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Encuestolatría

A voz de cuello, en su discurso de cierre, la candidata del partido oficial se ufanó de haber ganado la precampaña. Me pregunto: ¿a quién le ganó Claudia Sheinbaum? Al igual que Xóchitl Gálvez, fue precandidata única.

Supongo que el triunfalismo de la ex jefa del gobierno capitalino obedece a que en todas las encuestas publicadas tiene una apreciable ventaja sobre su principal competidora. Pero tal condición no es producto de sus actividades durante el periodo de precampaña, existe desde antes y hasta parece haber un torneo para ver quien le otorga la mayor ventaja. Por ejemplo, a finales del año pasado Demotecnia le daba más de 50 puntos y las encuestas más recientes entre 20 a 30 puntos. He visto solo una “encuesta” que reduce esa ventaja a menos de 10 puntos. Entrecomillo porque se trata de un ejercicio telefónico que no atiende las reglas del muestreo probabilístico.

La invocación de encuestas como oráculos que anticipan victorias electorales no es algo novedoso ni mucho menos exclusivo de México. Ejemplos sobran en todas las latitudes del orbe. Entre políticos y candidatos se practica lo que llamo “encuestolatría”. La adoración de la encuesta, mientras favorezca al que lo invoca. Ante esa creencia, recuerdo la advertencia de la encuestadora María de las Heras (qpd) que decía: “lo malo no es que haya encuestas manipuladas para favorecer a un candidato(a), sino que quien las paga termina por creerlas”.

Los encuestólatras atribuyen a su diosa facultades múltiples. No solo las propias del oráculo, sino también la de orientar a los electores indecisos hasta definir tanto su participación como su preferencia. El caso más reciente que se invoca a favor de esa creencia es la elección de gobernadora en el estado de México el año pasado.

El razonamiento es así: casi todas las encuestas otorgaron a la candidata del partido oficial una considerable ventaja, que ella proclamaba, a manera de disco rayado, como “ventaja irremontable de 20 puntos”. Al final ganó, con 8 puntos de diferencia. Algunos opinadores sostienen que la machacona proclama de los 20 puntos provocó que la abstención fuera de casi la mitad y que quienes estaban indecisos en su preferencia, al final votaran por la que aparecía como segura ganadora. “Con el campeón, hasta que pierda”. Puede ser que así se explica el resultado en el estado de México; pero puede ser que sean otros los factores los que resultaron determinantes. No conozco -hasta hoy- algún estudio al respecto.

Lo cierto es que no hay evidencia contundente de que las encuestas tengan los efectos que sus adoradores o dolientes les atribuyen. Por ejemplo, hasta marzo del 2000 casi todas las encuestas otorgaban al candidato presidencial del PRI una considerable ventaja, que se desvaneció en las semanas previas al día de la elección hasta revertirse. En 2006 la ventaja inicial que casi todas las encuestas daban a López Obrador desapareció con el transcurso de la campaña. Lo sabía, pero proclamó hasta el último día que las suyas le daban una ventaja de 10 puntos o más. El resultado fue el más cerrado en la historia reciente. 

Dos días antes de la jornada electoral de 2021 un dirigente de Morena me compartió los resultados de las últimas encuestas que habían contratado para la CDMX. Salvo en la alcaldía Benito Juárez, las encuestas les daban holgada ventaja en las otras 15 alcaldías. Al final, de 16, ganaron 7. Se ha vuelto cartabón morenistas que en cada campaña electoral sus candidatos y dirigentes proclamen que su ventaja en las encuestas es “irreversible”. Son encuestólatras que no han aprendido que hasta los carriles son reversibles.

Seguro hay quienes creen que las elecciones se ganan con encuestas, o que, hoy como ayer, repetir una mentira la convierte en verdad. Lo que afirmo es que no hay prueba de que las encuestas hagan ganar elecciones, y en cambio sí hay experiencias de que pueden hacer perder a quienes de ellas hacen el oráculo de Delfos.

No me sorprende el alineamiento de las encuestas en favor de Claudia Sheinbaum. Lo sorprendente sería que fuera a favor de Xóchitl Gálvez. Descalificar a encuestadores de larga trayectoria y reconocido prestigio solo porque no favorecen a la candidata opositora es un despropósito. Hace falta un debate sereno e informado sobre la calidad técnica de las encuestas, así como transparencia y ética de las casas encuestadoras, en particular sobre su relación comercial con partidos, alianzas y candidatos. Como en elecciones anteriores, en Voz y Voto organizaremos encuentros entre encuestadores con ese propósito.    

También hace falta que el INE mejore sus informes sobre reportes de encuestas, a fin de dar cuenta, de manera imparcial y objetiva, del cumplimiento de la ley y las normas reglamentarias aplicables a las empresas encuestadoras. Me llama la atención que, salvo contadas excepciones, las empresas reportan que ellas mismas financian las encuestas que publican. El INE da por buenas esas declaraciones, como por buenas da las supuestas “metodologías” que le reportan algunas de ellas.

El INE no califica ni avala los resultados de encuestas. Pero hará bien en informar, a la sociedad y la opinión pública, del cumplimiento de la ley por las empresas encuestadoras y los medios en que publican o difunden sus resultados. Este jueves se presentará al Consejo General el 5º informe de encuestas. Volveré al tema.

 

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Jorge Alcocer V.

Director fundador de Voz y Voto. 

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