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La verdad sea dicha

El desprecio a la verdad

 

La definición, aplicación y fenomenología de la democracia representativa obviamente no es igual en todos los casos. Poniéndolo en términos sumamente generales y simples para contextualizar la presente discusión, podríamos decir que es un sistema de gobernanza en el que el pueblo otorga capacidad de decisión a un grupo de representantes y, a cambio, dicho grupo ofrece una serie de resultados y promete una escucha del sentir de la población, bajo la que actúa.

Por lo menos a nivel etimológico (no siempre factual), una democracia es un sistema en el que se unen los conceptos de pueblo y gobierno. Este acuerdo tiene como base más o menos explícita el respeto a la verdad, es decir, se asume que los procesos de elección de quienes representan a la población, lo que se plantea en las campañas, así como las comunicaciones que los representantes emiten a la población, están basados en la verdad.

En el Siglo XX se aspiraba a la veracidad: incluso cuando no se cumplía, existía la necesidad de dar una pirueta discursiva (con mayor o menor grado de credibilidad) para hacer pasar un discurso por verdadero. Es decir, cuando la clase política mentía, sentía la necesidad de hacer que sus mentiras o verdades a medias parecieran apegadas a la verdad en un marco de referencia con diferentes niveles de imaginación y aprovechamiento de la ignorancia de su audiencia.

Con la llegada de Trump al poder en Estados Unidos, se comenzó a romper el paradigma de la veracidad: por primera vez una persona en un cargo de poder de gran envergadura, se permitía mentir sin pudor y sin la necesidad de hacer pasar sus mentiras por verdades. De todas las cosas que Donald J. Trump ha roto o intentado romper, desvirtuar el valor de la verdad es una de las acciones más peligrosas.

No se me malentienda, Trump no es el primer presidente en mentir, la historia ofrece una vastedad de ejemplos, sin embargo, por más deshonestidad que hubiera detrás de la narrativa, el objetivo era que el receptor sintiera que se le hablaba con la verdad. La innovación de Trump es despojar a la verdad (verdad histórica, científica, factual, etcétera) de todo valor. No creo necesario presentar ejemplos para respaldar dicha aseveración, sin embargo hay apariciones públicas cuyo surrealismo es digno de recordar: En 2016 Melania Trump ofreció un discurso en la Convención Nacional Republicana que presenta partes copiadas textualmente del discurso que pronunciara Michelle Obama frente a la Convención Nacional Demócrata en 2008.1 De nuevo, el plagio no es nada nuevo, lo que resulta innovador es la queja pública del marido por la diferencia en la recepción del discurso, es decir, Trump tuvo la audacia de quejarse en público de que su esposa, al pronunciar un discurso idéntico al de Michelle Obama, hubiese tenido una recepción menos calurosa, quitando toda relevancia al hecho de que plagiar un discurso es una falta a la verdad.

Un ejemplo mucho más reciente es la aseveración de que bombardeando unas cuantas lanchas en el Caribe, de nuevo despreciando a su audiencia al no mostrar ninguna prueba de su cargamento o destino, Trump salvó la vida de 100 000 ciudadanos americanos y canadienses por detener el tráfico de drogas que eventualmente les hubiera costado la vida. Deliberadamente, y siguiendo una planeada estrategia de avalancha comunicativa y mediática en la que nadie tiene tiempo de procesar lo dicho porque ya está en puertas una nueva bomba informativa, Trump desprecia categóricamente la comprobabilidad de lo que dice, la veracidad científica, histórica, incluso el sentido común, con el objetivo de que su audiencia cercana, luego la comunidad en general, y finalmente el pueblo, o bien pierda la certeza de a qué o a quién creer, o bien llegue a un estado de confusión y sectarismo en el que se pierda el interés por saber la verdad.


El desprecio a la mentira

 

Si bien Trump fue el precursor de la traición a la verdad, el genocidio en Gaza culminó el proceso en el que esta relación “democrática” entre gobernados y gobernantes, a través del apego a la verdad, es totalmente destruida. Desde la constitución del Estado de Israel, el manejo del discurso sionista ha sido cuidadosamente curado: la victimización de una población que, efectivamente, había sido maltratada recientemente, como justificación para el maltrato o exterminio de otra.

El aparato de propaganda israelí ha recibido enorme atención por parte de la clase gobernante, tanto que a partir de 2009 se convierte en una dependencia adjunta a la oficina del primer ministro, trabajando hombro con hombro con las Fuerzas de Defensa Israelí, el Ministerio de Turismo y la Agencia Judía para Israel (Rajchenberg, 2025).2

Una vez iniciado el genocidio en Gaza, una buena parte de la atención mediática estaba enfocada en la categorización del conflicto como genocidio. En ese momento Israel todavía intentaba hacer piruetas narrativas para no parecer el agresor, haciendo malabares con los discursos de defensa y victimización de los judíos a través de la historia, tratando de confundir los términos “judío” y “sionista” como si fuesen intercambiables, etcétera. 

