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Luces y sombras a un año del gobierno de Milei

El próximo 10 de diciembre se cumple un año de que Javier Milei llegara a la presidencia en Argentina. Su victoria en la segunda vuelta electoral tan solo unas semanas antes de dicha fecha marcó un parteaguas en la vida política del país en tanto Milei construyó su liderazgo con un discurso disruptivo y por fuera de los partidos políticos que en años anteriores habían detentado el poder institucional y monopolizado la discusión pública. De hecho, la fuerza política que sirvió como plataforma para su candidatura había sido fundada solo tiempo antes y abrevando de diversas agrupaciones dispersas, sin consolidar una presencia territorial extendida. 

Estos diversos elementos tuvieron efectos directos en el escenario que se presentó al inicio del gobierno. Por un lado, si bien la victoria electoral resultó contundente, esto no se tradujo de manera directa en un poder institucional sólido por parte del nuevo oficialismo ni a nivel nacional ni en el plano subnacional. En cuanto a la composición del Congreso, nunca desde el regreso de la democracia en 1983 el partido gobernante había estado en una posición tan débil, con bancadas minoritarias tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado. En lo que hace al ámbito subnacional la debilidad resultaba aún mayor, ya que ninguno de los 24 ejecutivos provinciales estaba en manos de la fuerza política del presidente. 

Por otro lado, tanto en la forma como en el fondo del discurso del ahora presidente muchos veíamos un tono que desafiaba los consensos construidos en torno al funcionamiento de las instituciones democráticas del país, de manera similar a lo expresado por otros líderes populistas de la región y del mundo.

Lo anterior explica que en los días posteriores al cambio de mando la sensación más extendida entre una porción relevante de la sociedad fuese de incertidumbre. Esta se veía acrecentada por el hecho que durante la campaña Milei había abrazado un discurso refundacional sostenido en una serie de propuestas (como por ejemplo dolarizar la economía) que aparecían como difíciles de implementar en la práctica y/o requerían cambios normativos sustantivos para los que su partido no contaba con suficiente fuerza legislativa. 

A lo anterior se sumaba un contexto económico sumamente complicado, con una inflación espiralizada como resultado del aumento del gasto público en el marco de la elección,  férreas restricciones cambiarias que habían incrementado la distancia entre el tipo de cambio oficial y el que operaba en el mercado paralelo, un déficit fiscal crónico y las cuentas del Banco Central en rojo. Si ya de por si todos estos ingredientes daban cuenta de una situación compleja, la posibilidad de que Milei llevara adelante una reducción drástica del gasto público tal como había sostenido reiteradamente durante la campaña alentaba los temores de protestas sociales que pusieran presión al gobierno que se inauguraba. 

A ya un año de lo que entonces se vivía como una situación inestable y con pronósticos de empeorar los resultados han sido mixtos, pero el presidente ha atravesado la situación en mejores términos de los augurados y sobrevivido a diferentes tormentas que tuvo que enfrentar. El panorama político, económico e incluso social aparece hoy en día más consolidado de lo esperado un año atrás: el gobierno ha logrado que el Congreso aprobara leyes relevantes para su agenda a partir de alianzas con otras fuerzas, la inflación muestra una dinámica descendente, el déficit se ha reducido de manera drástica y transformado en superávit. Además, si bien se han generado diferentes olas de protestas de diversos sectores, la situación social no ha experimentado el estallido que se auguraba a pesar de los recortes sustantivos experimentados por el gasto y el aumento de la pobreza e incluso la indigencia. 

De cara a este fin de año que aproxima algunas encuestas muestran que la popularidad del presidente Milei y la aprobación de su gobierno es similar a la que tenía en un principio o, incluso, ha aumentado. Lo anterior no implica argumentar que estos meses han sido calmados o apacibles: el conflicto y la polarización se han instalado como norma en la vida política del país, en gran medida impulsados por el propio presidente o figuras cercanas. La confrontación, el insulto y la descalificación se han convertido en una marca registrada en los discursos, intervenciones y tuits del propio presidente, y han alcanzado no solo a los opositores sino incluso a periodistas, políticos o figuras públicas que le son cercanas en términos ideológicos pero que han osado criticar algunas de las medidas del gobierno.

