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Las heridas

Las heridas es una novela que contiene tres libros: uno nos cuenta las historias de los personajes; otro es una carta de amor a la Ciudad de México, en particular al barrio de Mixcoac; y el tercero es una reflexión sobre la historia política mexicana que va de los años setenta a finales de los ochenta del siglo pasado. Es, y este es un mérito a resaltar, una novela que rescata los hechos de 1988. Tenemos la novela de la revolución, novela también de la cristiada y de otros hechos históricos, como 1968, pero no teníamos novela de la gesta de 1988.

Ahora la tenemos. Editada por Espasa en un flexible volumen de 335 páginas, Las heridas se lee con facilidad; su redacción, que arranca en el hoy para regresar al pasado, busca la eficacia de un lenguaje claro y entendible. El autor sabe que es un texto de ficción, no una obra académica ni una novela experimental.

La diferencia entre el cuento y la novela radica en que el primero nos narra un momento en la vida del o los personajes en que hay una toma de conciencia, o se presenta un hecho definitorio en su vida. Así puede verse, por ejemplo, en el cuento El sur, de Borges, en el que Dahlmann se enfrenta al momento para el cual nació. Por su parte, la novela nos narra una historia que puede ser de triunfo; o puede ser de caída, como en La casa de Mujica Lainez, pero que siempre es un proceso de transformación de los personajes. Ya sea que se recurra al viaje, físico o espiritual, al género epistolar, o mediante cualquier otro artilugio, al leer una novela asistimos a un proceso de transformación del personaje.

De la Mata Pizaña conoce la diferencia entre cuento y novela, y entiende que nos tiene que narrar una historia. Pero da un paso más allá: sus personajes, en transformación, no son solamente personas, sino que incluye también a la ciudad, que es suya, y al propio país.

Cierto, Francisca, Ubalda, Alfonso, Javiera, son seres que habitan el texto y se describen desde dentro de manera que puede uno sentirlos vivos. Pero la narración de Mixcoac, por ejemplo, también recrea en nuestra mente un barrio que, por estar tan claramente descrito, puede ser nuestro propio rumbo de la infancia. La papelería a la que íbamos a comprar cuadernos, o el peluquero que nos cortaba a casquete corto, están en la novela, pero también estuvieron en nuestras vidas.

El barrio se transforma en el texto. Pero también la ciudad y la nación. Y así, mientras que los personajes humanos hablan, la ciudad y la nación están presentes en sus agitaciones, en sus cambios constantes.

Las heridas de Las heridas son personales, pero también colectivas. Y sólo a través de ellas cambiarán las vidas de los personajes. Existe un elemento adicional en la novela: el olfato. En todo momento es un elemento presente, lo mismo el aroma del ser amado que en la peste de la sangre, el sabroso olor de la fritanga, que el que se percibe dentro de una iglesia. Es un acierto, porque el olfato es el más primitivo de los sentidos, el que nos guía en nuestros primeros días y el detonante de nuestros recuerdos más queridos, o más aborrecidos.

La nación puede ser vista de dos formas. La primera, como un monumento o una idea que se nos explica en la escuela, que por grande es excesiva y no podemos asirla sino sólo mencionarla en un discurso. La segunda es la íntima, la que conocemos en las pequeñas cosas compartidas como comunidad, en esa historia que ya no es la del libro sino la que vivió un antepasado que conoció a Zapata o saludó a Villa, que sufrió la represión del 68 o que escuchó a Cuauhtémoc Cárdenas en el zócalo, esa patria que vivimos todos los días y sentimos en la epidermis.

En Las heridas la patria es vista desde lo íntimo, como en López Velarde. En la lucha de mujeres por salir adelante, en la admiración conmovida de un niño, en el enfrentamiento desigual entre los ideales y la represión, todo esto con nombres, con colores, con calles y lugares específicos. Con olores que nos inundan mientras leemos.

La nación cambió porque las personas cambiamos, y esto sólo puede ser visto desde las historias personales, para que siga siendo carne y no mármol, que está muy bien sólo para que las palomas se posen en él.

¿A quién puede interesar leer Las heridas? A quien quiera explicarse el México de hoy, que le guste la política y la historia reciente. Pero también a quien busque una lectura íntima, personal, que nos hable de seres parecidos a nosotros, que compramos en mercados y recordamos con ternura a quienes se nos fueron. 

En los hechos grandes, y en los pequeños, la narración de “Las heridas” nos muestra un poco de lo que fuimos y por eso seguimos siendo. Espejo que refleja el pasado para atisbar el futuro.


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Luis Octavio Vado Grajales

Profesor-investigador de la Escuela Judicial Electoral, doctor en Derecho.

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