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Haití también existe

El derrocamiento de Jean Claude Duvalier en febrero de 1986, le sucedieron varios gobiernos militares y uno cívico que, ninguno, tocó alguna de las estructuras del llamado “poder Macoute”, instaurado en 1957 por François Duvalier, el cual mantuvo a este dictador y a su hijo por cerca de 30 años en el poder, gobernando al país como si fuera su rancho familiar. En todo este periodo contaron con el apoyo del gobierno de Estados Unidos.

Los gobernantes que les siguieron hicieron varios simulacros de elecciones, todos fallidos a propósito, salvo el del profesor Leslie F. Manigat, político social-cristiano que llegó a la presidencia en junio de 1988 en comicios que contaron con una participación ciudadana mínima. Pero poco duró el gusto, pues al querer pasar a retiro al comandante del ejército, éste lo mandó el exilio.

En este lapso surgieron algunos liderazgos y Jean-Bertrand Aristide estaba entre los dirigentes populares situados en la idea de un cambio profundo; era un sacerdote católico que incendiaba el espacio con discursos violentos antiduvalieristas y antiimperialistas, lo que le valió ser objeto de varios atentados de los que, milagrosamente, salió ileso, incrementando con ello la admiración de las masas que lo creían casi inmortal.

Estados Unidos, a finales de los años 80, decidió aumentar la presión sobre Cuba y llamaron al resto de la región a cerrar filas en su contra. Para ello determinó que era indispensable que todos los demás debían contar con gobiernos democráticos y, al lado de Cuba, estaba solamente Haití. Un nuevo gobernante militar en Puerto Príncipe no iba a ser un obstáculo en este objetivo “democratizador” de Las Américas. El general se fue al exilio y se nombró a una juez de la Corte de Casación como presidente provisional, con la tarea de organizar elecciones generales.

La convocatoria a comicios, que ahora sí serían libres y democráticos, llenó de júbilo al pueblo haitiano y se convirtió en delirio, cuando un grupo de partidos políticos progresistas escogió a Aristide como su candidato, quien llamó a este movimiento “Familia Avalancha” (Famni Lavalas, en criollo). Los ciudadanos, incluidos los más miserables, acudieron masivamente al registro electoral para obtener su credencial y hacer algo insólito: donar dinero ante la posibilidad de que las elecciones no se realizaran por falta de recursos financieros.

La llegada de Aristide al escenario electoral causó preocupación en Estados Unidos y en la élite haitiana, por lo que escogieron a un exfuncionario del fmi, Marc Bazin, como su candidato, pensando que su carta de presentación como experto en economía y finanzas sería suficiente para orientar el voto hacia él, incluso el de los miserables, la gran mayoría nacional.

La ciudadanía salió en masa a votar, dando una clara y contundente victoria a Aristide. Participó cerca de 70% del electorado inscrito, cifra impresionante. El resultado fue una pésima noticia para eeuu y la élite local, aunque nadie se atrevió a hablar de fraude, pues los comicios fueron organizados con el apoyo de la onu y una observación internacional muy amplia (oea, ue, etc.). Antes de la toma de posesión, un jefe de los Tonton Macoute intentó una asonada, pero las ffaa, remedo de ejército, tanto por su formación, disciplina y armamento, curiosamente no lo apoyaron; fue detenido y encarcelado, lo que permitió la toma de posesión del primer presidente constitucional, electo por la vía democrática en la historia del país.

La comunidad internacional celebró el triunfo de la democracia e inició una gran oferta de proyectos de ayuda al país. eeuu no quedó contento con el resultado, no obstante que públicamente señaló su voluntad de apoyar al gobierno de Aristide. El resto de la historia de este experimento democrático es conocido: seis meses después de llegar al gobierno, el ejército, ahora sí bien armado de forma inexplicable, dio un violento golpe de Estado que fue condenado por la comunidad internacional en su conjunto, incluso eeuu, que fingió apretar a los militares. Fue hasta la llegada de los demócratas a la Casa Blanca con William Clinton que se ofreció una salida “honorable” a los golpistas y se regresó a Aristide sólo para terminar los dos años de su mandato y convocar a elecciones generales.

Aristide llamó a votaciones y los nuevos comicios fueron ganados por René Préval, amigo y aliado de aquél, con una notoria ausencia de electores; su mandato pasó sin pena ni gloria, con un magro apoyo financiero internacional. No había, ni hay, intenciones de ayudar a gobiernos con tintes izquierdistas, aunque su llegada al poder haya sido por elecciones.

