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Del dicho al hecho

¿Cómo piensa Donald Trump mantener la presidencia en las elecciones? Más allá del manejo de la pandemia y de la consecuente crisis económica, sus dichos y hechos recientes han reafirmado algo que –para muchos– siempre ha estado presente en él: es un presidente racista que no dudaría en usar la violencia para conseguir lo que quiere. Como resultado, su contrincante demócrata, Joe Biden, está en primer lugar en las encuestas y ha recaudado más recursos de campaña. Pero la jornada electoral es hasta noviembre. Y si algo demostraron Trump y sus simpatizantes en 2016 es que pueden ganar contra todo pronóstico.

Aprender a amar a Trump…

Trump no tuvo tan buen reinicio de sus actividades de campaña tras el confinamiento. Su primer evento estaba planeado para el 19 de junio en Tulsa, Oklahoma. Era una mala elección de fecha y lugar. Ese día se conmemora el Juneteenth, en ocasión de la llegada a Texas de un general del Ejército de la Unión unos meses después del fin de la Guerra Civil en 1865 para anunciar a los esclavos que ya eran libres. Y en 1921, un ataque hacia la comunidad afroestadounidense de Tulsa, terminó con varios de ellos muertos y la destrucción de sus negocios y casas. Tras quejas en redes sociales, el evento se movió al día siguiente, pero en el mismo lugar.

En un contexto «normal» esa mala elección hubiera quedado en la anécdota. Sin embargo, en el contexto no solo de las protestas por el asesinato de George Floyd –ciudadano afroestadounidense– el 25 de mayo a manos de la policía, sino de los dichos y los hechos de Trump frente a las protestas en respuesta a ese crimen, el presidente de nuevo quedó como alguien insensible a los problemas raciales de Estados Unidos.1

Los dichos. El 28 de mayo, en respuesta al giro violento de algunas manifestaciones (saqueos de negocios, remoción de estatuas y vandalización de símbolos públicos relacionados con la esclavitud) y enfrentamientos con la policía, Trump hizo dos publicaciones en Twitter: «No puedo quedarme sin hacer nada & ver que esto pase a una gran ciudad estadounidense, Minneapolis. Una falta total de liderazgo. O el muy débil alcalde de la izquierda radical, Jacob Frey, pone orden y pone a la ciudad bajo control o mandaré a la Guardia Nacional & que hagan el trabajo bien…» (sic). Enseguida: «…Estos MATONES están deshonrando la memoria de George Floyd y no voy a permitir que eso pase. Acabo de hablar con el gobernador Tim Walz y le dije que el Ejército está con él hasta el final. Cualquier dificultad y nosotros asumiremos el control, pero cuando los saqueos comienzan, los disparos comienzan. ¡Gracias!» (sic).2

Twitter (su plataforma favorita de comunicación pública), como muchos otros ciudadanos, consideró que el segundo tuit era un llamado a balear a los manifestantes. Incluso, la publicación no era visible inmediatamente, sino que aparecía una leyenda: «Este tweet incumplió las reglas de Twitter relativas a glorificar la violencia. Sin embargo, Twitter determinó que puede ser de interés público que dicho tweet permanezca accesible. Más información. Ver». Sólo al presionar «ver», se desplegaba la publicación.3

Las acciones. Días después de esos tuits, una de las protestas pacíficas fue en el Parque Lafayette de Washington, D.C., frente a la Casa Blanca. Sin provocación alguna, la Guardia Nacional y la Policía de Parques usaron gases lacrimógenos y macanazos para quitar a los manifestantes. Un par de horas después se supo que fue a solicitud de Trump: quería cruzar el parque a pie para ir a una iglesia que está en la esquina y tomarse una foto frente a ella, con la Biblia en la mano, para mostrar que las cosas estaban en orden. Aunque demócratas, republicanos y hasta militares lo criticaron por hacer un uso desproporcionado de la fuerza, equiparando sus acciones a las de gobernantes autoritarios, Trump tuiteó al día siguiente que «D.C. no tuvo problemas anoche. Muchos arrestos. Gran trabajo de todos. Fuerza abrumadora. Dominación. […]».4

