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Desbarajuste

Las elecciones en Estados Unidos del próximo 4 de noviembre van a marcar una nueva era para el país que, hasta este momento, es el más poderoso del mundo. Con una economía cuyo pib ronda en poco más de 20.5 billones de dólares y una fuerza militar que absorbe el presupuesto más alto del mundo al destinarle 649.000 millones de dólares,1 equivalente al 36% del total mundial, va a entrar a la era post-covid con una serie de factores que pueden hacer cambiar su condición de país predominante.

Al mismo tiempo, ha mantenido una estable influencia política global que se distribuye a prácticamente todo el tablero geopolítico. Por poner unos ejemplos: en Europa, apuntala a la conquista de la huérfana Gran Bretaña; en América Latina, con varios presidentes que aún persuade con sus apoyos y alianzas económicas y, en Asia, con mancuernas firmes como Japón y Corea del Sur que sirven, a la vez, de contrapeso al poder que ejerce China. En Medio Oriente aún se compromete con las dinastías saudíes y no se diga de la inmaculada dupla que hace con Israel. Incluso, recientemente, hasta con los talibanes fumaron la pipa de la paz.

No obstante, las felonías de Donald Trump –a punto de cumplir cuatro años de gobierno– se han encargado de polarizar una sociedad que nunca se ha acostumbrado a convivir con la otredad. Ahora, las diferencias sociales se han profundizado con sus mensajes nacionalistas, xenófobos, machistas y antiinmigrantes; es decir, en lugar de promover la unidad entre su basta y rica cultura, ha pretendido dividirla y materializar sus promesas hacia la dominante clase blanca. Recordemos que una sociedad resquebrajada abre las puertas al debilitamiento.

El 25 de mayo murió asesinado George Floyd, un afroamericano de 46 años, desempleado como otros tantos millones de estadounidenses por uno de los efectos devastadores del Covid-19. Esa noche, y después de ser denunciado por un supuesto pago con un billete falso, varios policías de Minneapolis se encargaron de arrestarlo, tres de maniatarlo y uno de asfixiarlo. Este acto racista, por la indiscutible saña y desproporción del uso de la violencia hacia un hombre negro, despertó la inmediata indignación generalizada y las protestas comenzaron de este a oeste. Donald Trump, en lugar de criticar la actuación policiaca, amenazó las activas revueltas con el uso de la Guardia Nacional y desacreditó a los manifestantes al etiquetarlos peyorativamente como «anarquistas».

La insensibilidad de Trump para reconocer que su país es uno de los más racistas y no declararse abiertamente crítico ante esta violencia policiaca, le ha perjudicado seriamente rumbo al 4 de noviembre. Las encuestas más recientes lo colocan en un segundo lugar, detrás del otro candidato que también va a contribuir a la decadencia de Estados Unidos, Joe Biden, si es que logra arrebatarle la presidencia a Trump. No hay más opciones hasta este momento; y entre uno de los dos está el futuro de un país envuelto en llamas, lo cual no es muy prometedor para mantener su predominio global.

A Joe Biden se le ha visto ausente y tardío tras asumir la candidatura demócrata. A pesar de que las encuestas le dan la ventaja, en sus discursos y entrevistas se le vislumbra cansado y con errores discursivos evidentes; aún no queda claro si es el candidato óptimo para encabezar un movimiento que –más allá de sacar a Trump de la Presidencia– impulse el cambio estructural que requiere el país.

Aunque noviembre es un mes a la vista, aún falta una desgastante campaña donde, por primera vez, la movilización en redes sociales se va a imponer a los mítines –aún sin condiciones– ante la imposibilidad de realizar actos tumultuosos. Otro aspecto que se considerará es la salud física y mental de los candidatos. Será un mano a mano de dos personalidades de 77 (Biden) y 74 (Trump) años de edad. De hecho, se hicieron virales varios videos donde se le ve limitado a Donald Trump al bajar una rampa y tomar con vaso de agua utilizando las dos manos; las especulaciones inmediatamente abrieron la incógnita de que pudiera tener Parkinson.

Biden desaprovechó la oportunidad de aparecer durante los dos meses más críticos de la pandemia en Estados Unidos y confrontar al Trump más errático. Dejó pasar una gran coyuntura para acercarse a una sociedad confundida, temerosa y engañada, y demostrar ser el candidato de la era post crisis y el estadista que daría las claves para recuperar los millones de empleos perdidos. Hoy día se extrañan más el gobierno de Barack Obama y los discursos de Bernie Sanders. Ese es otro problema de Biden: que su imagen aún no la logra disociar de Obama, y aunque parezca un bonus, lo irá debilitando.

Después de un largo confinamiento político, finalmente Biden apareció cuando se conmemoró el Día de los Caídos, con cubre-bocas negro y lentes obscuros, reflejando una imagen poco amigable y misteriosa, justo la contraria que requiere un candidato cuando se trata de expresar confianza y empatía con la sociedad. Esa imagen, que aún es la que muestra en su perfil de Twitter, le facilitó ataques burlones de Trump. Un candidato debe ser visto a los ojos, y esos ojos deben transmitir seguridad y confianza; él hizo lo contrario.

