Vecinos cambiantes
La relación entre México y Estados Unidos ha experimentado una profunda metamorfosis en las últimas cuatro décadas, transformándose desde la distancia cultural que Alan Riding describió en los años ochenta hasta una compleja interdependencia que define el presente. Esta evolución, marcada por hitos como el TLCAN, la revolución demográfica de la diáspora mexicana y los desafíos compartidos en seguridad, ahora enfrenta una nueva etapa de turbulencia bajo el segundo mandato de Donald Trump. El presente análisis examina cómo estos vecinos, que han transitado de ser distantes a cercanos, navegan una relación cada vez más intrincada y volátil, donde los lazos económicos, culturales y sociales chocan con una retórica política cada vez más áspera.
Vecinos distantes
A mediados de los años ochenta, un periodista del New York Times escribió un libro que describía la relación que en ese momento se vivía entre México y Estados Unidos. Alan Riding pensaba que era paradójico que ambos países compartieran tres mil kilómetros de frontera y una distancia significativa en términos culturales, históricos y de entendimiento mutuo.
Vecinos Distantes hizo una contribución importante para su tiempo. No se limitaba en presentar lo obvio: hay intereses discrepantes entre un imperio y un país en vías de desarrollo. El autor –más bien– demostraba diferencias profundas arraigadas en la sociedad. Había maneras distintas de entender el cumplimiento de la ley, la democracia, la cooperación, la religión y hasta el rol de las personas en las comunidades.
Vecinos cercanos
A cuarenta años de distancia, ¿ha cambiado la relación entre las dos naciones? No cabe la menor duda. En el ámbito económico, la integración entre ambos países es ahora mucho más profunda. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) de 1994, y su sucesor, el T-MEC (2020) crearon una interdependencia económica sin precedentes. Mientras que en la época del libro las exportaciones mexicanas dependían principalmente del petróleo, hoy México tiene cadenas de suministro altamente integradas con Estados Unidos, especialmente en sectores como el automotriz.
También la migración cambió. En los años 80, la migración entre México y Estados Unidos era predominantemente de trabajadores agrícolas temporales y personas con menor nivel educativo. Actualmente, el perfil del migrante mexicano se ha diversificado, incluyendo profesionistas, empresarios y estudiantes.
Si en los años ochenta se estimaba que poco más de 2.2 millones de personas nacidas en México vivían en el país del norte, hoy esa cantidad se ha multiplicado seis veces (doce millones). Pero lo más impactante es el cambio demográfico: desde 2012 la primera generación de mexicanos fue rebasada por las generaciones segunda (hijas e hijos de nacidos en México) y tercera (nietas y nietos). Hoy, las generaciones 1ª, 2ª y 3ª representan el 30.1 %, 35.8 % y 34.2 %. En su conjunto representan casi cuarenta millones de personas.
Ello representa un cambio cualitativo de primera importancia. No sólo por el peso relativo de esas generaciones entre la población estadounidense. También porque se trata de mexicanas y mexicanos que viven la binacionalidad de manera distinta. Comparten valores del origen de sus padres, pero también asimilan los del lugar en el que residen.
También se intensificó la interdependencia. 2023 fue el año con el mayor monto de remesas: cerca de sesenta y tres mil millones de dólares. México es ya el segundo país del mundo que más contribuciones económicas de su diáspora recibe.
Aunque a mucho menor nivel, el fenómeno migratorio también ha tenido una contrapartida. Datos censales (2020) calculan que aproximadamente ochocientos mil estadounidenses viven en México. Estimaciones recientes ponderan que podrían ser ya más de un millón. Pero una diferencia sustantiva está dada por el peso en la agenda del tema de la seguridad. Si bien fue precisamente en 1985 cuando se tensaron las relaciones –precisamente por acusaciones de corrupción de autoridades relacionadas con el caso de “Kiki Camarena”–, el tema del narcotráfico se ha posicionado en ambos países de manera muy importante.
