¿Por qué votamos?
En las últimas décadas, las democracias latinoamericanas atravesaron desafíos, cambios de ciclo ideológico, retrocesos y recuperaciones. Mientras Brasil se sobrepuso al intento de jaqueo de sus instituciones tras la victoria de Lula, Venezuela se desliza en un deterioro institucional constante, a lo que se suman las recientes acusaciones de narcoterrorismo de EE.UU. hacia Maduro.
En un contexto de polarización creciente, algunos países experimentaron el triunfo de opciones políticas con propuestas de derecha que se acercan más y más al extremo, como La Libertad Avanza en Argentina (2023). En otros casos, esas opciones se ratificaron por amplia mayoría, como la reelección de Noboa en Ecuador (2025), o se encuentran con posibilidades concretas de triunfar, por ejemplo, en la segunda vuelta entre Rodrigo Paz Pereira y Jorge “Tuto” Quiroga en Bolivia (octubre, 2025). También en la elección presidencial en Chile (noviembre, 2025), con José Antonio Kast del ultraderechista Partido Republicano y Jeannette Jara (Partido Comunista en Unidos por Chile) disputando el primer lugar entre las preferencias ciudadanas.
Sin embargo, las preguntas que este escenario abre no se refieren únicamente a un desplazamiento ideológico de la región hacia la derecha, sino que se detienen en una observación: mientras que en algunos países la participación electoral disminuye en otros se mantiene constante.
Según datos de IDEA Internacional, la participación electoral en elecciones legislativas en Argentina fue de 81.06 % en 2015, mientras que ese valor se situó en 77.01% en 2023, una disminución de 4 puntos. A su vez, las expectativas para las próximas elecciones legislativas nacionales del 26 de octubre de 2025 contemplan una posible agudización de la tendencia en ese país, en base a los datos de participación en elecciones subnacionales previas desarrolladas este mismo año. De acuerdo con Chequeado, en la elección del 7 de septiembre de 2025 en la provincia de Buenos Aires (renovación parcial de la Legislatura provincial) la participación electoral fue de 63.3%, mientras que en elección de mayo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ese valor fue de 53.3%. En 2025, ninguna elección provincial en Argentina superó el 71% de asistencia. Según la misma base de datos, en Chile la participación electoral legislativa fue menor al 50% en las elecciones 2013, 2017 y 2021. La eficacia del restablecimiento del voto obligatorio se conocerá este mismo año.
En cambio, si observamos los datos de participación electoral legislativa para Brasil vemos que en las últimas tres elecciones fue de entre 79% y 80% y en Ecuador —también en las últimas tres elecciones— se situó entre 81% y 82%.
¿Por qué la disminución de la participación electoral es un problema para la democracia? O en sentido positivo, ¿por qué votamos?.
Es importante prestar atención a estas variaciones porque la participación electoral sigue siendo el mecanismo central para la expresión de las preferencias ciudadanas en democracias contemporáneas. No es la única manera, pero sí la más relevante en términos de sus efectos institucionales. Entre los principios de la Poliarquía, aquella forma de la democracia realmente existente, Dahl incluyó un requisito final: que la política del gobierno dependa del voto popular mediante instituciones que lo garanticen. Esa conexión entre voto y política gubernamental permite el funcionamiento de la democracia haciendo posible que las y los representantes conozcan las preferencias ciudadanas y puedan elaborar políticas acordes a ellas. Y también pone en marcha la accountability vertical o rendición de cuentas electoral, de acuerdo con la visión de O’Donnell.
Tres razones para votar
La participación electoral es el combustible de la democracia. La participación electoral dinamiza el sistema político mediante la expresión de las preferencias ciudadanas a partir de la oferta electoral disponible. Esos votos se transforman en puestos de representación que tienen la tarea de dirimir diferencias, concitar apoyos y producir acuerdos para la gobernabilidad y para la elaboración de respuestas de política pública que atiendan las demandas ciudadanas. Sin el ímpetu de un demos dispuesto a expresar lo que quiere, las instituciones representativas se vuelven cajas vacías en donde en lugar del legítimo debate democrático habrá un eco del vacío.
La participación electoral facilita la tramitación de los conflictos. La participación electoral legitima a las instituciones representativas y actúa como límite y canal para la resolución de conflictos. No obstante, Przeworski resalta que esto ocurre solo si los partidos políticos consiguen estructurar el conflicto político y canalizar la acción política hacia la instancia electoral con la expectativa de encontrar respuestas. Si votamos y nada cambia, más temprano que tarde la ciudadanía descreerá del voto como herramienta de transformación política. El ejercicio responsable de la representación en democracia incluye la exigencia de dar respuestas a necesidades concretas.
La participación electoral nos entrena como demócratas. La participación electoral refuerza nuestro vínculo con la comunidad política, nos compromete con la polis y nos devuelve el sentido de pertenencia, responsabilidad y posibilidad de incidencia sobre nuestro presente y futuro colectivos. Además, la participación electoral nos pone frente a la evidencia de la diversidad de intereses y puntos de vista sobre los problemas comunes, nos hace convivir con personas y grupos que portan diferentes maneras de entender nuestra vida juntos, nos hace cooperar para producir un resultado que, aún incierto, es valioso en sí mismo por lo que dice de nosotros como grupo humano.
Frente al cansancio y la insatisfacción ciudadana, la vía de superación del estancamiento y el deterioro democráticos siempre incluirá más participación electoral, más ejercicio de voto y más compromiso como defensa ante la intemperie del autoritarismo.