La semilla germina en tierra fértil
“Florecerás, Guatemala […] Hemos vivido mil años de muerte en una patria que será toda una eterna primavera”
(Fragmento de Certeza) – Julia Esquivel
El 2023 y lo que va del 2024 han sido para Guatemala un verdadero punto de inflexión. El 25 de junio se llevaron a cabo las elecciones generales y para sorpresa de muchas personas, vimos el primer resultado de un rotundo cambio en el electorado guatemalteco. Este cambio que se manifestó ratificando el resultado en la segunda vuelta electoral del 20 de agosto y la resistencia hasta el cambio de gobierno el 14 de enero del 2024.
A diferencia de las décadas anteriores en las que el votante mediano se decantaba por el “menos peor” que generalmente arrojaban las manipuladas encuestas, esta vez los resultados les dieron la vuelta a dichas encuestas y la ciudadanía optó por el Movimiento Semilla que, contra todo pronóstico, se posicionó en el segundo lugar para la Presidencia con el 11.77 % de los votos, pasando a un balotaje contra el partido Unidad Nacional de la Esperanza (UNE) que logró 15.86 %.
De esta manera, la ciudadanía abrió la posibilidad más clara que el país había tenido de posicionar mediante las urnas a un Ejecutivo ajeno a las élites políticas tradicionales que, durante décadas, desmoronaron al Estado de Derecho, la institucionalidad y la democracia, así como dejaron en el olvido año tras año a los Acuerdos de Paz que se habían logrado en 1996 tras el Conflicto Armado Interno que duró más de 30 años y que sumió al Estado en un arraigado autoritarismo, que muy rápidamente se revistió de corrupción en las primeras décadas del Siglo XXI.
Hablar de autoritarismo en Guatemala implica observar el paso de varias décadas de gobiernos militares hacia llegar al modelo republicano y democrático que se logró como resultado de una lucha cruenta que costó innumerables vidas y desapariciones que aún hoy siguen impunes en su gran mayoría.
Sin embargo, a pesar del alto precio pagado y todos los esfuerzos de negociación, una cadena de gobiernos vinculados a la criminalidad y sin ninguna vocación democrática o que orientara sus agendas al bien común, se llegó a un retroceso que sumió al país en los peores indicadores de pobreza, el estancamiento de indicadores de bienestar social y unas instituciones debilitadas y endebles al servicio del Pacto de Corruptos.
Tras las elecciones generales y frente a la sorpresa que devolvió la esperanza para el electorado que se preparaba para la segunda vuelta, dicho Pacto de Corruptos no tardó en poner en práctica las acciones, más evidentes que nunca, orientadas al juego sucio político de tratar de impedir la segunda parte del proceso electoral contando con Arévalo y Herrera del Partido Movimiento Semilla.
Entre la judicialización de la política, empleando a un Poder Judicial y particularmente a un Ministerio Público como herramienta para la persecución política y los más espurios procesos de supuestas investigaciones penales, se entorpeció tanto el proceso, que el país llegó, en numerosas ocasiones, a estar a punto de un Golpe de Estado técnico, trasgrediendo las normas constitucionales y la jerarquía de la normatividad e institucionalidad.
Todo el proceso electoral, inclusive previo a la primera vuelta, fue la muestra más evidente del deterioro democrático e institucional del Estado. La alianza política criminal influyó para que se impidiera la candidatura de ciertas personas y prácticamente se tenía orquestada una elección de trámite, de apariencia, totalmente controlada, para que no se produjera ningún cambio en un modelo de gobierno cuya única directriz había sido el mantenimiento de la impunidad y la corrupción.
No obstante, la población guatemalteca es ahora mayoritariamente joven que vive en centros urbanos. Una juventud que vio, siete años atrás, el despertar de una protesta ciudadana constante que, sábado a sábado, se manifestó en las plazas centrales de varios departamentos en contra de los escándalos de corrupción, hasta lograr la renuncia de los entonces gobernantes Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti.
Además, hoy se cuenta con el acceso a información en redes sociales que permite un acercamiento y profundización de los temas políticos. Los movimientos ciudadanos surgidos en el 2015 dejaron lecciones aprendidas y un sentimiento de comunidad que resurgió tras la primera vuelta. Estos factores, aunados a la ejemplar e histórica lucha de los pueblos indígenas y Autoridades Ancestrales, mantuvieron la alerta y la protesta pacífica de la ciudanía que resistió cada uno de los intentos de golpe de estado hasta llegar a la segunda vuelta electoral.
En esta segunda vuelta, el voto canalizó el arrollador hartazgo de una sociedad cansada del abuso del poder público, del abandono de la obligación de gobernar, del deterioro institucional, del enriquecimiento ilícito por medio del Estado, y miles de etcéteras. Tras el anuncio de la victoria del Partido Movimiento Semilla con el 58.01 % ante el 37.24 % de la UNE, la población experimentó un sentimiento nuevo y las plazas vieron, por primera vez en décadas, el festejo de una victoria política orquestado desde la espontaneidad ciudadana.
Tras la innegable victoria de Semilla, desfilaron toda clase de intentos por socavar la voluntad popular, cuyo protagonista fue un Poder Judicial al servicio del Pacto de Corruptos y el Ejecutivo del entonces presidente Giammattei que permitió toda clase de vejaciones institucionales.
Ante los evidentes intentos de golpe de Estado, junto a la población que continuó la resistencia, la presión internacional jugó un papel relevante. La Organización de Estados Americanos, actores fundamentales de Estados Unidos, la Unión Europea, entre otros, pusieron en agenda el caso de Guatemala, con tal vehemencia, que derivó en no solamente la realización de la segunda vuelta electoral y la oficialización de los resultados, sino también la entrega del poder a quien fue electo y un monitoreo internacional hasta el día de la toma de posesión.
Finalmente, el cambio de gobierno se logró frente a una población y una comunidad internacional vigilante hasta el último minuto del 14 de enero del 2024, ya que, inclusive ese día hubo un intento de boicot proveniente del Poder Legislativo y del Poder Judicial con sus respectivos adeptos al Pacto de Corruptos. No obstante, en las primeras horas de la madrugada del 15 de enero, el ahora binomio presidencial llevó a cabo su primer acto al mando del Ejecutivo: llegaron al campamento instalado por la resistencia democrática de las Autoridades Ancestrales y pueblos indígenas a expresar su gratitud por impedir que se hiciera trizas lo poco que quedaba de democracia. Asimismo, se comprometieron, reafirmando lo dicho en el discurso de posesión, a retomar la agenda pendiente de los Acuerdos de Paz y revertir el olvido histórico hacia la población indígena.
Al primer acto de gratitud le siguió un festejo que supo a alivio, a esperanza y a la certeza con la que escribo estas palabras. La semilla germina en tierra fértil, con un electorado y una ciudadanía que ha cambiado, en definitiva. La alegría democrática trascendió al partido político ganador. Guatemala festeja que le arrebató el país de las manos al Pacto de Corruptos, que, aunque herido, aún sigue vivo y es una latente amenaza de la que existe suficiente conciencia y aún energía para seguir combatiendo.
En este sentido, la transformación que estamos presenciando es algo que supera al actual Gobierno y a los partidos que se aglutinaron en el Congreso para desarticular a las podridas estructuras del Pacto. Algunos ya han comprendido que el cambio vino para quedarse y que es mejor adaptarse a los nuevos tiempos y al punto de inflexión que, esperanzadoramente, empieza a mostrar los cambios positivos bien merecidos por los pueblos que conforman a un país que resiste y que hoy empieza a germinar lo que un día será una nueva primavera.