A esto hay que sumarle que Biden usó el desgastado «manual del candidato» ante la tragedia de George Floyd: reunirse con la familia, asistir a los funerales e hincarse para mostrar una actuada indignación, imágenes desgastadas y poco creíbles. Aún se sabe poco o nada de su proyecto de nación. Aún nada que deje entrever cómo resolverá la grave crisis económica y el desempleo que asola a los estadounidenses como nunca se había visto.

En suma, la sociedad estadounidense se debatirá en darle el triunfo a uno de dos malos candidatos. Su sistema partidista impide o hace casi imposible que perduren candidatos independientes u otros partidos políticos. De esta forma, y tras una accidentada carrera demócrata, Joe Biden y Donald Trump tendrán en sus manos a una potencia mundial que se resquebraja por una serie de circunstancias que apenas hace un año nadie imaginaba.

Más allá de las elecciones que se están confeccionando, hay que analizar el reacomodo global de las potencias bajo el inédito problema mundial provocado por la pandemia del Covid-19 y una estela de problemas que está dejando a su paso que, inevitablemente, va a impactar en la alineación de las potencias globales. Bajo esta premisa, ni Trump ni Biden se ven capacitados para enfrentar estos retos.

En primer lugar, porque Trump ya evidenció –en cuatro años– que no tiene la capacidad de levantar a un país que se ha venido debilitando en la última década, precedido por la crisis económica de 2008. En ese sentido, se extrañan voces como la del expresidente Obama que dijo en 2009 en ese contexto, «a partir de hoy,… debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y volver a iniciar la tarea de rehacer a Estados Unidos», acompañado de un plan de estímulo económico masivo que concedió financiamiento federal, préstamos y reducciones de impuestos a todos los sectores de la economía y fondos federales para fomentar una expansión en tecnología avanzada en los sectores de la energía y el medio ambiente.

La pandemia va a dejar una economía devastada, muy similar a aquéllas en época de guerra. Por supuesto va a superar a la crisis económica y financiera de 2008 y, muy probablemente, a la de 1929, impactando sobre todo a la población de clase media y baja. El desempleo será tan profundo que va a traer consigo pobreza y desigualdad.

Estos efectos, que se harán expansivos a todo el mundo, traerán consigo nuevos liderazgos regionales y globales. Independientemente de quién gane las elecciones en Estados Unidos, enfrentará un nuevo orden mundial donde la debilidad fortalecerá a otros. Por ello, Estados Unidos asumirá una de sus transiciones más comprometedoras donde puede terminar por sucumbir frente a otros jugadores.

Sin lugar a dudas, China va tras la caza de Estados Unidos como el país más poderoso del planeta. Actualmente está a la par en tres de los cuatro pilares del poder: expansión ideológica más allá de sus fronteras, poder militar y su capacidad de cohesión política. Pero aún le falta alcanzarlo en el rubro económico y es a lo que aspira en esta coyuntura.

Después de esta profunda crisis y a falta de un liderazgo que enfrente los grandes desafíos que están por venir, China va a acercarse enormemente, aprovechando estas circunstancias. A pesar de no ser democráticos, sus planes quinquenales han resultado exitosos, lo que ha permitido reducir la desigualdad, incrementar su clase media y expandir su influencia política y social hacia los principales e influyentes centros geopolíticos.

Se habla de un nueva Guerra Fría, pero más allá del recuerdo militar que se tiene de la original entre la Unión Soviética y eeuu, ésta se caracterizará por el control de las nuevas tecnologías, como el desarrollo de la 5G, es decir, la quinta generación de tecnologías, y también por el avance de la ciencia y el acceso al espacio. A partir de ello, será más fácil que se produzcan ciberguerras que desestabilicen las economías nacionales y no guerras generadas en los campos de batalla.

Además, y sumado a todo este cambio que se avecina por la crisis en diversos rubros ocasionado por la pandemia del Covid-19, la sociedad global va a sufrir cambios; no va a ser la misma. En parte porque las nuevas tecnologías que se aproximan tendrán un impacto relevante en la forma en que nos informaremos, comunicaremos y presenciaremos los sucesos relevantes. Seremos una sociedad más exigente que estará extremadamente intercomunicada y con la posibilidad de exigir e impulsar cambios.

El descontento que se está enquistado en diversas arenas sociales por los problemas sembrados por el Covid-19 va a demandar cambios en los sistemas políticos y económicos. Las manifestaciones sociales serán más exigentes, abiertas y quizá más violentas si no se satisfacen sus demandas. Este será otro reto que van a enfrentar los gobiernos: si Estados Unidos y China no asumen estrategias integrales para redistribuir mejor los ingresos y abrir las oportunidades fuera de las élites tradicionales, el camino a la supremacía se llenará de turbulencias.

1 Abril de 2019

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Omar Cepeda Castro

Periodista especializado en temas internacionales.

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