales”) Fassin afirma que “la duración media de la vida depende de las circunstancias sociales”, y acuerda en que “la muerte y la edad en la que se produce, resulta ante todo de la vida, desde las condiciones en que ésta se desarrolló”. Por ello, destaca que la causa esencial de las variaciones en la mortalidad, reside en las variaciones de la importancia atribuida a la vida humana. “En definitiva –nos dice–, la tasa de mortalidad traduce el valor que la sociedad otorga a la vida humana en general y a la vida de los diferentes grupos que la integran en especial”.
En este marco, Fassin se pregunta “cómo detectar el valor de la vida”, distinguiendo un valor absoluto y un valor relativo de la misma. Mientras que en el primer caso estamos ante enfoques generados a partir de postulados éticos (“la vida es un bien incalculable”), en el segundo estamos ante planteos generados desde la economía (como todo, “la vida tiene un precio”). Así, mientras que desde el punto de vista ético estamos ante elementos centrales de numerosas religiones y filosofías, el punto de vista económico resulta útil (por ejemplo) a los jueces, para que puedan determinar el monto de la compensación por daños sufridos y a los responsables políticos, para decidir entre varias opciones frente a riesgos conocidos.
Y en directa relación con nuestra labor cotidiana, Fassin sostiene que “la diferencia entre valor absoluto y valor relativo de la vida, explica algunas de las tensiones que existen entre medicina clínica y salud pública: la primera –afirma– se ocupa de los individuos y tiene por misión salvar vidas o mantener a las personas con vida a cualquier precio; la segunda –en cambio– se ocupa de las poblaciones, con la obligación de optar entre estrategias cuyas relaciones costos-beneficios difieren”. El problema, completa este autor, es que ambos enfoques se construyen desde un “juicio de valor”. En el caso de los enfoques éticos, tanto las religiones como las filosofías “poco dicen sobre la forma en que las sociedades tratan efectivamente a los seres humanos”, mientras que los enfoques económicos, “no permiten comprender las disparidades de lo que hoy en día se llama esperanza de vida”.
En definitiva, estamos ante problemas y circunstancias que deben ser analizados a la luz de las notorias desigualdades existentes, tanto entre países como al interior de los mismos. Por ello, Fassin distingue dos conceptos que suelen confundirse en nuestros análisis: “vida biológica” y “vida biográfica”. “La esperanza de vida mide la extensión de la primera. La historia de vida relata la riqueza de la segunda”. En consecuencia, sostiene Fassin, “la desigualdad de las vidas sólo puede percibirse en el reconocimiento de las dos. Debe diferenciarlas y conectarlas a la vez”, porque estamos ante una gran paradoja: “una vida larga no alcanza para garantizar una vida buena”. Y agrega: “ya no se habla de cantidad, sino de calidad; tampoco ya de longevidad sino de dignidad”. Y, adicionalmente, destaca que “la desigualdad de las vidas no se refiere a la duración de la presencia en el mundo, sino a un ser en el mundo”.
Principales limitaciones de las políticas públicas
Esta apretada síntesis de los principales postulados de la obra tan vasta de este intelectual francés, apenas refleja sus aspectos más relevantes, pero cuesta ver cómo se aplican en la práctica, algo que en su lección inaugural se concentra –en particular– en la realidad de su país. Por ello, el libro que estamos comentando acompaña dicha lección inaugural de una fecunda entrevista al autor, en noviembre de 2021. En dicho marco, luego de revisar diversos indicadores y datos sobre estas particulares dinámicas, la entrevistadora le pregunta por qué cree que las autoridades desoyen esos datos, a lo cual Fassin responde que quienes están en el poder “suelen carecer de valentía en lo que hace a medidas que, según temen, serán impopulares o que servirán a sus adversarios. Lo vemos respecto de grandes cuestiones sociales, como las migraciones o las cárceles. Es fácil –enfatiza– estigmatizar a los extranjeros o mostrar severidad respecto de los autores de delitos. En vez de esforzarse por respaldarse en los segmentos más progresistas de la sociedad o de abrir el debate para que las opiniones evolucionen –concluye– los gobiernos suelen tender a satisfacer los sentimientos menos dignos, como la xenofobia o la venganza, de una parte de la población”.
Ejemplificando en los procesos ligados a la interrupción voluntaria del embarazo, Fassin sostiene que “es paradójico que quienes están en contra del aborto suelen estar a favor de la pena de muerte. Para esas personas –sostiene– la vida del embrión tiene más valor que la vida del condenado. De ese modo –concluye–, lo que está en juego es menos el carácter sagrado de la vida, que la evaluación moral de los seres”.
Sobre esta base, resulta lógico constatar analíticamente que –en la actualidad– se desencadenen diversas guerras (en las antípodas de la construcción de paz) construyéndose en sus entornos diversos “relatos”, que condenan a la invasión de Rusia en Ucrania, pero al mismo tiempo miran para otro lado cuando se trata de analizar la invasión de Palestina por parte de Israel. En el mismo sentido, diversos gobiernos latinoamericanos suelen poner en práctica políticas de seguridad centradas en la denominada “mano dura” y hasta en la “criminalización de la protesta”, pasándole por encima a los más elementales derechos humanos (como el derecho a la vida y a la protesta) o considerando como lógico y hasta inevitable que las desigualdades sociales existentes (vistas como naturales y no como construidas) provoquen desplazamientos forzados de amplios sectores poblacionales que buscan su lugar en el mundo fuera de sus lugares de origen.
