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#Polarización y #Bolsonaro

La COVID-19 puso de manifiesto inequidades de distinto tipo que permanecían ocultas en los subterfugios de muchas sociedades occidentales. Pero evidenció, fundamentalmente, el alcance de otra pandemia que –sin ser nueva– germinó año tras año hasta alcanzar hoy niveles significativos de preocupación. La polarización política y afectiva cataliza expresiones políticas, luchas por definir los asuntos que importan y demostraciones de fuerza que decantan a ambos lados de una «grieta» que nos aleja hasta extremos irreconciliables.

En este trabajo parto de la hipótesis de que tales alineamientos tienen efectos profundos en la polarización social y activan sentimientos negativos –fundamentalmente, el sesgo partidario y la ira– hacia el grupo externo, incluso cuando las posiciones alrededor de los asuntos que promueven distintos partidos sean moderadas o se mantengan constantes. Asumo, además, que las campañas electorales –en general– son un ámbito propicio para consolidar tales niveles de polarización social y que las elecciones brasileras –en particular– constituyen un ejemplo elocuente de polarización en el diálogo político en redes sociales, no solo por el sectarismo de las narrativas forjadas en burbujas virtuales contrapuestas sino por el nivel de sofisticación de las operaciones políticas observadas en sectores de la derecha política, cuyo extremismo se explica más por el apego emocional a una ideología que por explicaciones lógicas detrás de las decisiones políticas. La red #Bolsonaro, así como las operaciones políticas y mediáticas que le dieron densidad, serán el caso de estudio de este artículo.

Bolsonaro, un outsider venido desde adentro

En los últimos años, las elecciones en España, Estados Unidos, México, Brasil o Argentina mostraron niveles de polarización constantes, precipitados en el terreno político, social y, más aún, en el digital. ¿Por qué, entonces, los comicios que dieron el triunfo a Jair Bolsonaro serían más apropiados que otros para estudiar la polarización política y afectiva, tanto en el terreno político cuanto en el digital?

Desde el punto de vista de la política «normal», Jair Bolsonaro suele ser definido como un outsider. Una caracterización que, sin embargo, no permite dar cuenta de esa zona gris que define el «pertenecer sin ser». También se lo caracteriza como un maverick (cuya traducción más aproximada sería disidente o rebelde), aquel que crea su propio partido, juega solo y con sus propias reglas. Pero tampoco alcanza para ilustrar su singularidad como la del Partido Social Liberal (PSL), creado en 2014. Luego de ser candidato de una docena de pequeños partidos, Bolsonaro rompió con el establishment conservador y llegó al éxito más inesperado. Es un presidente que no debía ser y que fue, empujado por la anomia de la derecha y por la desarticulación de la izquierda brasileña.

Desde el punto de vista comunicacional es un caso expresivo de estrategia mediático-digital abocada al financiamiento de operaciones en pos de su triunfo. Dos comportamientos apoyan esta idea. Primero, la comunidad de apoyo al actual mandatario brasileño en redes sociales evidenció la convivencia de celebrities políticas, organizaciones mediáticas e influencers digitales (como los jóvenes youtubers de la política), que contaban con las posibilidades tecnológicas para instalar temas en la agenda o cauterizarlos y detonar, así, la batalla discursiva en el terreno digital. Segundo, gran parte de los medios tradicionales –muchos de los cuales han tenido una línea editorial a todas luces antilulista– tuvieron muy poca presencia en la burbuja virtual pro Bolsonaro; fueron reemplazados por medios digitales inexistentes, por intermediarios como YouTube y por usuarios sin inserción en la política real.

Polarização não tem fim1

La polarización puede ser analizada desde dos perspectivas. De un lado, la polarización sobre temas políticos (issue position polarization) se consolida cuando las posturas alrededor de un asunto se extreman. Del otro, la polarización social o conductual se enfoca en el sesgo emocional como predictor de la creciente grieta de los últimos años, aún en aquellos casos en los cuales los partidos propongan políticas que son relativamente similares. Esa distancia afectiva que declaran los votantes de distintos partidos al observar un mensaje político se evidencia, con notable vigor, en el diálogo político en redes sociales.