Préval convocó a comicios legislativos y municipales el año 2000, ganados abrumadoramente por Fanmi Lavalas, pero la oposición, en la que ya se encontraban casi todos los antiguos aliados de Aristide, convencidos de que sería imposible desplazarlo y ganarle por la vía electoral, denunció un mega fraude y pidió que se repitieran las votaciones. La Misión de Observación Electoral de la oea sólo constató pequeñas irregularidades en dos senadurías y una diputación, y recomendó rehacer esos procesos. La oposición mantuvo su rechazo a los resultados.

En noviembre de ese año, Aristide ganó de nuevo la elección presidencial y la oposición, envalentonada por la presencia de los republicanos –una vez más en la Casa Blanca–, desconoció también el resultado. La oea, a petición del gobierno, había entrado al escenario como mediadora y se introdujo a las negociaciones a la organización Iniciativa de la Sociedad Civil (isc) como “facilitadora del diálogo” y que, constaté, estaba integrada en su totalidad por asociaciones enemigas de Aristide.

El presidente, en el marco de una negociación larga, tortuosa y estéril, cedió en todo lo que pedía la oposición, salvo su propia posición, pero una salida de la crisis con Aristide en el poder no era el objetivo opositor. Me consta, pues fui el mediador, como Representante Especial del Secretario General de la oea, César Gaviria, a partir de julio de 2002, cargo al que renuncié en octubre de 2003, cuando advertí que los opositores y la isc sólo estaban jugando con la oea para desgastar la mediación. En esto tenían todo el apoyo de los republicanos, coordinados por Roger Noriega, embajador de eeuu ante la oea. Querían una nueva intervención militar.

Días después de celebrarse el bicentenario de la Independencia de Haití (1804-2004), en un escenario de crisis inflado por la prensa estadounidense (decían que había guerra civil), “marines” sacaron de su residencia y del país al presidente llevándolo a un lugar en África. Solamente la Comunidad del Caribe (caricom) protestó y exigió, sin éxito, al Consejo de Seguridad que evitara el golpe de Estado a un presidente elegido de manera democrática.

A la salida forzada de Aristide, el Consejo de Seguridad envió una misión militar y policial a Haití, la minustah,1 que permitió la retirada de las tropas de eeuu.

Después de un gobierno provisional y de condiciones de extrema incertidumbre política, en abril de 2006 se llevaron a cabo elecciones generales, que ganó nuevamente René Préval y, otra vez, su gobierno (sin recursos financieros) pasó sin dejar huella que deba mencionarse, salvo su actitud valiente ante una amenaza proferida por el Representante Especial, Secretario General de la onu, el derechista guatemalteco Edmond Mulet, en el contexto del resultado de las elecciones para sustituirlo.

En efecto, el resultado de los comicios presidenciales publicado por el Consejo Electoral Provisional (cep) mostraba tres candidatos a la cabeza: en primer lugar, la señora Mirlande Manigat, de un partido social cristiano; en segundo, Jude Celestin, del partido de Préval (ya no Fanmi Lavalas), y, en tercero, un cantante vinculado a los militares golpistas, Michel Martelly. Debía llevarse a cabo una segunda vuelta entre los dos primeros. Sin embargo, momentos después de conocido el resultado, la embajada estadounidense “corrigió” al ente del Estado encargado de las elecciones, diciendo que el orden no era ese y que Martelly estaba en segundo lugar. Esto provocó una nueva crisis y, según nos cuenta el propio expresidente Préval,2 para lograr que aceptara el resultado dado a conocer por la embajada estadounidense, Edmund Mulet lo llamó por teléfono para decirle que, en caso de no ceder, un avión vendría a sacarlo del país, recordando la salida forzada de Aristide. Esta versión fue confirmada por el entonces embajador de la oea en Puerto Príncipe, el intelectual brasileño Ricardo Seitenfus en su libro El fracaso de la cooperación internacional con Haití.

Préval encontró una salida pidiendo a la oea el envío de una misión técnica que ayudara a contar los votos y tratara los temas contenciosos del proceso. Sin embargo, continúa Préval en la entrevista, al recibir al jefe de dicha misión, éste le comentó que “si el resultado no coincidía con lo dicho por la embajada estadounidense, no iba a pasar”.3 Martelly, no obstante su fama de consumidor de sustancias tóxicas, llegó a la presidencia y su gobierno fue un verdadero desastre, pero fue apoyado por eeuu.

