La observación electoral
La observación electoral se ha convertido en una práctica muy común para varios países de la región. En algunos casos son las élites políticas, principalmente las oposiciones, quienes exigen la presencia de observadores electorales (mejor si son internacionales). A veces es también la propia ciudadanía la que siente la necesidad de observación electoral como garantía para una elección de calidad. A pesar de la popularidad de esta práctica, son es necesario contar con algunas precisiones, como ¿qué exactamente es la observación electoral? ¿Qué clases de observación existen? Y, sobre todo, ¿para qué sirve la observación electoral?
La observación electoral ha sido definida por la declaración de principios para observadores electorales internacionales por las Naciones Unidas y ratificadas por una variedad de organismos internacionales, nacionales y regionales en octubre de 2005. En su definición, se destaca la observación electoral como “la recolección de información sistemática, integral y exacta sobre leyes, procesos e instituciones relacionadas con el desarrollo de elecciones y otros elementos que conciernen al ambiente electoral general”. Además, se subraya la necesidad del análisis imparcial y profesional de dicha información, así como las conclusiones sobre el proceso electoral basado en los estándares más altos.
Los orígenes de la práctica radican en los procesos de transición política y de descolonización de Asia y África. Para entonces, la ONU empezó con la observación sistemática de los procesos electorales. Sin embargo, en la actualidad esta práctica se desarrolla en todo tipo de democracias, tanto las que están en transición, en vías de consolidación, o que históricamente se consideraron consolidadas. América Latina ha sido una de las regiones con mayor intensidad de observación electoral desde que en 1962, por primera vez, la Organización de Estados Americanos implementara una misión en República Dominicana, alcanzando más de 240 misiones en 27 países del hemisferio; solamente en seis países no se ha desplegado nunca una misión de la OEA (Argentina, Barbados, Canadá, Chile, Trinidad y Tobago, y Uruguay).
A lo largo de los años, la observación electoral se fue profesionalizando. Inicialmente, las propias misiones de la OEA eran de carácter simbólico. Las 25 misiones desplegadas por el organismo hemisférico entre 1962 y 1989 tenían la intensión central de sentar presencia en los países en los que se llevaban a cabo las elecciones observadas y actuar como testigos de ellas. Luego de esta primera etapa las 100 misiones desplegadas entre 1990 y 2005 buscaron enfocarse en la calidad de los procesos electorales, concretamente de la jornada de votación. A pesar de los avances, fue desde 2006, con la creación del Departamento para la Cooperación y Observación Electoral (DECO), que las misiones desplegadas por la OEA empezaron a aplicar metodologías estandarizadas y estructuras más profesionalizadas en el desarrollo de sus labores, así como a alcanzar a procesos electorales de más largo aliento.
Justamente, este desarrollo respondió a la necesidad de que las misiones de observación electoral pasen de la atención sobre la jornada de votación al desarrollo de toda la elección de manera integral. Esta primera diferencia todavía está presente en la caracterización de la observación electoral. Se trata, pues, del despliegue de misiones de larga o corta duración. Concretamente, el enfoque en la totalidad de la elección, en tanto cobertura de distintas etapas del ciclo electoral y profundidad de los aspectos observados (legislación, administración y resolución de disputas) es lo que caracteriza la observación de larga duración. Por su parte, la calidad de la jornada (entrega de materiales, apertura de mesas, desarrollo de la votación, cierre de mesas, y escrutinio, en general) es lo caracteriza la observación de corta duración.
La segunda diferenciación central en las misiones de observación electoral tiene que ver con el actor que las desarrolla. Las misiones de observación electoral internacionales fueron las primeras, son las que mayor tradición histórica tienen, y son en las que la gente normalmente piensa cuando se habla de la observación electoral, pero no son las únicas. También existen cada vez más importantes experiencias de observación electoral doméstica. Esta práctica, desarrollada por organizaciones de sociedad civil o incluso instancias de derechos humanos (como defensorías del pueblo, por ejemplo) aunque es más reciente, ha tenido un desarrollo exponencial, especialmente en las últimas décadas.
Si bien el despliegue de misiones de observación electoral nacionales es específico de cada país de la región, desde septiembre del año 2000 se ha generado un proceso de internacionalización de estas prácticas mediante la firma del Acuerdo de Lima. Esta instancia se creó con la finalidad de promover la participación ciudadana en las elecciones más allá del voto, intercambiar experiencias y metodologías exitosas entre las organizaciones miembros, y contribuir a la consolidación de las democracias de la región. Todo mediante la observación de elecciones y la incidencia estratégica para la gobernabilidad democrática. Actualmente, la Red Acuerdo de Lima se denomina Red de Observación e Integridad Electoral (Red OIE) y está conformada por organizaciones de 17 países de la región.