La respuesta afectiva no consiste en un alineamiento –o distanciamiento– cognitivo con la interpretación que otro hace de un evento determinado. Los mensajes nos interpelan afectivamente cuando nos entusiasman, nos enojan, nos indignan, nos producen asco; las narrativas nos afectan cuando comunican información que apela a nuestras creencias previas y nos convocan a interpretar la (des) honestidad, mezquindad y calidad humana de aquellos con quienes disentimos. Que distintos mensajes puedan ser interpretados con mayor o menor claridad afectiva da cuenta de su potencial para construir identidades y para hacer política. De modo que las consideraciones que toman las personas al defender el status del sector político con el que se identifican y atacar al contrario excede la comprensión racional del mundo político, así como el comportamiento de los votantes relativo a las decisiones políticas de las partes.

Desafiante de la visión instrumental de la política, la polarización social no solo se observa en el terreno político. Las grietas en redes sociales digitales son explicadas tanto por factores subjetivos como por lógicas estructurales y topológicas que consolidan jerarquías políticas y socio-culturales y contribuyen a una concentración de la información en pocos influenciadores.

Concentraré mi análisis de estos factores en la interacción observada en la red #Bolsonaro, en Twitter, por dos motivos. Primero, porque la densidad que adquirió esa red social durante la semana previa a las elecciones presidenciales de 2018 en Brasil condensa los principales ejes de la discusión política alrededor de ese evento. Segundo, porque la posibilidad de acceso a la información disponible en una plataforma totalmente pública –como Twitter– permite ejemplificar los principales mecanismos que atraviesa el debate político-comunicacional en el escenario digital.

¿Cómo medir la polarización en redes sociales? En Twitter optamos por seguir a personajes de alto rango cuyas preferencias ideológicas se asemejan a las nuestras e integramos comunidades con las que compartimos valores y un mundo-de-la-vida-virtual. A esas decisiones individuales de trabar relaciones homofílicas entre «iguales» se suman la forma en la cual estamos interconectados y los filtros personalizados que ofrecen los algoritmos virtuales, aguzados para detectar las preferencias de los habitantes de distintas comunidades y distribuir contenidos a la medida de sus cosmovisiones. En un escenario virtual en el que se combinan las lógicas individuales y las estructurales, la tasa de retuiteo de mensajes muestra el grado de aceptación hacia la autoridad de emisión, así como del contenido de su posteo y, más importante aún, de la probabilidad desigual de que un usuario encuentre la publicación de un medio u otro en su muro. Ambos mecanismos consolidan la polarización en las redes sociales. La red #Bolsonaro mostró claramente la grieta digital, inexorable en toda campaña electoral.

La red #Bolsonaro presentó gran actividad en las redes sociales en la semana previa a las elecciones presidenciales de 2018, con una captura de 4,5 millones de tuits y retuits durante el momento más intenso de la campaña. Cabe insistir en que la acción de retuitear el mensaje de otro usuario tiene una carga positiva dado que estamos compartiendo información de otro individuo de un modo que implícitamente indica acuerdo. Así, la circulación de tuits suele acotarse a comunidades afines desde el punto de vista ideológico. El grado de interacción entre usuarios de cuentas favorables a Bolsonaro fue más bajo que entre los usuarios de sus opositores, lo que ofrece una idea más acabada de los niveles de concentración de la información, de las jerarquías mediáticas que explican las narrativas más circuladas y, más importante aún, de las operaciones políticas que tuvieron lugar en la estrategia digital del círculo íntimo del presidente brasileño.

La comunidad opositora a Bolsonaro fue poco compacta dado que en su interior convivían votantes de los distintos partidos más consolidados, entre los cuales existían notables diferencias ideológicas. La comunidad pro-Bolsonaro –comparativamente menos activa– fue mucho más compacta y jerárquica, con usuarios de alto rango cuyos mensajes alcanzaron altos niveles de propagación; se trató de autoridades singulares, en la medida en que no estaban enraizadas en las élites políticas, económicas o sociales de Brasil. El perfil de las autoridades virtuales de la derecha brasileña fue congruente con otro comportamiento: la coordinación de cuentas que operaron de manera orquestada por medio de trolls y bots que amplificaron los mensajes de esa comunidad en el extremo ideológico.

