Presidenta devaluada
El 2 de junio de este año el tipo de cambio era de 17 pesos por dólar, el día de hoy alcanza, en ventanilla bancaria, 21 pesos. Hay una devaluación del 23.5 por ciento. De continuar la tendencia observada en ese periodo, al cierre de este año podríamos llegar a 22 pesos por dólar, o un poco más.
En ese periodo ocurrieron algunos hechos que se relacionan con el comportamiento del mercado cambiario. El primero fue la victoria de Claudia Sheinbaum, que no provocó sobresaltos de orden económico. El segundo, que despertó las primeras desconfianzas, fue la inconstitucional mayoría calificada que el INE y el TEPJF entregaron a Morena y aliados en la Cámara de Diputados. El anuncio de la elección judicial, y la decisión de extinguir 7 órganos autónomos, empujaron la devaluación, la que se precipitó cuando el hoy ex presidente, con la anuencia de la presidenta electa, hizo aprobar, a troche y moche, la iniciativa para destituir a los impartidores de justicia en todo el país y la preparación de una elección judicial en junio de 2025. En las semanas siguientes el peso se ha movido en una franja de entre 19 a 21 pesos por dólar, sin retornar a los niveles previos a junio de 2024, lo que casi nadie espera ocurra, salvo la SHCP.
Formo parte de las generaciones que vivimos los ciclos de crisis económicas recurrentes, con espirales inflacionarias y devaluaciones del peso. El denominador común fue un contexto externo desfavorable combinado con decisiones internas de política económica que cambiaron las expectativas empresariales provocando la caída de las inversiones privadas y fuga de capitales. Creo que el caso que merece volver a ser estudiado, por incluir casi todos los elementos posibles de una debacle económica, es el de 1982.
Lo que hoy estamos viendo es una situación económica que tiene similitudes con 1982 pero también importantes diferencias. De las primeras destaca la debilidad de las finanzas públicas -ingresos insuficientes y gastos crecientes- que conducen a un déficit elevado, generador de inflación, y por consecuencia deterioro del poder de compra del salario. En el año final de López Portillo el detonador de la crisis fue la caída del precio del petróleo, que aportaba más del 40% de los ingresos fiscales del gobierno. En el año final de López Obrador el detonador es la desmesurada expansión del gasto público para continuar las mega obras del delirio sexenal y la compra de votos a través de los programas sociales. Hoy como ayer el déficit presiona al alza la inflación.
Destaco dos diferencias: una es el sector externo. En 1982 la petrolización de las exportaciones y las finanzas públicas explica buena parte del colapso que provocó la caída del precio del petróleo. Hoy México es el socio comercial número uno de Estados Unidos. El déficit de la balanza de pagos es manejable y las reservas del Banco de México son elevadas. Los ingresos por remesas otorgan un flujo continuo que da a esa reserva sostén ante variaciones coyunturales en el mercado cambiario. Una segunda diferencia es la autonomía del Banco Central, que otorga confianza a los inversionistas, al poner un dique a la irresponsabilidad presidencial de querer gastar más sin tener ingresos equivalentes. Sin embargo, el dique no es suficiente cuando el poder presidencial se ejerce de la forma en como lo hizo López Obrador en sus seis años de gobierno. De la cancelación del NAIM a la refinería que no refina, lo que vimos en acto fue, citando a Tuchman, la “marcha de la locura”.
En septiembre de 1982 López Portillo justificó su conducta ante la debacle diciendo: “soy responsable del timón, no de la tormenta”. El otro López, Obrador, es responsable de la tormenta que viene, por su manejo del timón. Dos hechos internos explican la amenaza que tenemos enfrente en el terreno económico. El otro es externo y tiene nombre y apellido: Donald Trump. Los internos son la crisis fiscal que el tabasqueño heredó a su sucesora y la destrucción institucional llevada a niveles de atropello y caos en un periodo de 3 meses.
Cual pirómanos, el que se fue y la que llegó han rociado gasolina a una pradera seca, a la que arrojaron el cerillo que puede incendiarla. Eso hacen al destruir al Poder Judicial y los órganos autónomos que aseguran transparencia gubernamental, competencia económica y la regulación de las telecomunicaciones, lo que culmina con la demolición de la CNDH, de la que su reelecta titular se encargará de no dejar piedra sobre piedra.
Lo ocurrido en el sexenio de López Obrador, y en los 2 meses de gobierno de Sheinbaum, corresponde casi a la perfección a lo que Bárbara Tuchman llamó “la irracionalidad en política”. Esa “marcha de la locura”, en la que el gobernante ignora la realidad, los datos y hechos que a gritos le alertan de las negativas consecuencias de sus actos, para refugiarse en una realidad alterna, que solo existe en su cabeza. “Yo tengo otros datos”.
La presidenta se refugia en la misma práctica de su antecesor y con ello se devalúa. Niega la realidad, o la pretende conjurar con “otros datos”. Atribuye a sus adversarios la responsabilidad por sus errores, al tiempo que ignora las incapacidades de su equipo, que es, en buena parte, imposición del que no se ha ido. Discrepo de quienes esperan que una crisis económica haga cambiar a la presidenta. Por sus virtudes y defectos, por su talante autoritario, me temo que la crisis que viene provoque en ella reacciones descontroladas y decisiones aún mas irracionales de las que ya le vemos.
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