Congreso de Morena
Mucha tinta y algunos minutos de antena dedicaron los medios de comunicación al Congreso Nacional de Morena, celebrado el pasado fin de semana en la CDMX.
Dos hechos ocuparon la atención de los reporteros. La competencia de porras entre los partidarios de la jefa de gobierno de la CDMX y los del tabasqueño que despacha en el Palacio de Cobián fue uno de esos hechos. El otro fue la reelección del presidente nacional y la secretaria general de ese partido, a los que se prolongó en sus cargos hasta pasada la elección federal de 2024, así como la unción del gobernador de Sonora, Alfonso Durazo, como presidente del Consejo Nacional de ese partido.
Sabe Perogrullo que los asuntos de los partidos políticos interesan en primer lugar a quienes a ellos están afiliados, luego a sus simpatizantes y finalmente, de manera muy poco frecuente, al resto de los humanos. En el caso que comentamos, hay una singularidad: lo resuelto por los delegados al Congreso de Morena no parece interesar siquiera a los que votaron a favor.
Al parecer una mayoría de delegados aprobó cambios importantes a los Estatutos de Morena, entre los que destacarían los que permitieron extender el mandato de su presidente y secretaria general y nombrar a un gobernador en funciones como presidente de su Consejo Nacional. Hasta antes de esos cambios, que supongo aprobaron, esa extensión de mandato y ese nombramiento habrían sido violatorios de los Estatutos.
Puede ser que la reforma estatutaria ahora permita que un servidor público ocupe un cargo partidista como el otorgado al gobernador de Sonora. Pero ese nombramiento es contrario –creo- al artículo 134 de la Constitución, que impone a los servidores públicos la obligación de imparcialidad en la competencia entre partidos políticos. ¿Se puede ser imparcial ocupando un cargo público y al mismo tiempo ejercer una posición de dirección superior de un partido político? Creo que no. Pero serán los consejeros del INE los que resuelvan si el cambio estatutario de Morena es compatible con esa norma constitucional.
La lectura que la mayoría de los reporteros y columnistas han hecho de los resultados del Congreso de Morena es en el sentido de que la aspiración de Claudia Sheinbaum a la candidatura presidencial ha quedado apuntalada. Esa lectura se vio reforzada por la integración del nuevo Comité Ejecutivo Nacional del partido del gobierno, en el que personeros de la citada ahora ocupan los cargos más relevantes. También por la ausencia de dos de los aspirantes más significados a esa candidatura, Ricardo Monreal, por decisión propia, y Marcelo Ebrard, que tuvo que asistir a los funerales de Isabel II en Londres, y por el lugar que en las encuestas sigue ocupando, después de más de un año en su cargo, el tercero en ser considerado corcholata por el destapador.
Para sus críticos, incluyendo los de sus propias filas, el Congreso Nacional de Morena es la prueba de la metamorfosis de ese partido en una versión del PRI de antaño; del partido de Estado al servicio incondicional del presidente en turno en la era hegemónica del tricolor.
Algo hay de cierto en esa comparación, pero no es lo mismo el PRI de la era dorada de la hegemonía, formado y transformado a lo largo de varias décadas de ejercicio continuo del poder, que Morena, creatura singular, partido que dice ser movimiento, movimiento que no sabe como convertirse en partido.
Son más las diferencias que las semejanzas entre Morena y el PRI de antaño. De lo que no hay duda es que los genes presidencialistas del priismo han sido transfundidos en la sangre y el cuerpo del hoy partido del gobierno, y que esa transfusión ha tenido como fuente principal a su fundador y líder único.
Tampoco debe quedar en duda que los resultados del Congreso Nacional de Morena son la señal de arranque en la carrera hacia el 2024, y que en la pista de ese partido solo hay una competidora.