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Adiós a un grande

Daniel Zovatto ha compartido recientemente una serie de muy bien documentadas apreciaciones sobre las condiciones actuales de la democracia y las elecciones en América Latina. Me permito resumir varios de sus planteamientos y mezclarlos con algunos giros y reflexiones propias, recogidos y elaboradas, unos y otras, a vuela tecla en el transcurso de su disertación magistral en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, el pasado 8 de noviembre.

Para el distinguido jurista y politólogo argentino es fundamental tener en cuenta que la Carta Democrática Interamericana, suscrita en 2003, la cual prioriza los derechos políticos y los complementa con los derechos sociales, mantiene su vigencia en tanto eje axiológico e institucional de la democracia representativa. Eso no obstante que, según ha hecho notar Moisés Naím, en la región desde hace varias décadas están presentes las tres “p”: populismo, posverdad y polarización.

Zovatto advierte que la democracia muestra condiciones mixtas. Por una parte, es claro que ahora contamos con mayor número de democracias representativas que antes de 1978, cuando inició la transición, o bien, que los países de la región viven el periodo democrático más resiliente, según Levitsky y Ziblatt. Empero, por la otra, también es evidente que ha avanzado el pesimismo frente al optimismo que se observaba en el inicio o a la mitad del proceso transicional y que esta es una actitud muy presente en las juventudes. 

La literatura profesional revela que el deterioro de las democracias halla sus causas más adentro que afuera de los respectivos países; que a ese fenómeno no escapan las democracias maduras; y que el contexto internacional, plagado de múltiples crisis –por ejemplo, las guerras o la disputa entre los Estados Unidos y China– no es ajeno a la incertidumbre y sentido de desorientación que ha provocado, entre otros factores, el desgaste del relato liberal, apunta Zovatto.

Agrega que, en la dimensión global, los reportes advierten que por sexto año consecutivo la democracia se ha deteriorado; que este dato se registra sobre todo en las elecciones, los parlamentos y la función de la justicia; y que una minoría de menos del 10 % de la población mundial vive en democracias plenas, lo que significa que las democracias híbridas y las de corte autoritario se han expandido. 

De manera preocupante, poco más del 50 % de la población –al menos de la población consultada– estaría en favor de gobiernos autoritarios o fuertes, si es que le resolvieran sus necesidades básicas. Pese a ello, el mundo hoy es más libre que antes y los gobiernos autoritarios no tienen el futuro asegurado, continúa nuestro colega.

Específicamente, en América Latina es de destacar que la Tercera Ola Democrática –iniciada en 1978 en República Dominicana y Ecuador– se ha extendido por cuatro décadas y media, aunque, según se ha venido haciendo notar, desde 2006 comenzó a perder vigor y se han experimentado “contra-olas”, a las que, por cierto, se han referido lo mismo Samuel Huntington que Jorge Carpizo.

El analista cordobés dibuja y justifica distintas tendencias enmarcadas en la compleja situación de la democracia latinoamericana. Las democracias representativas se muestran más heterogéneas y registran diferentes grados en su desarrollo en la región. Al persistente descenso de su vitalidad, se opone el relativo optimismo motivado en que en su conjunto aquella alcanza el tercer rango más alto, sólo después de Europa y Norteamérica. 

De los veinte países de la región, Uruguay continúa en el primer sitio, seguido de Chile y Costa Rica, y más abajo, detrás de las democracias de calidad intermedia o híbridas, aparece un preocupante listado en el que se ubica la mayoría, y que van de El Salvador, Guatemala, México y Perú, a los casos más graves: Venezuela, Cuba, Haití y Nicaragua.

Más todavía, Zovatto alerta que, de acuerdo con las mediciones internacionales, la mitad de las democracias que se convirtieron en híbridas o francamente autoritarias, a su vez se han erosionado de manera importante. Por solo mencionar algunos indicadores, en estas se han intensificado los ataques al poder judicial, los organismos autónomos o los organismos electorales. La cultura política democrática se ha degradado al 48 %. La orientación pro-autoritaria juvenil está en 54 %. Más del 70 % de la población en la región está insatisfecha con la situación prevaleciente o cree que las elites se aprovechan de ella. Pese a que la corrupción, inseguridad y muertes violentas se han incrementado, el militarismo también ha avanzado y se ha extendido a varios sectores de la vida pública.

Es icónico el fenómeno de la “bukelización” de la política salvadoreña, así bautizado por Zovatto, cuyo método consiste en desmantelar la democracia con apoyo popular y canalizarlo para ir ganando más espacios. Entre estos se incluye el del poder judicial, lo que redunda en resultados a corto plazo y la dilución de la democracia en el horizonte. 

El ejemplo de El Salvador tiende a reproducirse, en forma distorsionada, ilustrativamente en Honduras, en tanto que en Guatemala el conocido como “Pacto de Corruptos” –una suerte de coalición de poderes fácticos y formales– se ha estado negando a ceder su lugar a la fuerza política que ganó las elecciones presidenciales con amplio apoyo popular. Todo ello en lugar de que se ejerciera una estrategia que balanceara seguridad con derechos humanos en favor de la democracia representativa.

