Así va a ser
Hace unos días pregunté a un amigo, conocedor de la política en Washington y en México, ¿qué podemos esperar de Donald Trump en los temas que mantienen en vilo la relación bilateral? “Incertidumbre. Así va a ser durante los siguientes 4 años”, fue su respuesta.
De Donald Trump lo predecible es que es impredecible. Hay quienes atribuyen sus bamboleantes decisiones a una fría y calculada táctica para descontrolar al adversario. Otros las atribuyen a algo más sencillo: la mezcla de egolatría e ignorancia. Una tercera y salomónica hipótesis es una combinación de las dos anteriores. Habría en su actuar una parte planeada y otra descontrolada, lo que aumenta la dificultad para prever lo que hará el actual inquilino de la Casa Blanca.
Si, como afirma mi amigo, “así va a ser durante los siguientes 4 años”, lo mejor que podemos hacer en México es prepararnos para lo peor, desde ahora y hasta el 2028, esperando que no ocurra.
Meritorio ha sido que, ante la grosería de la Casa Blanca, la presidenta de México haya mantenido la cabeza fría para no subirse a ese ring. Como en el tango, para una pelea se necesitan al menos dos. Cabe agregar que no es aconsejable meterse en una riña tumultuaria, menos aún si el que la provoca no parece estar bien de sus facultades mentales.
Mientras entendemos lo que pasa por la cabeza de Donald Trump, prosigue el baile de los aranceles. El miércoles 12 de marzo entraron en vigor los aplicados al acero y al aluminio que Estados Unidos compra en varios países, México incluido. Responder con una medida equivalente contra esos mismos productos, que compramos al vecino del norte, sería como dispararse en un pie para evitar la picadura de un abejorro. Hay varias opciones, pero lo principal es evitar que la respuesta mexicana sea un boomerang. Ante la incertidumbre, nuestro gobierno optó por esperar hasta el 2 de abril. Es una espera prudente.
A diario escucho o leo a profesores de economía que proponen enfrentar los retos con cambios radicales en lo que insisten en llamar “modelo económico”, cambios cuya viabilidad es nula. Por ejemplo, hablan de “diversificar mercados”, o de “reducir la dependencia de las exportaciones mexicanas”, que en alrededor del 80% del total van al mercado de Estados Unidos. Se habla también de “fortalecer el mercado interno” y de “sustitución de importaciones”. Para empezar, nada de eso es posible en el corto y mediano plazo. En el largo plazo, no importa. Todos estaremos muertos. (Keynes dix it)
Con Perogrullo hay que admitir que el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (primero TLC hoy TMEC), además de ser el mayor logro económico en el sexenio del presidente Carlos Salinas, también impulsó cambios fundamentales en la dinámica de nuestra economía, al integrarla de manera creciente a la de Estados Unidos, y en mucho menor medida a la de Canadá, que es, por cierto, la opción más a la mano para diversificar el destino de las exportaciones mexicanas. No encuentro base empírica para sostener que es factible encontrar mercados alternativos en naciones de América Latina o de Asia. Con Europa hubo una ventana de oportunidad, que se cerró en el sexenio anterior.
Tampoco veo terreno fértil para la “sustitución de importaciones”, que como retórica me recuerda los años 60 y 70 del siglo pasado, pero como posibilidades reales solo me genera preguntas. La primera es ¿cuáles son los productos que pueden producirse en México en condiciones de precio y calidad similares a los que dejaríamos de importar?
La integración de las dos economías no tiene en el porcentaje de las exportaciones mexicanas que van hacia el vecino del norte su mejor indicador. En las más de tres décadas transcurridas desde 1994 el libre comercio ha generado encadenamientos en prácticamente todos los sectores y ramas de las dos economías. Desconectarlas sería algo tan complejo, e imposible, como lo que ha intentado hacer el Reino Unido respecto a la Unión Europea desde el brexit (2017).
Para dejar de bailar al son de los aranceles se requiere cambiar la música. El punto crucial, hoy y mañana, es negociar con Estados Unidos y Canadá la continuidad del TMEC, poniendo sobre la mesa algunos temas que siguen pendientes de atender. Por ejemplo, el aduanero, que sería clave para tener éxito en el combate al tráfico ilegal de fentanilo, de aquí para allá, y de armas, de allá para acá. En un extremo, aún sin TMEC las tres economías van a seguir vinculadas e interdependientes y habrán de requerir políticas comerciales que les permitan mantener competitividad en los mercados internacionales.
Renegar de la “dependencia” de nuestra economía hacia la de Estados Unidos, y pelear hasta con los dientes por la continuidad del TMEC es un tema para psiquiatras, no para economistas. La interdependencia es un mejor concepto para entender los cambios ocurridos en las tres décadas anteriores; para proyectar caminos y objetivos para México en 2030. Ese es nuestro corto plazo.
La frontera de más de 3 mil kilómetros no se va a mover. Ahí seguirá estando, hasta el fin de los tiempos. Esa es la mayor de las ventajas competitivas que tiene México. A los políticos les hará bien hablar más de economía y menos de soberanía. Creo.
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