Pero en el reinicio de sus actividades como candidato, Trump quedó no sólo indiferente a la desigualdad racial y como un instigador de la violencia, sino también como alguien que ni siquiera puede organizar bien un evento de campaña. La idea del evento de Tulsa era que se llenaran los 19,000 lugares de la arena sede y que él diera un discurso desde fuera del local, frente a toda la gente que no hubiera conseguido asiento. Según un tuit de Trump del 15 de junio, más de un millón de personas habían solicitado boletos. Pero era evidente que había lugares vacíos y no se reunió la esperada multitud afuera de la arena. Finalmente, Trump hizo su intervención dentro del local. Se intentaron dar varias explicaciones sobre el asunto. El equipo de campaña alegó que los «medios liberales» difundieron «noticias falsas» sobre los resultados positivos a COVID-19 dentro del equipo de campaña, lo que habría disuadido a los simpatizantes de asistir. En otros lugares se argumentó que los ciudadanos de Tulsa terminaron por tomarse en serio las advertencias de las autoridades sanitarias locales de que congregar a tanta gente representaba un riesgo muy alto de contagio de COVID-19. O que un grupo de usuarios de TikTok y fanáticos del pop coreano hicieron solicitudes falsas de boletos al evento para inflar los números y hacer quedar en ridículo a la campaña de Trump. Aunque seguramente decir que había «un millón» de solicitudes de boletos era retórica, a pesar de que la arena estaba lejos de verse vacía y de que el evento sí representaba un foco de contagio real, la idea que quedó fue que el apoyo a Trump no era tan grande como su equipo –y él mismo– querían hacerlo ver.

… y dejar de preocuparse

La pregunta es si ese mal arranque en el reinicio afectará los resultados electorales de Trump y en qué medida. La respuesta es que –por el momento– sí parece haberlo perjudicado, pero no es posible saber si ese efecto durará hasta la jornada electoral en noviembre.

Dos indicadores señalan el costo para Trump de su actitud frente a las protestas y su despreocupación frente a la pandemia (a pesar de que se alcanzó un nuevo pico en los contagios tras el desconfinamiento): la aparente consolidación de Joe Biden, candidato demócrata de facto en el primer lugar de las encuestas y una mayor recaudación de recursos de campaña para Biden que para Trump durante mayo y junio.

En un promedio de encuestas nacionales sobre preferencias electorales5 se observa claramente que, al menos desde marzo (cuando la candidatura aún estaba por definirse entre él y Bernie Sanders), Biden ha estado por arriba de Trump. Entre inicios de abril –cuando Biden quedó como el único precandidato– y comienzos de julio, cuando escribo este artículo, la ventaja promedio estuvo cerca de duplicarse: pasó de 5.3% a 9.6%. En algunas encuestas, esta diferencia es de más de 10%. Junio ha sido el mejor mes para Biden: el día 10 rebasó el umbral de 50% en las preferencias promedio (marca sobre la cual se ha mantenido) y durante todo el mes ganó, en promedio, 1.7% en las encuestas, mientras que Trump perdió, en promedio, 1.5%. Al 10 de julio Biden tiene una preferencia promedio de 50.7% contra 41.1% de Trump.

En cuanto al dinero para la campaña, Biden también tuvo mejores resultados que el presidente. En mayo, por primera vez, recaudó más que Trump: 80.8 millones de dólares (mdd) contra 74 mdd. En junio se repitió la tendencia: 141 mdd frente a 131 mdd. Sin embargo, en total, Trump ha recaudado mucho más dinero que Biden (alrededor de mil millones de dólares contra alrededor de 600 mmd).6 La comparación de obtención de recursos de campaña es importante no sólo por los montos, que dan más margen de acción a los candidatos. La relevancia está en que muestra que los simpatizantes están dispuestos a desprenderse de su dinero (algo particularmente notable en la crisis económica derivada de la pandemia) para apoyar a los candidatos. El que Biden haya conseguido más financiamiento privado que Trump apunta, como las encuestas de preferencias electorales, a un mayor apoyo popular.

La duda es si la tendencia a favor de Biden se mantendrá hasta el 03 de noviembre. O, dicho de otro modo, ¿importa que Biden sea favorito en las encuestas en julio y que en ese mes tenga un impulso más fuerte que Trump para recaudar fondos? La lección de las encuestas de 2016 es que no hay que adelantarse. A lo largo de todo ese año, la distancia de preferencias entre Clinton y Trump fue un sube y baja: Clinton superaba a Trump por al menos 5 puntos, semanas después él la rebasaba por un par de puntos, y luego se repetía el ciclo. Y a pesar de que en las encuestas de la víspera de la jornada electoral Clinton estuvo arriba de Trump y de que ella ganó el voto popular, él ganó en el Colegio Electoral.

