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El equilibrio en riesgo

El financiamiento de los partidos políticos y las campañas electorales constituye uno de los pilares sobre los cuales se erige la legitimidad democrática de nuestro país. En México, este tema ha sido objeto de debate constante, especialmente ante los cuestionamientos sobre la eficiencia, equidad y transparencia de los recursos públicos asignados a los partidos políticos nacionales y locales. Sin embargo, más allá de la discusión cuantitativa —cuánto dinero se destina—, es fundamental reflexionar sobre las implicaciones cualitativas que tendría el desplazamiento del financiamiento público en favor del privado, en un contexto marcado por desigualdad económica, tensiones políticas, riesgos de infiltración criminal y una ciudadanía que exige elecciones auténticamente equitativas, libres y transparentes.

El objetivo del presente ensayo es analizar los riesgos e implicaciones de un modelo electoral en el que el financiamiento privado cobre mayor relevancia que el público, considerando las condiciones políticas, económicas, sociales y de seguridad del país, valorando la capacidad institucional de los órganos electorales para garantizar la transparencia y la equidad de la contienda. La idea que se pretende sostener es que, reducir el peso del financiamiento público incrementaría la desigualdad entre partidos políticos, debilitaría los mecanismos de control de las instituciones, y abriría espacios de vulnerabilidad frente a intereses ilegítimos.

El sentido del financiamiento público en la democracia mexicana

El financiamiento público tiene una finalidad que trasciende el sostenimiento operativo de los partidos políticos; constituye una herramienta para garantizar condiciones equitativas en la competencia política, así como fortalecer la independencia de las organizaciones partidistas, y permitir una fiscalización efectiva de los recursos utilizados en los procesos electorales. Al proporcionar a los partidos recursos públicos suficientes, se busca evitar que la disponibilidad de dinero privado determine el acceso al poder, reduciendo así el riesgo de que intereses económicos —legales o ilegales— condicionen las decisiones políticas.

En el caso mexicano, el modelo de financiamiento público surge como respuesta a la desigualdad política y desconfianza en los mecanismos de competencia, particularidades que caracterizaron el modelo político durante décadas. Su diseño, aunque perfectible, ha permitido que los partidos políticos, e incluso las candidaturas independientes, compitan en condiciones más equitativas, sujetas a un marco de distribución equitativa y rendición de cuentas que, en comparación con el financiamiento privado, resulta más transparente y fiscalizable.

Riesgos asociados al predominio del financiamiento privado

La sustitución o disminución del financiamiento público implicaría diversos riesgos institucionales y democráticos. En primer lugar, la desigualdad económica existente en México —documentada por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL, Medición de la pobreza 2024)— se traduciría inevitablemente en desigualdad política. Los partidos políticos con mayor acceso a redes empresariales o grupos de poder concentrarían la capacidad de gasto y de comunicación política, generando un sistema de competencia desigual.

A lo anterior también se suma la vulnerabilidad frente a la infiltración de recursos de origen ilícito. Diversos informes de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (Informe de incidencias vinculadas a procesos electorales 2024, SSPC), del Instituto Nacional Electoral (Diagnóstico sobre riesgos de integridad electoral, INE 2023), así como de organizaciones como Integralia Consultores (Crimen organizado y elecciones locales, 2024) y Causa en Común (Democracia y violencia política, 2023), advierten que la intervención del crimen organizado en procesos electorales constituye una amenaza creciente. Permitir que el financiamiento privado adquiera mayor peso podría ampliar las oportunidades para que el dinero que estas organizaciones obtienen de sus actividades ilícitas se infiltre en las campañas y en la vida interna de los partidos políticos.

En el ámbito latinoamericano, experiencias como las de Colombia y Brasil muestran que la entrada descontrolada de recursos privados ha derivado en escándalos de corrupción, clientelismo e incluso captura de las instituciones públicas. Según el Informe sobre integridad electoral en América Latina del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, 2022), la debilidad de los controles sobre el financiamiento privado ha sido uno de los factores más determinantes en la erosión de la confianza ciudadana en los sistemas democráticos de nuestra región.

A nivel local, el predominio del financiamiento privado podría acentuar las asimetrías entre los actores políticos en los municipios y distritos de las entidades federativas. Los partidos políticos minoritarios o las candidaturas independientes, al carecer de respaldo financiero suficiente, se verían relegados frente a competidores con acceso a capital privado, debilitando el pluralismo político y reduciendo la representatividad del sistema. De igual forma, el uso de cuantiosos recursos privados para financiar estrategias de comunicación digital —como campañas segmentadas o publicidad en redes sociales— podría generar ventajas competitivas desproporcionadas y difíciles de fiscalizar, comprometiendo el principio de equidad en la contienda.

