Discursos de odio 2.0
Hoy en día las redes sociales son el mayor medio de propagación de los discursos de odio, dado su alcance global, inmediato y su capacidad de poder llegar a miles y miles de personas. Los social-media son espacios que no tienen filtro ni censura y se caracterizan por hacer accesible el anonimato.
Si bien las redes sociales nacen como una forma de facilitar el trabajo colaborativo y abierto para mejorar o transformar situaciones diversas que atraviesan las sociedades, la no censura y la conservación del anonimato han potencializado su uso como espacios virtuales de ataque, específicamente como burbujas reproductoras de discursos de odio que en numerosas ocasiones trascienden el espacio digital y se concretizan en agresiones físicas directas o en daños psicoemocionales para quienes reciben estos ataques.
Al tiempo que existe en el mundo un mayor número de acciones colectivas emprendidas por los grupos históricamente marginalizados para habitar vidas dignas, en paralelo se incrementa la acción de los grupos conservadores en contra de estas luchas, lo que ha dado lugar a las narrativas antiderechos. Todo esto sucede en un contexto internacional donde existe una alta valoración por los derechos humanos y donde la comunicación se da esencialmente en las redes socio-digitales.
Los discursos de odio, de acuerdo con la Unesco, son “expresiones a favor de la incitación a hacer daño (particularmente a la discriminación, hostilidad o violencia) con base en la identificación de la víctima como perteneciente a determinado grupo social o demográfico. Son discursos que incitan, amenazan, o motivan a cometer actos de violencia. El concepto se extiende también a las expresiones que alimentan un ambiente de prejuicio e intolerancia en el entendido de que tal ambiente puede incentivar la discriminación, hostilidad y ataques violentos dirigidos a ciertas personas”.1
No obstante, hace falta un consenso acerca de la definición de los discursos de odio, pues se tienen graves problemas para aprehender la dimensión política y social semántica del concepto, y por ende se complica la identificación de las personas responsables que emiten estos discursos. Es importante decir que cuando no hay una clara identificación de la persona ejecutante de la acción, desde la concepción de los derechos humanos el Estado se convierte en el responsable por incumplimiento de su rol como garante de derechos, absolviendo de culpas a los victimarios.2
Aunque dentro del imaginario de la colectividad internacional los discursos de odio tienen como enunciantes directos a los grupos conservadores, desde los marcos de comprensión jurídica esto no es suficiente para adjudicar responsabilidades legales. Pero, también es cierto que se dificulta la identificación de las personas responsables porque estas narrativas antiderechos no vienen sólo de personas o grupos que se pueden reconocer fácilmente como conservadores, que tras relevos generacionales han prevalecido en el tiempo, sino que también las están emitiendo personas que se identifican dentro de partidos de izquierda; servidoras públicas que ostentan cargos de representación popular; que pertenecen al sistema electoral; o que son defensoras de los derechos de las mujeres, como las feministas transexcluyentes.
Se tiene que decir que hoy en día prevalecen en las redes sociales los ataques de ciertos grupos de mujeres feministas contra las personas trans, concretamente contra las mujeres trans y contra las feministas que no son trans, pero que son aliadas de las luchas de estas poblaciones. El reconocimiento a la interseccionalidad humana que trastoca las creencias del género binario no es una fobia exclusiva de los grupos conservadores de siempre, sino de todas aquellas personas que cimientan la comprensión humana a partir del binarismo de género basado en la genitalidad: los cuerpos con pene serán designados como hombres y se vivirán y desarrollarán como hombres y los cuerpos con vulva serán designados como mujeres y se vivirán y desarrollarán como mujeres.
La irrupción de las acciones colectivas de las mujeres trans en el espacio público atenta contra la hegemonía de los “sexos verdaderos”, por lo que los discursos transexcluyentes (discursos de odio) tienen como propósito desacreditar las opiniones, luchas y resistencias de las mujeres trans y de quienes son sus aliadas. Buscan llegar principalmente a los grupos desinformados en el tema para sembrar pánicos morales.
Todos los discursos de odio, incluidos los transexcluyentes tienen como fin desacreditar todas las voces que pudieran contradecir una cierta opinión, que a su vez, pudieran poner en crisis sus creencias, a esto se les llama cámaras de eco, porque replican sus ideas. Estas cámaras suelen usar filtros burbuja, que son mecanismos diseñados para que sólo nos lleguen ciertas ideas. En este sentido, los recientes algoritmos de Facebook, X y Google son productores de filtros burbuja que, a su vez permiten la construcción de cámaras de eco.
Este tipo de narrativas atrinchera a las personas y las lleva a salirse de las redes sociodigitales, causándoles un daño emocional y psicológico, pues exponen públicamente a la víctima y la dejan susceptible, intencionalmente, de recibir más comentarios agresivos en el mismo sentido, lo que lacera la integridad de las personas, porque la virtualidad se ha consolidado como parte de nuestra realidad cotidiana y como tal tiene efectos concretos en nuestras vidas.
