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La reinvención de lo urbano: (tercera parte)

La conjunción perfecta de letra y música es obra del milagro y no de la casualidad: momento en que el arte adquiere su faceta más urgente, como ocurre con estos cinco álbumes que, dentro de su género, lograron la más alta cúspide creativa, generando influencia ineludible (tal vez inconsciente) en manifestaciones urbanas posteriores de artistas del rap, el trap o el hip-hop.

Mis amigos muertos. Real de Catorce. Esta grabación de 1989 es el tercer álbum de la banda, donde reúne sus mejores piezas líricas hasta el momento, así como un ánimo de sonar diferente al incorporar ritmos, armonías y sonidos provenientes de diversos géneros ajenos al blues –reggae, new wave y pop de autor– predominantes en la escena británica y estadunidense de los ochenta. Independientemente de que incursionaron en este experimento auditivo, jamás extraviaron la lógica íntima que tuvieron sus álbumes previos –Real de catorce y Tiempos obscuros–, o la intensidad bluesera de esos primeros trabajos, aunque sí dieron un giro de timón en su visión estética al abrir la perspectiva volcada a lo interno a la observación del mundo exterior, giro que les permitió construir una poética descriptiva de la sordidez de la ciudad desde una posición más luminosa, acaso, la del velador que reconoce la tiniebla y accede a ella valiéndose de un quinqué, mientras, casi en sordina, su trayecto de avance es musicalizado por los acordes de guitarra de una vieja grabación de Papa John Creach.

Jaime López. Jaime López. Este disco (1989) de evocaciones desérticas, pero también aéreas, neumáticas e incendiarias, es el primer álbum del solista, en donde su voz es el puente comunicativo de sus letras y la primera ruptura con su costumbre de ponerlas en boca de otros intérpretes. Sonoramente, incluye piezas (A la orilla de la carretera) donde predomina el estilo clásico del grupo de rock –guitarra, bajo, batería, piano– y, paralelamente contiene bellos pasajes acústicos de una sola guitarra –Sácalo– y se unen a poéticas que viajan del arrabal al eje vial y de la cantina al hotel de paso –Desde mi motocicleta– siguiendo la lógica del lirismo que alcanza su cúspide en una canción que, años después, grabaría Cecilia Toussaint –Caite cadáver– en la que el sonido que acompaña la voz es el de un ostinato de bajo que, en los intersticios, comunica una letanía de ciudad brutal surcada por los diversos elementos que rigen el universo –el agua, la tierra, el aire y el fuego– durante el viaje que acerca sus pasos a los límites (acaso de la frontera).

Arpía. Cecilia Toussaint. Es el primer larga duración que estrenó la mancuerna López-Toussaint. El disco fue capaz de preservar el mito de que un autor puede alcanzar la mejor interpretación de sí mismo, por medio de una voz que no es la propia. Este álbum de 1987 confirmó la presencia de mujeres en la escena urbana y llevó a Toussaint a sus extremos creativos más radicales al poner en juego una mezcla de lo que en el mundo anglosajón se conoció como agit rock, la música de protesta latinoamericana, el bolero y la crónica urbana al estilo de Chava Flores. En esta producción destaca la voz admirable de la cantante y, paralelamente, las liras de Jaime López, quien fue capaz de retratar la realidad a través de ensortijados trabalenguas (¿primer antecedente del rap y el hip-hop en nuestro país?), con un lirismo poético muy acabado y, en sus pausas, con disparos certeros de crítica social. Si bien este l.p puede verse como la continuación del primer disco del compositor de la mayoría de las canciones, lo cierto es que Cecilia Toussaint se apropia tan bien de cada una de las piezas, que esa primera impresión se diluye y configura una obra redonda de composición e interpretación en la cual la unicidad está marcada por la diferencia de los estilos de cantar y componer.


En sentido contrario. Trolebús. Este fue el primer álbum del grupo (1989); logró traducir exitosamente vivencias urbanas en letras desenfadadas y realistas que describían a la perfección los pormenores de la vida de “la banda”, con cierto sentido del humor que, lejos de generar cuadros jocosos o predecibles, reproducían instantáneas exactas de la tragicomedia cotidiana que supone vivir en una ciudad peligrosa que creció sin control y en la que, a pesar de todo, transcurren historias llenas de vida. Así, desde los acordes del punk, el new wave, el ska y el reggae, Choluis –compositor y cantante– ilustró prodigiosos frescos urbanos en los que cupieron todas las suertes verbales como en la chistera de un mago: una historia de amor (Balada chilanga), la anécdota de un equipo llanero de fútbol (Athletic tepis) o la mejor crónica jamás contada de una pelea entre bandas (Barata y descontón), que tal vez el ojo asombrado de un entomólogo social sería incapaz de reproducir.

Hurbanistorias. Rodrigo González. Obra seminal del sonido rupestre e influencia ineludible de la lírica urbana posterior. Este testamento sonoro (1986) del cantautor a quien asesinó el polvo, reúne canciones claramente marcadas por el agit folk sesentero, de Bob Dylan y Neil Young, la nueva trova cubana, y los prolegómenos del bolero. El disco navega entre notas de harmónica y letras que comunican el desencanto, la insatisfacción, la ironía y la impotencia que vive el perdedor cuando entiende que está condenado a esa suerte infinita a menos que la muerte detenga su condena y lo convierta en polvo. En el periplo cumple el designio divino de convertirse en cenizas, al tocar un largo arpegio de guitarra acústica y lanzar un largo aullido que lo atraganta de pared, de techo o de banqueta y llegar a una muerte trágica en la Plaza de las tres culturas: lugar donde hallan paz los ancestros que murieron a manos del conquistador.

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Rodolfo E. Lezama

Escritor y asesor electoral.

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