Es sabido que en nuestro país ha habido un muy preocupante incremento y que las bandas del crimen organizado tienen una presencia muy importante en regiones del país. Las cifras de homicidios crecen exponencialmente. Del lado de los Estados Unidos, existe una muy fuerte preocupación por el crecimiento en las adicciones, especialmente las relacionadas con el fentanilo. Esta droga sintética ha sido recientemente priorizada por algunas bandas, en virtud de que requiere menos protección a los territorios de cultivo.
No obstante que el crimen ha ganado terreno en ambos lados del Río Bravo, hay experiencias de cooperación exitosas. En programas como Iniciativa Mérida o Entendimiento Bicentenario hubo resultados positivos.
Vecinos cambiantes
En enero de este año Donald Trump asumió como presidente de Estados Unidos. En este segundo periodo ha sido mucho más frontal su confrontación con México, país al cual dedicó varias de las órdenes ejecutivas que firmó en las primeras horas que pisó la oficina oval.
¿Sorprende esta virulencia? No debería hacerlo, pues desde la campaña el candidato dedicó buen tiempo a explicar lo que –a su juicio– es el daño que la migración ocasiona a su país. Fue particularmente duro en su narrativa con migrantes latinos, a quienes acusó de estar “invadiendo” gradualmente los Estados Unidos. El término es irracional. De acuerdo con el American Immigration Council, cada año las personas no nacidas en ese país pagan $579 mil millones de dólares (MDD) y contribuyen con otros $194.5 mil MDD a la seguridad social. Veintidós de cada cien empresarios y emprendedores son migrantes.
Pero lo exagerado de los datos con los que se conducía el candidato no frenó su victoria. Fue aplastante. Con respecto a 2020 mejoró su porcentaje de votación en el 90 % de los condados estadounidenses. Su discurso xenófobo tuvo penetración en casi todo el territorio.
¿Se trata de un grupo aislado de personas que llegó al poder? Los datos electorales ilustran lo contrario. Hay una amplia base social en eua que coincide con los planteamientos maga –Make America Great Again–. Ello explica que los planteamientos contrarios a México hayan tenido tan poca resistencia hasta el momento. Tomemos el caso de la migración.
Al inicio de su administración, Trump canceló el programa cbp, diseñado para poner orden en el flujo migratorio. Quienes quisieran solicitar asilo deberían pedir cita en una aplicación. Esta política ya había probado su eficacia, al reducir de 2023 a 2024 la cantidad de cruces mensuales a una quinta parte (de doscientos cincuenta mil a cuarenta y cinco mil).
Pero el anuncio de Trump, aunado al envío de tropas a la frontera parece haber tenido un efecto disuasor mayor que el programa CBP. Un reportaje reciente del New York Times muestra que muchos de los puntos de cruce han quedado sin materia en los últimos días.1 Los refugios –otrora saturados– tienen disponibilidad de hasta el 80 % de su ocupación.
Un fenómeno similar ocurrió con el anuncio de aranceles a los productos mexicanos. Si bien estos impuestos no llegaron a implantarse, su discusión provocó una cooperación mexicana sin precedente en la frontera norte del país.
Vecinos impredecibles
Difícilmente la afrenta terminará ahí. Para Estados Unidos el tema de la balanza comercial es mucho menos importante que el del tráfico de drogas, especialmente fentanilo. Es previsible que en el corto plazo se intensifiquen las acciones para lograr mayor cooperación del lado mexicano.
¿Se puede frenar la beligerancia hacia México? Difícilmente se logrará con acciones diplomáticas, por más audaces que sean. Se requieren acciones contundentes que necesariamente deben pasar por una dramática reducción en el tráfico de drogas hacia el país del norte.
Pero, quizás, la medida más importante surja de los propios Estados Unidos. Como se demostró recientemente con la resistencia de Ford y General Motors al arancel generalizado a las importaciones de acero, la resistencia al proteccionismo y falta de cooperación puede venir desde los propios intereses estadounidenses.
Si el libre comercio, la concatenación de cadenas regionales de suministro y producción, y la transculturización han generado algún valor, éste debe ser suficiente para poner alguna resistencia a las políticas y amenazas trumpistas. La cooperación entre vecinos pasa por un mejor entendimiento de que la buena vecindad conviene a todas las partes.