Esos discursos en su versión racista, capacitista, transodiante, etcétera, en el decir establecen un hacer, de tal suerte que el campo semántico que crean es proclive de desembocar en la acción. Es decir, alimentan un ambiente de prejuicio e intolerancia en el entendido de que puede incentivar la discriminación, hostilidad y ataques violentos dirigidos a las personas que exponen, tal y como lo señala la definición de la Unesco.
Pluvia Astete señala que los mensajes de odio se mueven en dos dimensiones: 1) mensajes de baja intensidad, insultos o términos ofensivos que esparcen el odio sin llegar a la zona de delito de odio; por ejemplo, los grupos conservadores y los grupos transexcluyentes se han especializado en estos mensajes para no ser tildados de homófobos o transfóbicos, lanzan expresiones sumamente ofensivas y humillantes como lo son las malas generizaciones, pero rozan la delgada línea entre la libertad de expresión y los discursos de odio; 2) Los contenidos de alta intensidad como amenazas directas.3
El resguardo en la libertad de expresión es otro de los problemas a enfrentar, pues las personas enunciantes de discursos de odio se escudan en el derecho a la libertad de expresión, y es que en efecto existe una delgada línea entre estas dos entidades. Una expresión polémica no es necesariamente un discurso de odio, y sabiendo las argucias discursivas de las cuales se valen es muy complicado a veces comprobar explícitamente el odio en sus palabras.
Sin embargo, la agresión moral, emocional y psicológica se ejecuta, y para quién la recibe es imposible discernir entre una supuesta libertad de expresión y un discurso de odio. Los discursos transexcluyentes tienen la osadía de tomar un giro de victimización después de agredir: “Yo puedo decir que las mujeres trans son hombres y que deben entrar por tanto a los baños de hombres”, pero si existe el señalamiento de que esa enunciación que emití es transfóbica, entonces digo que se me está violentando, porque eso sí es una expresión de odio. No es casualidad que en la red social X, una plataforma conservadora, no se pueden usar más las palabras transfobia y cisgénero.
Cuando los discursos de transexcluyentes colocados en una publicación de alguna red social reciben comentarios de desaprobación y señalamientos al odio que emiten, las respuestas a esas acusaciones se hacen al amparo de la discriminación, la violencia e incluso se denuncia persecución, y esto se exacerba cuando se pasa de las redes sociales al Whatsapp, –que si bien no es una red social, sí es una mensajería instantánea que permite el contacto personal y de individuo a individuo, o grupal–.
En este tipo de comunicación instantánea de modalidad grupal el giro a víctima del discurso transexcluyente se radicaliza y las dimensiones son mayores si las integrantes transincluyentes del grupo de Whatsapp son las menos, pues si alguien dentro del grupo se atreve a decir que lo que se está compartiendo o diciendo es un discurso transfóbico, los narrativas transodiantes hacen señalamientos no sólo de traición, sino de vaciar de contenido al feminismo, de atentar contra las mujeres –las mujeres verdaderas– de incentivar el retroceso de derechos y de ser cómplices del bloqueo de espacios para las mujeres y en consecuencia de su borrado.
En el Whatsapp ocurren las peores agresiones porque pese a ser un espacio público, no cobra las dimensiones de IG, FB, Tik Tok, o X, y se puede conservar como un espacio medianamente privado donde el anonimato persiste, pues en lugar de un nombre puede haber un emoticón y frente a una denuncia de discurso de odio no hay posibilidad de identificar a la persona ejecutante. Ahora bien, el propio espacio de mediana privacidad que otorga Whatsapp hace propicio que se emitan discursos de odio de alta intensidad que no se hacen en las redes sociales, pues muchas veces estas narrativas tienen como enunciantes a personas con cargos públicos de alto rango, o que son muy visibles en determinados ámbitos como el electoral, y por lo mismo no se atreven en redes a hacer pública su posición transodiante. Es importante decir que poco se habla de los discursos de odio en este espacio digital.
En el mes que se conmemora la violencia contra las mujeres es de suma relevancia reflexionar sobre los discursos de odio que propagan los discursos transexcluyentes, pues niegan la dignificación de las mujeres trans bajo la comprensión dogmática, simplista y ofensiva del binarismo del género genitalizado. Y en ese sentido establecen una jerarquía natural como régimen de verdad para decidir quién sí y quién no tiene derecho a ser sujeto de violencia de género.
El 25 de noviembre se conmemora el día contra la violencia de todas las mujeres diversas, porque la identificación del género pasa por la autopercepción (derecho al libre desarrollo de la personalidad) y la experiencia de vida a partir de dicha autopercepción y no por la materialidad de la genitalidad.
1 Gagliardone, I., Gal, D., Alves, T., & Martinez, G. (2015). Countering online hate speech. Unesco Publishing. https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000233231