Hay que destacar que estas elecciones, realizadas con la ayuda de la onu y la oea, fueron ganadas por Martelly con 70% de los votos, hecho celebrado ruidosamente por el Secretario General de la onu, Ban Ki-Moon, quien afirmó que el triunfo de Martelly fue “como el de Aristide”, claro, sin explicar que ese 70% correspondía a 19% de electores que participó en los comicios.

Destacó que el gobierno de Martelly contó con un apoyo invaluable: los recursos financieros del programa del presidente Hugo Chávez Frías, Petrocaribe, que le fueron proporcionados para proyectos de desarrollo, pero la concreción de éstos no se ha registrado, hasta ahora, como tampoco es evidente el resultado de la ayuda internacional de larga data.

Al término del mandato de Martelly, y con gran retraso, se convocó a elecciones generales en las que el sector democrático participó totalmente dividido y la derecha con un solo candidato, Jovenel Moïse del partido de Martelly. Llegamos así al mandato de Moïse, quien ganó la elección del 20 de noviembre de 2016, en la que sólo participó 18.11% del electorado.

Casi desde el inicio de su gobierno comenzó a ser asediado por movimientos sociales, sobre todo porque cometió el craso error de decretar un incremento importante en el precio de los combustibles durante 2018, lo que llevó a la población a salir masivamente a las calles y Moïse tuvo que echar atrás el aumento. En la actualidad, van más de tres meses de manifestaciones multitudinarias cotidianas en todo el país exigiendo su renuncia.

El politólogo y cineasta haitiano Arnold Antonin publicó el artículo “Dónde está el dinero de Petrocaribe” en la revista Nueva Socidad, en el que señala que la reacción del gobierno ante las manifestaciones revela que no entendió “la necesidad de un verdadero cambio… [y] se desarrolló un movimiento de masas sin precedente en torno a la lucha contra la corrupción y, en particular, el mal uso de los fondos […] de Petrocaribe”.4 Lo peor, resalta Antonin, es que al iniciarse ante tribunales “un proceso para obtener la información sobre el uso de los recursos de Petrocaribe… resultó que una empresa de su propiedad [de Moïse] recibió recursos financieros muy elevados del programa venezolano, sin resultados. El Tribunal Superior de Cuentas estima que presentó una acusación contra Moïse ante el legislativo y que el desvío de fondos alcanzó unos dos mil millones de dólares de 2008 a 2016. Un verdadero crimen. Allí está la causa primaria del descontento en contra de Jovenel Moïse que se desencadenó desde octubre del año pasado”.5

Por su parte, la socióloga y politóloga haitiana Sabine Manigat, entrevistada también por la revista Nueva Sociedad en marzo de 2019, coincide con la visión de Antonin en cuanto al origen de las protestas multitudinarias: “el desvío de miles de millones de Petrocaribe y la corrupción galopante y descarada que corroe al país y, desde luego, la incapacidad de los dirigentes, comenzando con el gobernante”.6 Ante la pregunta del impacto del gobierno de Aristide (que, dice el entrevistador, fue decepcionante), el terremoto, el gobierno de Martelly y la minustah, ¿por dónde podría pensarse una recomposición estatal?, Manigat respondió: “Indudablemente estos eventos han impactado y construido cierta imagen de Haití, su singularidad, su mala suerte, un caso desesperado. Pero más allá de esas etiquetas –que dicen algo pero distorsionan y ‘folklorizan’ la historia y los problemas de Haití– habría que retener, y enfocar la reflexión alrededor de la débil gobernabilidad del país, particularmente tras la descomposición del orden dictatorial duvalierista […] La desaparición en 1986 del control político y social de la dictadura dejó al desnudo la amplitud de la exclusión que constituye la base de un sistema injusto, patrimonial y clientelista. Este sistema está agotado y las experiencias de Aristide y de Martelly han sido expresiones de los fallidos intentos de cambio y de la resistencia que oponen las clases dominantes”.7

Manigat concluye destacando que: “Esta incapacidad de las fuerzas nacionales para elaborar una solución endógena pone a Haití ante el riesgo de tener que aceptar (una vez más) un parcheo impuesto por sus ‘amigos’ de la ‘comunidad internacional”.8

Tremendo remate a la entrevista que me permite aproximar una conclusión: la omnipresencia de esa comunidad internacional que decide lo que es bueno para Haití y quién es el adecuado para gobernar al país. Desde mucho antes de la caída de la dictadura, hasta la actualidad, esa omnipresencia se materializa en el gobierno de Estados Unidos. Los demás países que acompañan generalmente sus decisiones (Francia, España, Alemania, incluso la onu y la oea), son sólo comparsas de la voluntad de Washington. Bien decía el historiador haitiano Michel Soukar en una entrevista radial, al presentar una reedición de su libro Cien años de dominación de Estados Unidos de América del Norte sobre Haití: “desde el desembarco de los marines en 1915 [y que se prorrogó hasta 1934], Estados Unidos nunca se ha ido”.9

