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“El trámite”

Al comparecer ante los consejeros regionales del banco BBVA, interrogada sobre su expectativa del resultado electoral, la candidata presidencial de Morena respondió: “Bueno, falta el trámite del 2 de junio” (Reforma, 07.05.24, p.7)

La jornada electoral es, para Claudia Sheinbaum, un mero “trámite”, para validar lo que las encuestas pregonan -ad nauseam- desde hace más de un año. Preocupante resulta la visión que sobre el voto ciudadano y la democracia tiene quien aspira a ocupar la presidencia de México.

Ver la votación ciudadana como “trámite” es uno más de los nocivos efectos de la pandemia demoscópica que, como termita, carcome los cimientos del sistema electoral y de nuestra frágil democracia.

Como lo reconocen los encuestadores de trayectoria y prestigio, las encuestas dejaron de tener un papel informativo. En procesos electorales anteriores, fueron un medio para atemperar pasiones y litigios, actuaron como moderadoras de optimismos desbordados y contrapeso para profecías que buscaban auto cumplirse.

Nadie sabe hoy si la diferencia entre la candidata que ya se declara ganadora y su competidora será del tamaño que presume la primera, con sus encuestas como garrote para convencer a los escépticos. Lo que sabemos es que la voluntad ciudadana no está escriturada en ninguna de las encuestas que alimentan la soberbia de la ex jefa de gobierno capitalino.

Por fortuna, más allá de encuestas y engaños, el resultado lo decidiremos las y los votantes el domingo 2 de junio próximo.

Mi amiga María de las Heras, una de las 2 grandes encuestadoras de México, decía: “el tema no es que existan los que pagan por encuestas a modo, el problema es que luego se las creen”. En este proceso electoral no hay una en cual confiar, la pandemia demoscópica impide separar la paja del trigo.

¿A cuál encuesta creerle? “A ninguna”, recomienda Roy Campos, quien sugiere ver, al menos, las de tres de las casas de mayor prestigio, es decir, las que algo tienen que perder si hacen mal su trabajo, y estudiar sus diferencias.

De mi parte, sugiero ignorar las encuestas patito, realizadas sin otra metodología que cachar las primeras 500 respuestas; de igual manera, hagamos de lado los llamados “poll of polls” (suma de encuestas) por una sencilla razón: si la mayoría de las encuestas son deficientes, o engaños al gusto del que las paga, la suma de ellas, cualquiera que sea el método utilizado, será igualmente deficiente o engañoso.

El tema no es creer en las encuestas, como si se tratara de los misterios de la fe, la pregunta es si quienes las elaboran respetan la metodología y saben algo de estadística y muestreo.

Me he preguntado de dónde le vino al presidente López Obrador su adicción por las encuestas. No la tenía en 1988, cuando lo conocí siendo él, por vez primera, candidato a gobernador de Tabasco, por el PMS. Quizá la adquirió siendo jefe de gobierno del DF, por su relación con José Barberán, un oceanógrafo de profesión, aficionado a la estadística y luego a la demoscopia, que publicó un curioso libro con el resultado del análisis de las actas de casilla de la elección presidencial del 6 de julio de 1988. (Radiografía del Fraude; Barberán, López Monjardín, Cárdenas, Zavala).

El equipo de Barberán lo sobrevivió. Sabemos que ese equipo está instalado desde diciembre de 2018 en Palacio Nacional y opera para la Comisión de Encuestas de Morena, factótum o pretexto para las decisiones sobre candidatos del partido oficial y voz en el espejo en que cada mañana el presidente consulta por su popularidad. Quizá en esa proclividad a imitarlo, hasta en el modito de hablar, esté la explicación de la adicción de Claudia Sheinbaum por sus encuestas.

Sostengo que la invocación de las encuestas –cual oráculo de Delfos- por el presidente López Obrador ha sido más un ardid comunicacional, propagandístico, que producto de un verdadero respeto por la demoscopia. Sabemos, desde hace años, que el tabasqueño cree en las encuestas, cuando le son favorables. Incluso en conferencias mañaneras recientes ha alabado las del diario Reforma, al que una y otra vez califica de “pasquín inmundo”. 

Aún recuerdo la aflicción de otra gran encuestadora, la doctora Ana Cristina Covarrubias, cuando la noche de la elección presidencial de 2006 le informó a López Obrador que, de acuerdo con el conteo rápido que este le había contratado, el resultado era un empate con Felipe Calderón, lo que obligaba a esperar los resultados del PREP y los cómputos distritales. Sin prestar atención a lo que le informaba su propia encuestadora, el tabasqueño proclamó su triunfo, diciendo que había ganado con 10 puntos de ventaja, como había pregonado durante los meses previos a la elección.

La pandemia demoscópica de este proceso electoral tendrá también como víctimas a los encuestadores de trayectoria y prestigio. Los otros –patos de temporada- desaparecerán, igual que en procesos previos. Pero el daño que han causado en la confianza en las encuestas puede impactar la que se tenga en los resultados que proporcione el INE la noche del 2 de junio y en los días siguientes.


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Jorge Alcocer V.

Director fundador de Voz y Voto. 

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