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Lula

A partir del 1 de enero de 2023, gobernaré para 215 millones de brasileños, no solo para lo que votaron por mí. Nos hay dos Brasiles. Somos un solo país, un solo pueblo, una gran nación.” (Mensaje en su cuenta de Twitter del presidente electo de Brasil).

La victoria electoral en segunda vuelta de Luis Ignacio Da Silva -“Lula”- sobre Jair Bolsonaro es una buena noticia para los sectores democráticos y progresistas de toda América, y también de otras regiones del planeta.

Con la llegada, por tercera vez, de Lula a la presidencia del país más grande y poblado de América Latina queda conjurada, por ahora, la perspectiva de una profundización de las políticas, económicas y sociales, de extrema derecha, y el uso faccioso, con fines electorales, de las fuerzas armadas de Brasil. Lo apretado de la victoria de Lula (menos de dos puntos porcentuales de ventaja) es un hecho que determinará el curso del nuevo gobierno.

Por fortuna para Brasil desde el primer minuto que siguió a la confirmación oficial de su victoria el domingo pasado, la reconocida capacidad y voluntad del presidente electo para moderar su propio discurso, y con ello el de sus seguidores, ha estado presente. De igual forma, el equilibrio de fuerzas existente en el Congreso brasileño y en sus gobiernos estatales y municipales, hará necesario que Lula, y su alianza de partidos, busquen acuerdos con fuerzas ubicadas en el flanco derecho de la política brasileña.

Es un error ver en el triunfo de Lula como parte de una misma corriente o tendencia, en que los gobiernos que se dicen de izquierda en nuestra América son metidos al mismo saco. La democracia brasileña no es equiparable a la dictadura implantada por Daniel Ortega y su esposa en Nicaragua. Tampoco tiene que ver con la tragedia causada a Venezuela por Chávez y Maduro. Ni con la ausencia de libertades y democracia que por décadas ha padecido el pueblo cubano.

La democracia brasileña y sus instituciones electorales resistieron los amagos y embates de Jair Bolsonaro, las imprudentes declaraciones de algunos altos mandos de las fuerzas armadas de ese país, y las predicciones de fraude y conflicto postelectoral.

La victoria de Lula fortalece a las democracias que en América Latina siguen permitiendo el relevo de mando en paz y civilidad, con autoridades electorales que son garantes del respeto al voto. Más allá de las características y particularidades de quienes han surgido de elecciones libres para encabezar a sus países, el denominador común ha sido la existencia y persistencia de instituciones electorales con capacidad para organizar y desarrollar comicios en que los votos cuentan y se cuentan.

Comparar algunos aspectos de los sistemas electorales de Brasil y México, con el objetivo de denostar al INE, es ejercicio de mala fe por parte de algunos, o de pura ignorancia de otros. En las frágiles democracias de nuestra América, todo sistema electoral es producto de la historia de cada nación, de los acuerdos entre sus fuerzas políticas y del desarrollo de sus procesos sociales. Dar por un hecho inalterable que la democracia electoral está asegurada es un error. Ejemplos hay varios y recientes.

Llama la atención es el contraste entre los relevos generacionales y la inexistencia de ese factor entre las izquierdas de nuestra América. Mientras que en Chile y Colombia han accedido a la presidencia jóvenes políticos, surgidos de las crisis y transformación de los viejos partidos y de la configuración de nuevas alianzas para formar mayoría, en los dos países de mayor peso demográfico y territorial, Brasil y México, ese relevo no se haya producido, aún.

Entre 1989 a 2022 Lula ha sido candidato a la presidencia de Brasil en seis ocasiones, de las cuales ganó las tres últimas. Lo significativo es que doce años después de que dejara la presidencia, y con 77 años cumplidos, Lula haya sido la única carta ganadora de la izquierda brasileña. En nuestros lares, en el periodo de 1988 a 2018 -30 años- la izquierda mexicana ha tenido dos candidatos presidenciales significativos. Cada uno con tres intentos.

El martes pasado, mal y de malas, Bolsonaro aceptó, sin decirlo explícitamente, su derrota. Hoy podemos festejar que en Brasil el voto ha sido respetado y una nueva alternancia dará comienzo el primer día del próximo año. Por sus mensajes y declaraciones, cabe desear que, en el ejercicio de su cargo, el presidente Lula Da Silva sea factor de impulso a las izquierdas democráticas en América Latina.  


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Jorge Alcocer V.

Director fundador de Voz y Voto. 

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