Ahora bien, ¿cuáles son los beneficios de la observación electoral? Se han identificado distintas contribuciones positivas de las misiones de observación electoral, pero acotadas a los diferentes tipos. En primer lugar, la observación de largo plazo se considera favorable por encima de la observación de corta duración. Mientras que la primera permite identificar la manipulación de la legislación electoral, la aplicación de ciertas normas, o la resolución de disputas en favor de uno o pocos contendientes antes, durante y después de la jornada de votación; la segunda solamente permite saber si hubo fraude o problemas de gran trascendencia el día mismo día del sufragio. Esto se convierte en un problema si se tiene en cuenta que, con contadas excepciones, la mayor parte de las elecciones en América Latina se desarrollan con cierta regularidad el día mismo de votación, pero los verdaderos desafíos emergen en otras etapas.
Entre la observación nacional e internacional las diferencias dependen del contexto de cada elección. Por una parte, las misiones internacionales se caracterizan por ser más positivas para las democracias con crisis de participación ciudadana, cuando ésta es limitada o está coartada, sea por las propias limitaciones al ejercicio de derechos o por el acceso a fuentes de financiamiento. Estos escenarios se asemejan más a contextos de regímenes híbridos o directamente autoritarios. Cuando las democracias gozan de relativa buena salud, las misiones internacionales también juegan un papel importante en la generación de posibles mejoras a la calidad del proceso. Sin embargo, en estos escenarios también conviven con misiones nacionales.
Así, cuando la observación doméstica puede desarrollarse sin problemas y con altos niveles de profesionalismo, las misiones nacionales tienen la ventaja de conocer mejor el territorio, los problemas, y las necesidades de su propio país. Además, el hecho de que luego de pasada la elección, quienes despliegan estas acciones continúan viviendo en el país observado, abre la posibilidad a que el compromiso con su democracia sea mayor y se busque una observación más fina y exacta. Igualmente, la pretensión de que las recomendaciones puedan ser efectivamente aplicadas ayuda a que éstas sean elaboradas a partir de información más acertada, justamente, producto de misiones de observación profesionales.
Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. La observación electoral también tiene importantes limitaciones que es necesario reconocer. En primer lugar, la práctica no puede ni debe sustituir la fiscalización por parte de otros poderes del Estado ni el control de los partidos políticos. La calidad de las elecciones no es responsabilidad exclusiva de las misiones de observación electoral. En segunda instancia, se ha reconocido en la literatura académica que las misiones de observación, tanto nacionales como internacionales, han proliferado de tal manera en las últimas décadas, que muchas de ellas se consideran amateurs por la baja calidad de observación o sesgadas por los compromisos ideológicos y/o partidarios con los que despliegan su accionar. Claramente, cuando una misión no desarrolla su accionar a partir de metodologías y estándares establecidos, o peor cuando no lo hace de manera transparente sino con intenciones políticas, el resultado de dicho proceso es, cuando menos, dudoso.
Tercero, las misiones de observación no imposibilitan automáticamente los intentos o concreción de fraudes y manipulaciones. Si bien la presencia de observadores electorales, especialmente internacionales, puede limitar el accionar de políticos tramposos en sus intenciones de cometer fraude electoral, todavía se han reconocido, al menos, dos vías en las que esto no se cumple. Una es cuando los políticos sienten que las misiones de observación electoral no lograrán detectar sus acciones. Esto se relaciona con la segunda vía. Y es que, si las manipulaciones electorales son cada vez más sutiles, se espera (y muchas veces ocurre) que la observación electoral no las detecte o no las denuncie.
La observación electoral ha crecido en cantidad y en calidad. Esto ha permitido que su accionar sea cada vez más influyente para una democracia. En suma, la observación electoral es una práctica que permite dotar de mayor legitimidad y transparencia a las elecciones, al mismo tiempo que puede generar el empoderamiento de la ciudadanía en los comicios como actores centrales más allá de la emisión del voto. Así, aunque la práctica no sea determinante en el impedimento de fraudes, sí es relevante para la mejora continua de las democracias y, así, evitar su estancamiento bajo la ilusión de la consolidación democrática.