A ese patrón de debilitamiento, visible en el lapso 2001-2023, le es correlativa la desactualización de los mecanismos interamericanos de defensa de los derechos humanos y la democracia, o bien, la instrumentalización de la justicia. Los ciclos electorales en la región son amplios e intensos, por lo que permiten registrar algunos datos que delinean tendencias: desde 2019, todas las elecciones presidenciales, salvo en Paraguay, las perdió el partido en el gobierno. El 30 % de los comicios se fueron a segunda vuelta y la reversión del resultado se produjo en casi el 80 % de los casos, además de que en cinco de los ocho más recientes –a los que hay que sumar a Argentina a finales de noviembre de 2023– ganó quien en la primera vuelta se situó en segundo lugar.

No se puede afirmar que la región esté experimentando una nueva “marea rosa” o regreso de las izquierdas, pues, si bien las primeras cinco economías se orientan en tal sentido, entre ellas hay diferencias sustanciales y afrontan un escenario –económico e internacional, en general– mucho más complejo que hace veinte años. Sumado a lo anterior, el rostro de la inestabilidad se asoma de nuevo, ya que varios de los presidentes electos en el periodo 2021-2023 no alcanzaron siquiera dos años de ejercicio y fueron removidos, esto en Perú y Ecuador. La mayoría ha visto descender su popularidad o tambalearse, salvo Lula, en Brasil, quien se sostiene a pesar de tener el factor del Congreso en contra. 

En síntesis, se observa con más frecuencia el voto de castigo y ciclos políticos más bien cortos que largos, como aquellos de los que en apariencia gozó la derecha al inicio de la transición o en medio de la transición, por ejemplo, en Chile o Colombia. Más todavía, los sistemas de partidos se han fragmentado notoriamente, lo cual, subraya Zovatto, se debe en buena parte a que la segunda vuelta latinoamericana sólo se realiza para presidente, pero no para integrar los congresos nacionales, agudo punto del que conviene tomar nota.

A todo ello se suma la tendencia de votar a candidatos altamente personalistas, anti-casta o populistas. A esto hay que adicionar los ingredientes explosivos de la hiper-polarización política o radicalización, lo que en parte se debe al uso de las redes sociales y las malas prácticas electorales cuando aplican, entre otros instrumentos, la inteligencia artificial, así como la recurrencia del hiper-conflicto y la sobre-judicialización electoral –téngase presente, sin duda, el llamado lawfare o “guerra judicial” con todos sus dañinos efectos en la vida y la percepción públicas–.

El intelectual argentino identifica, entre la resiliencia y el deterioro de las democracias latinoamericanas, ocho prioridades para la agenda pública:

  1. Refinar la teoría clásica de la democracia para propiciar la innovación política institucional.
  2. Mayor resiliencia electoral y legitimidad de ejercicio.
  3. Imprimir centralidad a la política, los partidos y los congresos, a la cultura política y los canales de comunicación, sobre todo para propiciar el paso de los derechos de los electores a los derechos de ciudadanía.
  4. Transferir más poder al poder judicial para abonar a la seguridad y no a la impunidad.
  5. Apostar por la gobernabilidad ante sociedades desgastadas, calles calientes y urnas fatigadas.
  6. Imprimir una mayor dimensión social a la democracia –lo que está previsto en la Carta Democrática Interamericana– renovando por esa vía los contratos sociales.
  7. Recuperar el consenso sobre el concepto de democracia y sus mecanismos de defensa.
  8. Fortalecer las instituciones compensatorias o de garantía.

Para Zovatto, el llamado es a la resiliencia y a la innovación para remediar los problemas heredados del siglo XX, a las que se agregan nuevos retos, por ejemplo, la inteligencia artificial, no con instituciones del siglo XIX sino –diríamos– con otros modelos o modalidades.

Al final, es un hecho que la democracia sigue siendo el régimen más flexible, un ideal y una acción constante que requiere liderazgo, valores, compromiso y resultados. Y, en efecto, así conviene entenderla, más aún cuando, según datos de la revista The Economist del mes de noviembre de 2023, en el año 2024 dos mil millones de personas de más de setenta países en oriente, el sur y occidente irán a las urnas. Lo harán en medio de grandes tribulaciones y conflictos abiertos tanto entre países –por ejemplo, los conflictos Rusia-Ucrania y el de Israel-Palestina, ambos con ramificaciones o implicaciones regionales o globales–, y desde luego en los Estados Unidos, en donde la tensión polarizante y el conflicto político-electoral cada vez es más probable.

En los días que corren, ningún país democrático está exento de este tipo de fenómenos.

Este texto fue elaborado luego del evento organizado por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM con motivo de la finalización del encargo de Daniel Zovatto como director para América Latina en IDEA Internacional.

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Raúl Ávila Ortiz

Doctor en derecho constitucional por la UNAM, maestro en estudios latinoamericanos por la Universidad de Texas en Austin y especialista en políticas públicas por la London School of Economics and Political Science.

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