Sin embargo, una vez alcanzado el consenso en las Naciones Unidas por la categorización del conflicto como genocidio, y emitida una orden de aprehensión en contra de Netanyahu, se gesta una ruptura entre la narrativa y la acción. Aun cuando se utilizan oficialmente palabras como exterminio, genocidio, hambruna provocada, crímenes de guerra, etcétera, Netanyahu continúa con su vida sin mayor alteración (visitas a Washington donde es recibido por el presidente de los Estados Unidos, discursos frente a la onu, etcétera), contados gobiernos reconocen la existencia del Estado de Palestina (aun cuando predata por mucho al de Israel) y se marca una división muy clara entre un discurso sancionado internacionalmente y las acciones de los gobernantes.

Pareciera que el gobierno de Netanyahu no sólo retoma, sino que avanza el proceso comenzado por Trump de despojar a la verdad de valor intrínseco en la gobernanza. El desprecio a los hechos que se instaura a partir de entonces es palpable en entrevistas con miembros del gobierno o ejército de Israel al ser confrontados con datos –que en el viejo mundo de hacer piruetas para aparentar veracidad hubieran implicado una serie de argumentos para respaldar el quehacer de Israel–, que hoy en día se responden dándoles, en el mejor de los casos, una importancia anecdótica.

Pero más allá de los dictámenes de la onu, es momento en el que la mayoría de la población mundial concibe el proceso como un genocidio, y expresa activamente su descontento a través de múltiples formas, mientras que los círculos de poder mundial no cambian la ruta, sino que continúan obteniendo réditos económicos del asesinato masivo, pretendiendo que su acción en Gaza no tiene como objetivo la eliminación de un pueblo. 

Los términos demos y kratos nunca habían estado más lejos uno del otro.

 

La resignificación de la verdad

 

Por otro lado, asistimos al fenómeno de un movimiento masivo y global como nunca se había visto, que más allá de su permanencia como ente político, presenta una ubicuidad nunca antes vista. Multitudes de todo el mundo se manifiestan, hacen oír sus voces en redes sociales, organizan y llevan a la práctica un boicot a las empresas que se benefician del genocidio, generan y consumen arte, hacen presión política, etcétera. 


A través de todas las formas de comunicación imaginables, una parte importante de la población mundial alzó la voz por un mismo objetivo, más aún, utilizando las mismas palabras: Free Palestine se convirtió en un grito mundial. Esto nos habla no sólo de la empatía que existe entre una enorme cantidad de gente con el pueblo palestino, sino que nos habla de una resignificación del discurso y del valor de la verdad.

Desde el inicio del conflicto y de manera mucho más pronunciada en el momento en que las protestas se incrementaron, utilizar un lenguaje particular, referirse al conflicto con el término genocidio, expresar ciertas ideas, publicar ciertas imágenes, etcétera, significa una amenaza a ser bombardeado, asesinado, desaparecido, o en el mejor de los casos, arrestado o arrestada. Prueba de ello es la gran cantidad de periodistas, fotógrafos, influencers y demás vasos comunicantes palestinos e internacionales que fueron asesinados, no sólo por decir su verdad, sino por enfrentar este embate de pérdida del valor de la verdad.

Además de ellas y ellos, millones de personas de todas las edades, condiciones sociales, culturas, razas o religiones, arriesgan su libertad en aras de que la verdad sea dicha.

 

A modo de postdata

 

Es interesante ver que al mismo tiempo que en las cúpulas de poder se desprecia la verdad, se impulsa la apatía social desde los algoritmos de las plataformas digitales, se considera que las nuevas generaciones son de cristal y no tienen la capacidad de responder colectivamente, se gesta un fenómeno social mundial sin nombre, sin bandera, sin organización centralizada que administre la resistencia, y que, al manifestarse a través de decir la verdad se bate porque la verdad sea dicha. Esta vez, frente a una crisis de veracidad tan profunda, la resistencia actúa en frentes que obligan a la maquinaria de guerra a tomarles en cuenta. Un ejemplo son las pérdidas masivas y bancarrotas que han sufrido empresas cómplices con el Estado Sionista, por acción del movimiento de boicot.

La batalla mundial que se está librando no es sólo por las libertades y los derechos de los pueblos, por el respeto a su autodeterminación, por su derecho de vivir, sino porque en las relaciones humanas, incluyendo las relaciones políticas, la verdad tenga valor; porque se devuelva al pueblo la capacidad de ser escuchado. Una lucha por instaurar un sistema en que demos y kratos se hablen con la verdad.

 


1 Texto de la redacción de BBC Mundo, consultado en internet https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-44044547 consultado el 10 de octubre de 2025.

2 Rajchenberg, Enrique. 2025 “Las mentiras de la Hasbara” en Revista ALAI. Num 557.


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Jerónimo Rajchenberg

Artista y educador independiente. Doctor en Artes Musicales por el California Institute of the Arts. Su trayectoria e intereses lo han llevado a una diversidad de ámbitos académicos como la lingüística, la pedagogía, el estudio del lenguaje, los saberes de los pueblos originarios y la inclusión social.

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