Entre pasiones tristes y batallas culturales
Conceptos e interpretaciones como éstas, pueden caracterizarse genéricamente, como lo hace François Dubet, en términos de “una época de pasiones tristes”, descrita del siguiente modo:
“Emociones como la ira, la indignación y el resentimiento atraviesan las redes sociales y la opinión de los panelistas televisivos. Ese enojo toma la forma de la denuncia o la catarsis por un orden que se siente injusto, y suele encarnizarse con los que reciben asistencia del Estado (¡todos inútiles!) pero también con los políticos y las élites (¡todos corruptos!). Acá y allá, un lenguaje paranoico acusa a los pobres, los inmigrantes y los desempleados por no esforzarse lo suficiente, a las finanzas por hacer negocios a costa de las economías nacionales y a éstas por no abrirse a la globalización, a los gobiernos por desmantelar las políticas sociales o, al contrario, por abusar de ellas demagógicamente. Cada uno tiene razones para sentirse abandonado, amenazado y para sospechar que el otro –cualquier otro– recibe ventajas indebidas”.2
A su vez, los “relatos” tienen cada vez más preminencia sobre los “hechos”, en particular, desde posturas neoconservadoras, como las de Agustín Laje, planteadas en los siguientes términos: “Los viejos principios socialistas de la lucha de clases, materialismo dialéctico, revolución proletaria o violencia guerrillera, ahora fueron reemplazados por una rara ingesta intelectual promotora del ‘indigenismo ecológico’, el ‘derecho-humanismo’ selectivo, el ‘garantismo jurídico’ y sobre todas las cosas, por aquello que se denomina como ‘ideología de género’, suerte de pornomarxismo de tinte transexual, impulsor del feminismo radical, el homosexualismo ideológico, la pedofilia como ‘alternativa’, el aborto como ‘libre disposición del cuerpo’ y todo tipo de hábitos autodestructivos como forma de rebelión ante ‘la tradición hetero-capitalista’ de Occidente”.3
Más recientemente, consecuente con sus planteos originales, Laje postula la pertinencia de dar “batallas culturales” y para ello, aporta “reflexiones críticas para una nueva derecha”.4 Esta noción (batallas culturales) nos dice, “está hoy en boca de libertarios antiprogresistas, conservadores, tradicionalistas y patriotas”. Estos “relatos” justifican –por ejemplo– la invasión del Congreso estadounidense de hace muy poco tiempo, pero también justifican la reciente decisión del Congreso peruano de eliminar el lenguaje inclusivo de la enseñanza y hasta impregnan los discursos de diferentes jefes de Estado y de gobierno de varios países de la región y del mundo, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en pleno desarrollo (esta semana) en New York.5
Las guerras, la paz y los objetivos de desarrollo sostenible
Reunidos en Nueva York para evaluar los avances conseguidos en relación a los compromisos contraídos en 2015 en relación a los ODS, varios jefes de Estado y de gobierno han preferido hacer publicidad de sus logros y ocultar sus limitaciones, pero también ha habido otros que han planteado los fracasos acumulados en el plano global y han propuesto fórmulas alternativas para construir otro desarrollo, más inclusivo y sostenible. Es el caso, por ejemplo, del presidente de la República de Colombia, Gustavo Petro que, en su discurso en Naciones Unidas ha dicho lo siguiente: “Les propongo que Naciones Unidas auspicie, cuanto antes, dos Conferencias de Paz: la una sobre Ucrania, la otra sobre Palestina. No porque no haya otras guerras en el mundo, como en mi país, sino porque enseñarían a hacer la paz en todas las regiones del planeta, porque ambas y sólo ambas, acabarían con la hipocresía como práctica política, porque podríamos ser sinceros, virtud sin la cual no seremos los guerreros de la vida. La generación que hoy debe decidir y actuar, cuanto antes, (debe hacerlo) para superar el enorme huracán que se ha desatado contra lo viviente, desde las oscuras pero poderosas cloacas de la codicia, del huracán del capital que sólo mira la ganancia y que se ha engullido el planeta y la base misma de la existencia. Les propongo acabar la guerra para defender la vida de la crisis climática, la madre de todas las crisis”.6
Propuso también, que se reforme el sistema financiero internacional, para superar el creciente e insostenible endeudamiento externo de los países del sur, acusando directamente a los países del norte global. “Incumplieron su propia promesa de financiar la adaptación del cambio climático; no tienen cien mil millones de dólares para entregar a los países y defenderlos de inundaciones, tormentas y huracanes, pero sí los tienen en un solo día para que se maten rusos y ucranianos entre sí. Ahora no se necesitan cien mil millones, se necesitan tres billones de dólares para superar la crisis climática … Si el capitalismo fósil no tiene financiación, morirá. Duros serán sus estertores, pero es necesario para que exista una humanidad y una naturaleza y una vida … No se puede superar la crisis de la vida con más endeudamiento. La financiación de la vida … provendrá de los fondos públicos … La mega crisis de la vida se resuelve con una democracia que alcance el nivel global, una democracia más profunda, que no debe temer articular los Estados y las sociedades y planificar el gran Plan Marshall de la revitalización del planeta”. Esta gran batalla, sostuvo, “sólo se puede financiar desde lo público, desde lo de todos”; se debe “liberar lo público, para salvar la vida”.
2 François Dubet (2021) La Época de las Pasiones Tristes: de Cómo este Mundo Desigual lleva a la Frustración y el Resentimiento, y Desalienta la Lucha por una Sociedad Mejor. Editorial Siglo XXI, Buenos Aires.
3 Márquez y Laje (2016) El Libro Negro de la Nueva Izquierda: Ideología de Género o Subversión Cultural. Pesur Ediciones, Montevideo.