Reelección
Si atiendo a los análisis de Tirios y Troyanos, el año que entra la madre de todas las elecciones no será la presidencial, sino la del Poder Legislativo.
Conocida es la pretensión del presidente López Obrador de que la alianza oficialista (Morena/PT/PVEM) obtenga, el primer domingo de junio venidero, un resultado que le otorgue el número de diputados y senadores para disfrutar de la mayoría calificada necesaria para reformar la Constitución, designar ministros de la Corte y magistrados electorales, así como integrantes de organismos autónomos. Con esa mayoría en su haber, al menos durante tres años (2024-2027) la aprobación del presupuesto de ingresos y gastos federales estaría garantizada, al igual que la de todas las reformas o nuevas leyes que les resulten necesarias para su afán de remodelar el país al gusto de la 4T y perpetuarse en el poder.
Para las oposiciones el resultado en las dos Cámaras del Congreso de la Unión definirá algo elemental: su posibilidad de seguir existiendo, al menos como contrapeso y contención al absolutismo presidencialista en el mes final de su mandato formal (septiembre de 2024) y en los años siguientes, para evitar el segundo maximato, a casi un siglo del primero que ejerció Plutarco Elías Calles, hasta que el presidente Lázaro Cárdenas le puso el alto y lo sacó del país.
Me llama la atención el poco o nulo interés que en la opinión pública despiertan los procesos de selección de quienes serán candidatos a las curules y los escaños federales, así como de los aspirantes a ocupar una curul en los congresos locales, de los que se dice que ni en sus casas los conocen. El interés de los medios está en la “precampaña” de las dos candidatas presidenciales que no buscan ser lo que ya son, sino lograr la atención de una ciudadanía tempranamente saturada de banalidades electoreras.
De pronto despiertan interés las actividades de quienes ya son candidatos a las gubernaturas de 8 estados, y en la CDMX a la jefatura de gobierno. En cada una de esas entidades la ciudadanía se divierte o fastidia con las ocurrencias de los competidores de ambas alianzas, que tienen como regla general arrimarse al árbol de su candidata presidencial para que les preste un poco de la popularidad de que por sí mismos carecen. Hay excepciones, que se cuentan con los dedos de una mano.
En la renovación de las cámaras federales la novedad es la reelección inmediata para senadores. En San Lázaro tendremos la segunda tanda de reelectos, lo que hará que algunos diputados lleguen a acumular 9 años continuos en el cargo, y los senadores que alcancen la relección, al concluir habrá sido los primeros que en un siglo estuvieron 12 años continuos en el escaño.
Según las notas de prensa, 471 de los 500 diputados y alrededor de 90 de los 128 senadores han notificado al INE su intención de reelegirse. Como no existe prohibición legal, los plurinominales, quieren repetir la vía, y no pocos de los que llegaron por mayoría, ahora buscan un lugar en la lista plurinominal. Algunos que fueron electos por mayoría quieren relegirse en un distrito electoral diferente, y al parecer hay senadores que quieren cambiar de estado.
Lo esperable sería ver a los legisladores que buscan la reelección estar en intensa precampaña en su distrito o estado para convencer a sus electores de que les vuelvan a dar el voto. “La reelección empodera al ciudadano”, decían los partidarios de la reforma que reimplantó en México la reelección inmediata de legisladores y presidentes municipales. No ha sido así.
Por norma constitucional, para ser reelecto la condición sine qua non es que el partido por el que se llegó al cargo vuelva a postular al interesado. En México la reelección empoderó a los partidos y a sus cúpulas dirigentes. Los resultados están a la vista. No hay nada que indique una mejoría importante en el desempeño de los reelectos, ni en la relación con sus electores.
Para reelegirse en México se requiere, de entrada, de solo un voto: el del dirigente del partido. Algo está mal. En el ciclo de reforma electorales (1977-2014) el sistema electoral, la integración de las cámaras legislativas y ayuntamientos se diseñaron a partir de un apotegma, “Sufragio Efectivo, No Relección”.
El sistema mixto con dominante mayoritaria que usamos desde 1979 para la Cámara de Diputados, o el de tres vías que impera para el Senado desde 1997, por la reelección inmediata se deformarán hasta extremos caricaturescos. Un candidato al Senado que pierda dos veces consecutivas su elección, pero quede en segundo lugar, será senador durante 12 años. Es absurdo.
No veo que tiene de democrático, o de beneficio a la sociedad, que alguien ocupe durante 12 años continuos un escaño o curul por obra y gracia de los dueños de los partidos. Además, la reelección reduce de manera importante la movilidad política, que fue una de las claves de la estabilidad y gobernabilidad. Taponar los canales de asenso incrementa el transfuguismo y la proliferación de “candidatos profesionales”. No importa el partido, lo que vale es ser candidato.
En México hay un divorcio entre democracia y reelección, la segunda atenta contra la primera. Pasada la elección de 2024 hay que volver a pensar este tema.
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