Si bien las posturas del gobierno han continuado siendo extremas en aspectos como el cultural o las relaciones con el exterior, tanto en el plano económico como político ha imperado el pragmatismo y un accionar que le ha dado cause a demandas de ciertos sectores sociales críticos de los gobiernos kirchneristas e incluso de una derecha más moderada de la que Milei siempre se mostró opuesto y como una figura superadora.

Es importante profundizar un poco más en estas diferentes dimensiones para destacar de manera más clara las luces y sombras de este último año.

En el plano económico, el gobierno de Milei puso desde sus inicios la atención en controlar la inflación, recortar el gasto público y promover la desaparición de diferentes regulaciones y actividades económicas llevadas adelante por el Estado. La disminución del gasto público se logró en gran medida manteniendo estables algunas erogaciones del estado, siendo las más importantes las jubilaciones y pensiones así como los salarios de empleados públicos, lo que en un contexto de alta inflación supuso una reducción en términos reales. También se suspendieron las obras públicas, se redujo la planta del personal estatales, se limitaron las transferencias a las provincias y se recortaron o eliminaron diferentes programas y subsidios.

Al mismo tiempo, se llevó adelante una importante devaluación del peso, aunque no se avanzó en la dolarización prometida durante la campaña y, por el contrario, se mantuvo el férreo control de cambios (conocido popularmente como “cepo”). Los principales resultados de los que se ufana el gobierno en el ámbito económico han sido una desaceleración de la inflación, luego de una subida abrupta en los primeros meses, una reducción del gasto que ha permitido transformar el déficit fiscal en superávit, un saneamiento de las cuentas del Banco Central y una estabilización del tipo de cambio. 

La contracara ha sido una caída sustantiva de la actividad económica durante los primeros meses de gobierno, una tendencia que recién ahora parece mostrar algunos signos de reversión, una reducción del poder adquisitivo de los salarios de algunos sectores de la economía. A lo anterior se suma un deterioro de diversos indicadores sociales y un aumento de la pobreza e indigencia, que el gobierno propone que solo será temporal hasta que la economía vuelva a ganar dinamismo. Varias de las medidas implementadas generaron además la reacción de distintos sectores sociales afectados. Solo para mencionar un ejemplo, la intención de reducir el presupuesto de las universidades públicas dio lugar a protestas multitudinarias que llevaron al gobierno a suspender la iniciativa. También se dieron diferentes conflictos entre el ejecutivo federal y los gobernadores por la intención del primero de afectar los recursos girados a las provincias. 

En el ámbito político también ha imperado el pragmatismo, en particular luego de diferentes derrotas legislativas experimentadas por el gobierno durante sus primeros meses de gestión. Milei construyó su ascenso como un outsider, presentándose como la contracara de la clase política tradicional (a la que bautizó como “casta”). Lo anterior no solo le sirvió para ganar la elección, sino que resultó la postura imperante durante los primeros meses. Por ejemplo, resultó simbólico que el discurso inaugural que los presidentes dirigen al Congreso el día de su toma de protesta decidiera brindarlo en un escenario armado afuera del palacio legislativo y de cara a los ciudadanos que se habían congregado allí. 

Sin embargo, luego de que durante los primeros meses el legislativo bloquearan diferentes iniciativas del ejecutivo, en un clima de conflicto directo con el presidente, el gobierno comenzó a abrazar una estrategia más negociadora. Esto supuso por un lado que dentro del gabinete ganaran poder figuras tradicionalmente identificadas con la “casta” y que además se buscaran acuerdos con diferentes grupos parlamentarios y gobernadores, intercambiando de manera individual apoyo a cambio de diferentes prebendas. Es relevante que el presidente evitó por todos los medios establecer coaliciones formales con otras fuerzas políticas, en particular con el partido del expresidente Mauricio Macri, y lo que ha imperado ha sido una dinámica de negociación “caso por caso”. Lo anterior pareció dar sus frutos en tanto el gobierno logró la aprobación de ciertas leyes relevantes para su programa económico y además evitó que la oposición en el Congreso pudiese insistir con iniciativas que había logrado aprobar en primera instancia, pero fueron vetadas por el presidente. 

