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Guía práctica para profetizar

Oh, oh people of the Earth

Listen to the warning

The prophet he said

For soon the cold of night will fall

Summoned by your own hand

Brian May


Buscamos tanto darle sentido a nuestra vida que a veces creemos que nuestra existencia está ligada a una gran trama donde podamos jugar un papel importante. Ello supone que existe un destino predeterminado que cumpliremos, hagamos lo que hagamos. Ese es el material de las grandes tragedias de la antigüedad, marcadas por la fatalidad.

Para los antiguos, la divinidad se comunicaba a través de oráculos ambiguos, donde el intérprete cumplía el designio, ya sea interpretando bien o mal el mensaje. O también hablaba a través de profetas, quienes transmitían un mensaje, daban consejos o advertían sobre las consecuencias de seguir en el camino que la deidad consideraba equivocado.

¿Cuándo comenzó a entenderse el profetizar con predecir el futuro? Cuando se vinculó la fatalidad con una visión lineal de la historia, donde un bando considerado como bueno ganaría al final de los tiempos contra el visto como malo. Esto sólo podía presentarse en un contexto monoteísta. También hubo un giro adicional: la gente no iría a un inframundo tras su muerte –donde desaparecería al perderse su recuerdo– sino que resucitaría al final de los tiempos para vengarse de los malvados. La primera aparición de esta narrativa es en el primer capítulo del libro bíblico de Ezequiel.

Tengamos en mente que el pueblo judío fue invadido por sus vecinos a lo largo de la antigüedad dada su situación geográfica, sufriendo incluso el exilio. El pasaje de Ezequiel, escrito en ese contexto, representa un afán de reivindicación: nuestras masas de muertos volverán a la vida para vengarnos.

Durante los siguientes siglos, la literatura apocalíptica se hizo común, pues era también un medio de articulación y resistencia para un pueblo que fue sometido por los seléucidas y, posteriormente, por los romanos. Los mensajes se escondían debajo de símbolos y claves ocultas entre formulismos y números. Incluso los evangelios señalan que Jesús de Nazareth usaba una expresión para autonombrarse, tomada de otro libro apocalíptico de esa época, el Libro de Enoc: hijo del hombre.

Durante sus primeros siglos, el cristianismo también se apoyó en literatura apocalíptica, además del libro atribuido a Juan el Evangelista. Abundaban obras que se presumía fueron escritas por otros apóstoles de cuya mayoría sólo existe registro y, en pocos casos, se conservan fragmentos de manuscritos. La razón: las persecuciones a las iglesias hacían que la comunicación fuera en clave.

Sin embargo, la consolidación de la Iglesia como órgano religioso y de poder no hizo que desapareciera el pensamiento apocalíptico: se esperaba la segunda venida de Jesús de Nazareth que, se decía, vendría en cualquier momento. Claro, había momentos donde la histeria se desborda, como al final de cada milenio. O congregaciones y cultos que, al interpretar de múltiples formas la Biblia, inventan sus propias fechas para el juicio final.

En todo caso, el simbolismo del Apocalipsis permite que cada generación reinterprete cada versículo a partir de su particular entorno. También ayuda la existencia de textos escritos por «profetas» contemporáneos como Nostradamus, escritos en estrofas confusas y cargadas de símbolos, donde cada quién llega a creer lo que desea.

Si nos encanta creer en que el futuro está escrito, ¿podemos hacer nuestros propios libros proféticos y sonar creíbles? De hecho, Leonardo Da Vinci hizo un cuadernillo de profecías usando alguna metáfora cotidiana y presentándola de una forma que pudiese parecer una profecía. ¿Qué tal si jugamos a hacer las propias? El juego nos hará libres.

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Fernando Dworak

Analista y consultor político.

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