Implicaciones institucionales y sociales

A su vez, reducir el peso del financiamiento público no solo tendría efectos sobre la competencia electoral, sino también sobre la capacidad de las instituciones para garantizar la equidad y la transparencia. Si los partidos dependieran en mayor medida de aportaciones privadas, las autoridades electorales enfrentarían mayores dificultades para fiscalizar la totalidad de los flujos financieros, especialmente aquellos que pudieran realizarse fuera del sistema bancario o mediante intermediarios. Aunque el sistema de fiscalización del INE ha demostrado eficacia en el seguimiento de recursos públicos, la trazabilidad de los recursos privados es mucho más compleja, por la multiplicidad de actores, escenarios, y mecanismos de aportación involucrados.

Desde el punto de vista social, el desplazamiento hacia un modelo predominantemente privado podría profundizar el desencanto de la ciudadanía con la política. La percepción de que los intereses económicos determinan las decisiones públicas debilita la confianza en las instituciones, desalienta la participación y favorece la narrativa de que la política es patrimonio de grupos de poder y personas que gozan de ventajas financieras.

Además, el debilitamiento del financiamiento público podría afectar la percepción ciudadana sobre la imparcialidad del árbitro electoral. Si los resultados de una elección se perciben influenciados por el poder económico, la credibilidad del Instituto Nacional Electoral o de los Organismos Públicos Locales Electorales podría verse comprometida. La confianza en las instituciones electorales se construye, en buena medida, a partir de la certeza de que la contienda es certera y equitativa; sin esa percepción, la legitimidad de los resultados se erosiona, incluso si no hay irregularidades comprobadas.

 

El fortalecimiento del modelo público y la aplicación efectiva de los controles

Frente a los riesgos previamente referidos, la discusión no debe centrarse en disminuir el financiamiento público, sino en garantizar que los recursos existentes se utilicen con eficiencia, transparencia y rendición de cuentas. El desafío está en hacer que los actuales mecanismos de fiscalización funcionen con mayor oportunidad y rigor dentro de las facultades del Instituto Nacional Electoral, reforzando sus capacidades técnicas, tecnológicas y humanas para enfrentar los retos que imponen las nuevas formas de financiamiento y propaganda política.

Asimismo, debe promoverse una cultura de cumplimiento de las obligaciones fiscales dentro de los partidos políticos, en la que la transparencia sea asumida no como una carga, sino como un componente esencial de la legitimidad de sus actuaciones frente a la ciudadanía. La colaboración institucional entre el Instituto Nacional Electoral, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y otras instancias de seguridad pública y financiera debe orientarse al intercambio de información útil que fortalezca la detección y sanción de irregularidades.

Garantizar la aplicación efectiva de los controles no requiere reformar radicalmente el modelo existente, sino hacerlo funcionar en su debida capacidad. La consolidación de herramientas tecnológicas que permitan una trazabilidad más precisa de los recursos, junto con la profesionalización constante del personal encargado de las tareas de fiscalización, son pasos indispensables para blindar los procesos electorales frente a riesgos de opacidad o uso indebido de recursos financieros.

Conclusiones

El modelo electoral mexicano y sus resultados demuestran que el financiamiento público no es un privilegio de uso discrecional para los partidos políticos, sino un instrumento que garantiza la equidad, la independencia y la transparencia en la competencia política. Sustituirlo o debilitarlo en favor del financiamiento privado supondría un retroceso con afectaciones preocupantes para el ejercicio democrático.

De esta manera, el reto no consiste entonces en reducir la presencia del financiamiento público en favor del privado, sino en hacerlo más eficiente, más transparente y más controlable. El equilibrio entre el uso legítimo de recursos públicos y la fiscalización oportuna es un elemento clave contra la inequidad política y la captura del ejercicio democrático por intereses privados, o peor aún, ilegítimos.

En conclusión, preservar el modelo de financiamiento público equivale a preservar la posibilidad de una competencia política equitativa, fiscalizable y libre de condicionamientos económicos. No resultaría prudente permitir que el dinero privado se convierta en el principal factor de influencia electoral, pues ello supondría sustituir la voluntad de las ciudadanas y ciudadanos por el poder del capital, cualquiera que sea su origen. 


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Marco Antonio Yeverino Rodríguez

Abogado electoralista coahuilense. Especialista en derecho electoral, rendición de cuentas, acceso a la información y combate a la corrupción. Es Coordinador General de la Secretaría Ejecutiva del Instituto Electoral de Coahuila, y cuenta con experiencia en el desarrollo de 9 procesos electorales, 2 procesos de constitución y registro de partidos políticos locales, y un proceso de liquidación y pérdida de registro. Formó parte durante 8 años del Servicio Profesional Electoral Nacional en el cargo de Coordinador de la Dirección Ejecutiva de Prerrogativas y Partidos Políticos, en donde tuvo a su cargo el cálculo y la distribución del financiamiento público, así como la determinación de los límites de financiamiento privado, y los topes de gastos de campañas electorales.

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