Además, como se ha sugerido en diversos lugares de la prensa, podría ser que el 41.5% promedio de Trump en las encuestas sea su punto más bajo. Lo que ha dicho y hecho ha alejado a los votantes moderados y ha animado a sus simpatizantes más fuertes. En su discurso del 04 de julio, Trump dijo que una de las armas de las «turbas enojadas» (es decir, quienes se manifestaron por el homicidio de George Floyd) es la «cancelación de la cultura: sacar a la gente de sus empleos, humillar a quienes disienten y pedir total sumisión de cualquiera que no esté de acuerdo», lo que está «completamente fuera de nuestra cultura y nuestros valores, y no tiene absolutamente ninguna cabida en Estados Unidos». La prensa ha notado la similitud de ese discurso con el que usó en 2016: crear la impresión de que hay un enemigo dentro de Estados Unidos dispuesto a acabar con el «modo de vida estadounidense», del cual su oponente es aliado, pero frente al que él es la salvación.7 Con una reactivación de la pandemia y con una severa crisis económica, ¿esa retórica sigue siendo atractiva?

Puede ser que sí. Trump no ha tenido muy buena suerte desde que inició la crisis sanitaria. La expectativa es que pase en unas semanas más y, con ello, comience la recuperación de la economía. Pero eso también es muy incierto. Mientras, Biden mantiene un perfil bajo, sus eventos de campaña han sido sólo en línea, sí se ha dejado tomar fotos con cubrebocas (a lo que Trump se ha negado) y su apoyo entre los electores crece. Entre los dichos de los ciudadanos en julio sobre votar por Biden o Trump y el hecho de que vayan a votar en noviembre, aún queda mucho trecho.

1 Esa percepción no es nueva. Posiblemente, el caso más infame es el de Heather Heyer. Durante la primavera de 2017, varios grupos racistas, entre ellos neonazis y miembros del Ku Klux Klan, protestaron contra la remoción en Virginia de diversos símbolos de la Confederación, el estado esclavista cuya secesión de Estados Unidos en 1861 dio origen a la Guerra Civil. Dada su agresividad frente a protestas de grupos antirracistas, la policía los dispersó con gases. Los racistas organizaron un evento en agosto en Charlottesville, Virginia, para mostrar su fuerza. De nuevo, hubo una contra protesta. Un simpatizante de los racistas dirigió su coche a toda velocidad hacia la contra protesta. Heather Heyer, que estaba en ese grupo, murió. Cuando se pidió a Trump que condenara el ataque, no lo hizo. En su lugar, comentó que había gente muy decente en los dos lados y gente muy agresiva en los dos lados.

2 Algunas personas notaron que, mientras en respuesta a las protestas de Charlottesville en 2017 Trump dijo que había gente buena y gente mala en ambos bandos, en esta ocasión no dudó en calificar a todos los manifestantes de matones.

3 Hubo otro problema con Twitter. El 26 de mayo, en relación con el plan de California para que más gente vote por correo en noviembre y disminuyan las aglomeraciones en las casillas, Trump tuiteó que «no hay forma (¡cero!) de que los votos postales sean menos que sustancialmente fraudulentos. Va a haber asaltos a los buzones, se van a falsificar boletas & incluso se imprimirán ilegalmente & tendrán firmas fraudulentas. […] Será una elección fraudulenta. ¡De ningún modo!» (sic). Twitter agregó a la publicación un vínculo para que el lector «conozca los hechos sobre el voto por correo». Dos días después, y unas horas antes de la advertencia de Twitter sobre la glorificación de la violencia, Trump firmó una orden ejecutiva para eliminar la protección contra juicios a operadores de páginas de internet si editaban alguna publicación de sus usuarios, incluyendo la adición de advertencias.

4 Una crónica muy detallada de la represión de la protesta, desde el punto de vista del presidente, está en Peter Baker et al. (02 de junio de 2020). How Trump’s idea for a photo op led to havoc in a park. New York Times.

5 FiveThirtyEight.(Actualizado al 10 de julio). Latest polls. https://projects.fivethirtyeight.com/polls/president-general/national/

6 Al 20 de junio, National Public Radio (npr) calculó que, desde el inicio del ciclo electoral presidencial actual en 2017, Trump había recaudado 996 mmd, mientras que Biden, 557 mmd. La diferencia se explica, en parte, porque Trump comenzó a recaudar recursos desde enero de 2017, mucho tiempo antes de que Biden decidiera buscar la candidatura de su partido. Las cifras totales son de McMinn, S. y Hurt, A. (20 de junio de 2020). Money tracker: How much Trump and Biden have raised in the 2020 election. NPR.

7 Por ejemplo: Graham, D. (Julio de 2020). Donald Trump’s lost cause. The Atlantic, y Lerer, L. (24 de junio de 2020). Trump, out of step. The New York Times.

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Pablo Estrada Rodríguez

Licenciado en Política y Administración Pública por El Colegio de México. Maestro en Democracia y Gobernanza por la Universidad de Georgetown.
Twitter: @pablojestradar.

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