Un último elemento de la estrategia digital de la red pro-Bolsonaro se puso de manifiesto con la regulación administrada por distintas plataformas. A partir de las denuncias de operaciones de fake news y otros actos de bulling virtual, Twitter eliminó una gran cantidad de cuentas –entre las que se destacaban perfiles y páginas web vinculadas al Movimiento Brasil Libre (MBL)–. A ello le siguió la decisión de WhatsApp, propiedad de Facebook, de dar de baja más de 100.000 cuentas cuyos chips de teléfono habían sido activados para las elecciones brasileñas. La contracara de estas intervenciones estratégicas y coordinadas de Twitter, Facebook y WhatsApp fue el tipo de hipervínculos insertados en los tuits de la comunidad bolsonarista, fuertemente direccionados a intermediarios como YouTube. Esta plataforma, que no activó ningún tipo de regulación de sus contenidos, acrecentó la circulación de sus posteos a la par de los bloqueos implementados por las otras compañías. Entre las principales cuentas de YouTube que apoyaron al presidente brasileño se destacó la del Movimiento Brasil Libre, fundado y liderado por el actual diputado de São Paulo, Kim Kataguiri. El mbl recibe financiamiento de la Fundación de Jóvenes Liberales (Students for Liberty) creada por los hermanos Koch, principales donantes del Partido Republicano de los Estados Unidos durante los últimos veinte años. Aun cuando estos mecanismos muestran a las claras el diseño minucioso pergeñado por la derecha política brasileña durante la campaña de 2018, no debemos perder de vista que este tipo de operaciones necesitan, indefectiblemente, de usuarios de a pie dispuestos a comunicar estos contenidos. Cuando ello no ocurre, las operaciones políticas y mediáticas fracasan.

Una mirada de conjunto

En campañas electorales, la interacción virtual delinea un escenario polarizado servido para intervenciones que consolidan las jerarquías políticas, económicas y culturales existentes. Desde nuestra posición subjetiva, el «amor por los iguales» se traduce en un rechazo de toda narrativa que no se asemeje a nuestra cosmovisión del mundo. La polarización afectiva y, en particular, los re-alineamientos de las dimensiones políticas, sociales y culturales mimetizan elementos ideológicos que incrementan el enojo de quienes se sienten atacados y el entusiasmo de quienes se sienten validados.

La red #Bolsonaro ha sido fiel reflejo de esta nueva incivilidad. El discurso misógino, xenófobo y violento, vedado a la política de los insiders, se constituye en una demostración del carácter irreverente de la antipolítica, en lugar de ser juzgado por la violencia y la marginación que presupone la implementación de su programa político. Es, además, una clara muestra de la activación afectiva de las derechas en distintos países, donde se observa un crecimiento del nativismo identitario y la transnacionalización de sentimientos xenofóbicos contra inmigrantes, minorías étnicas y minorías raciales.

Esta forma de entender la distancia intergrupal desafía la visión instrumental de la política según la cual, quienes eligen un partido y deciden cuán firmemente apoyarlo, se basan exclusivamente en las posiciones declaradas de dicho partido o en los intereses compartidos. Aun cuando las posiciones alrededor de los asuntos públicos repercuten sobre los comportamientos, estas no superan los efectos determinantes que tienen los alineamientos identitarios. La perspectiva de la polarización afectiva, por su parte, atiende a las mudanzas y re-alineamientos de las dimensiones políticas, sociales y culturales que, todas juntas, nos distinguen de los simpatizantes del partido contrario y de sus dirigentes. Al unirse, las identidades partidarias –motores poderosos del pensamiento político– junto con el comportamiento y la emoción, tendrán efectos más significativos sobre el aumento de los niveles de sesgo partidario, los prejuicios, la ira, la intolerancia y xenofobia.

1 La polarización no tiene fin.

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Natalia Aruguete

Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET) y de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).

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