El pragmatismo anterior ha convivido sin embargo como posturas extremas en otros planos. El gobierno se ha embarcado desde sus inicios en un “batalla cultural” contra las ideas y políticas progresistas que imperaron en los gobiernos anteriores identificados con el kirchnerismo. El propio Milei se ha ufanado de la decisión de eliminar el Ministerio de la Mujer, el Instituto Nacional contra la Discriminación y de la cancelación de diferentes programas culturales y educativos. Diferentes figuras del gobierno han además manifestado posturas críticas respecto de políticas ya consolidadas como la Educación Sexual Integral (ESI), la interrupción del embarazo o el matrimonio igualitario.

El extremismo también ha atravesado la política exterior, aunque con ciertos matices. Desde un inicio Milei dejó en claro su decisión de alinearse con Estados Unidos e Israel, y mostró posturas críticas respecto de organismos multilaterales, incluyendo a la Organización de las Naciones Unidas, e iniciativas internacionales para promover los derechos humanos o limitar los efectos negativos del cambio climático. Estas posturas llevaron a que la sostenida actividad internacional del presidente se enfocara en su participación en diversos foros de la extrema derecha alrededor del mundo, en los que no ha dudado en descalificar a presidentes identificados con la izquierda como el español Pedro Sánchez, el mexicano López Obrador, el colombiano Gustavo Petro o el brasileño Lula da Silva. El posicionamiento de Milei también explica su abierto apoyo a Donald Trump en las recientes elecciones en Estados Unidos. El único “giro pragmático” en el ámbito internacional ha tenido que ver con China, de la que durante la campaña el presidente proponía un distanciamiento, pero que ahora valora como un socio relevante, probablemente como resultado de la dependencia estructural de la economía argentina de las exportaciones al gigante asiático.

Para concluir es importante destacar que la consolidación de un clima de mayor estabilidad en lo político y en lo económico parecen ser las principales variables detrás del sostenimiento, e incluso aumento, de la popularidad presidencial. En ambos casos sin embargo el equilibrio logrado no parece estar asegurado y se plantean dudas respecto de la sustentabilidad de las posturas del gobierno en el mediano plazo. Una cuestión relevante es que ambas temáticas están imbricadas. El presidente apuesta a que la mejora económica se traduzca en un triunfo sustantivo de las candidaturas del oficialismo en las elecciones legislativas del 2025. La apuesta es que una victoria de ese tipo consolide la postura del gobierno e incluso abra la puerta para una potencial reelección de Milei en 2027. Cualquier turbulencia en el plano económico que se genere antes de dichas elecciones intermedias seguramente tendrá efectos negativos en el desempeño oficialista. A su vez, una mala elección generará malas perspectivas en el plano económico con la potencialidad de profundizar un círculo vicioso. 


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Juan C. Olmeda

Es doctor en Ciencia Política por el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Northwestern, Estados Unidos (2013), en dónde además obtuvo un Master en Ciencia Política. Anteriormente obtuvo un Master en “Ética, Política y Política Pública” por la Universidad de Essex, Reino Unido (2001). En la actualidad es profesor-investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México y miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), Nivel 1. Entre marzo de 2017 y diciembre de 2022 fue director de la revista Foro Internacional. Se especializa en política comparada con un foco en los países federales de América Latina. Uno de los ejes de su trabajo de investigación es el referido al estudio de las reformas administrativas y el diseño de las políticas públicas en las entidades federativas mexicanas. Es autor del libro ¿La unión hace la fuerza? La política de la acción colectiva de los gobernadores en Argentina, Brasil y México (El Colegio de México, 2021) y co-editor de la obra Gobernanza democrática y regionalismo en América Latina (El Colegio de México, 2022). Ha publicado diversos trabajos en las revistas académicas como Regional and Federal Studies, Bulletin of Latin American Research, Revista Mexicana de Sociología, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Colombia Internacional, Revista de Ciencia Política y Foro Internacional, entre otras. Es integrante del Consejo Asesor del Observatorio de Reformas Políticas en América Latina

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