Siguiendo lo dicho por Sabine Manigat de los gobiernos de Aristide y Martelly, en efecto, el primero representó un intento, fracasado, de un cambio a profundidad, terminado brutalmente por Estados Unidos en dos ocasiones: la primera, cuando dotó de armas modernas al ejército para que aplastara la reacción popular y, la segunda, cuando sacó del país al mandatario con sus soldados. Respecto a Martelly, fue reeditar la separación de clases sociales, cubierta por la “popularidad” del cantante, y su dictamen de volver a crear el ejército, entidad que Aristide abolió. La reinstitucionalización del ejército la concretó Jovenel Moïse, no obstante las voces de la comunidad internacional, quienes le informaron que no habría fondos para financiar la nueva fuerza.

Resulta así evidente que, mientras eeuu no decida que Moïse deba irse, seguirá en la presidencia, lo cual resulta sorprendente, pues en Venezuela, donde el gobierno de Nicolás Maduro cuenta con apoyos muy importantes, Estados Unidos quiere derrocarlo y, en Haití, Jovenel Moïse sólo tiene el respaldo de este país, al tiempo que Washington pide que se realice un “diálogo incluyente”.

La política de Estados Unidos consiste en dejar que la situación se pudra y que la gente se canse de protestar y vuelva a su vida anterior. Ejemplo de esto son los continuos viajes de oficiales de ese país a Haití, los últimos hace una semana (finales de noviembre de 2019), de la embajadora de Estados Unidos en la onu, Kelly D. Knight Craft, en la que recomendó a los tres poderes del Estado ponerse de acuerdo para avanzar hacia una salida de la crisis. Además de la visita del Subsecretario para Asuntos Políticos, David Hale, el 5 de diciembre, mientras una subsecretaria adjunta, Cynthia Kierscht, ya está en Puerto Príncipe. Moïse, increíble, cambió radicalmente su posición frente a Venezuela, no sólo al apoyar sanciones, sino en la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (tiar).

Con base en el discurso pronunciado por Moïse, en la celebración de la Batalla de Vertieres, en la que el ejército insurgente derrotó a las fuerzas francesas, dio la imagen de alguien que no está preocupado por su situación. Al contrario, pues ensalzó reiteradamente la presencia de las nuevas Fuerzas Armadas nacionales y reiteró su voluntad de cambiar el sistema (capitalista) que tanto daño ha hecho al país, por otro igualitario, que ofrezca más oportunidades a todos sus compatriotas.10

Es evidente que la lucha actual de los haitianos, a la que los medios internacionales de comunicación incomprensiblemente no dan espacio, se inscribe en el mismo rumbo de las insurrecciones de otras naciones del área, sólo que en Haití comenzaron primero, en contra de la corrupción, del gobernante y de su endémica condición de pobreza.11 Han sido tan fuertes las protestas que suman ya más de dos docenas de muertes y cientos de heridos; en tanto, Moïse no ha podido nombrar de manera constitucional a un jefe de gobierno. La oea, cuyo secretario general es tan activo en otros casos, ni voltea a ver a Haití.

Por cierto, Edmund Mulet, a quien ya me referí en párrafos anteriores, participó en una reunión académica celebrada en la República Dominicana sobre la crisis en Haití, los últimos días de noviembre de 2019. Allí propuso que el Comando Sur del ejército de eeuu se instale en Haití “para atender la crisis alimentaria” (¿?) y que la onu envíe una nueva misión militar y policial (¿?).

En estos primeros días de diciembre de 2019, la intensidad de las protestas ha bajado en lo que percibo como una “tregua navideña”, con la esperanza de que, al iniciarse el año entrante, los ciudadanos retomen las calles hasta tumbar a este corrupto mandatario, títere de Washington y parte de una cadena interminable de ladrones a la cabeza del Estado –y en otros poderes– que encontramos a lo largo de la historia de la Primera República Negra Independiente en el Mundo.

Haití sí tiene una salida para construir su democracia. Todo depende de la firmeza de la voluntad de los ciudadanos para llevar a cabo el cambio.


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Sergio J. Romero Cuevas

Embajador mexicano, actualmente participa en el Programa Mentor de la sre para embajadores jubilados.

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