El legado del EZLN
In memoriam: Jorge Carpizo McGregor
El 1 de enero de 1994, hace 30 años, México despertó de la fiesta de año nuevo con la noticia de que un grupo armado, autodenominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), había irrumpido en varios municipios de Chiapas, con acciones armadas en San Cristóbal las Casas, incluyendo el asalto a un cuartel militar con saldo de varios muertos y heridos.
Como líder del EZLN apareció un personaje con la cara cubierta por un pasamontañas y vistosas cananas cruzadas sobre el pecho. Se hacía llamas subcomandante Marcos y desde el primer día fue el vocero casi único del grupo que lanzó la “Primera Declaración de la Selva Lacandona”. En ese documento, hoy olvidado, el EZLN declaró la guerra al Ejército mexicano y anunció que avanzaría con acciones armadas hasta tomar la capital de la República.
Había yo pasado la noche vieja en Valle de Bravo. El 1º de enero muy temprano recibí una llamada de mi amigo Luis Donaldo Colosio Murrieta que pedía vernos ese mismo día; le ofrecí verlo al día siguiente, 2 de enero, en su oficina privada en la calle Aniceto Ortega de la colonia del Valle. En esa plática el tema fue el EZLN, ambos teníamos más dudas que respuestas.
Por lo ocurrido en Chiapas Colosio tuvo que cambiar el arranque de su campaña a Huejutla, Hidalgo, en lugar de la zona indígena de Chiapas, en la que había tenido una intensa actividad como secretario de Desarrollo Social. Con el paso de los días me quedó claro que Colosio no estaba siendo informado por el presidente Salinas del curso de los acontecimientos en Chiapas, quizá porque en el gobierno nadie sabía a ciencia cierta lo que estaba ocurriendo.
El 10 de enero el presidente Salinas anunció 3 importantes decisiones: el cese de la respuesta armada del Ejército contra el EZLN, una especie de tregua unilateral; la designación del doctor Jorge Carpizo como secretario de Gobernación, y el nombramiento de Manuel Camacho como “comisionado para la paz” en Chiapas. A mediados de enero de 1994, en un desayuno pactado originalmente como entrevista para la revista Voz y Voto, el Dr. Carpizo me invitó a ser su asesor en materia electoral.
Acepté la propuesta de Carpizo con 3 condiciones: la asesoría sería directamente a él, en su calidad de presidente del IFE y solo para una posible reforma electoral; yo tendría un lugar permanente en la mesa de negociaciones, y sería una asesoría honorifica, sin cargo ni sueldo. Aceptado lo anterior, la tercera semana de enero de 1994 inicié contactos con los dirigentes del PAN, PRD y PRI para definir método y temas de la negociación. Primero el método, luego la agenda, recomendé a Carpizo.
El método fue el consenso, entendido no como unanimidad, sino como no objeción, acompañado del compromiso para un acuerdo completo, lo que se resumió con la frase “nada está acordado, hasta que todo está aceptado”. La agenda se fue construyendo conforme avanzaron las negociaciones con los dos partidos de oposición.
Para mi fue evidente que el temor mayor del presidente Salinas era que la izquierda partidista, bajo el influjo del EZLN, se radicalizara y abandonara la contienda electoral. O que la “feria de las desconfianzas”, como denominó Carpizo a las múltiples demandas opositoras, pusiera en entredicho el resultado de la elección presidencial, en una segunda versión de 1988.
Al iniciar marzo de 1994 las “conversaciones de Barcelona” (así llamadas por tener lugar en una sede alterna de la SEGOB ubicada en esa calle) estaban muy avanzadas. Sin embargo, al Dr. Carpizo le preocupaban las tendencias que varias encuestas mostraban. El candidato presidencial del PRI tenía casi el 60% de la intención de voto. “Nadie va a dar credibilidad a un resultado así” me dijo en repetidas ocasiones. Le insistí en que la solución era crear un soporte de confianza en la autoridad electoral. La vía que encontramos para tal propósito fue la llamada “ciudadanización” del IFE.
Confiado en la victoria de Colosio, el presidente Salinas aceptó las audaces medidas que Carpizo negoció con los partidos opositores. El objetivo era dotar a la elección y al resultado de la confianza y la credibilidad ciudadanas. Para alcanzar ese objetivo, el gobierno y el PRI aceptaron perder el control de las autoridades electorales y poner en manos de los consejeros ciudadanos del IFE las decisiones más importantes para el proceso electoral.
El 21 de marzo de 1994, en Querétaro, el Dr. Carpizo anunció las líneas centrales de la reforma constitucional electoral. Pero el país se cimbró dos días después. El 23 de marzo fue asesinado en Tijuana Luis Donaldo Colosio Murrieta, candidato presidencial del PRI. La reforma electoral quedó en suspenso. Por fortuna, gracias al empeño de Carpizo y la voluntad del presidente Salinas, las conversaciones se reanudaron a mediados de abril. En mayo la reforma fue promulgada y de ella surgió un nuevo IFE.
El día de la jornada electoral la participación ciudadana superó el 70%. El candidato ganador obtuvo poco más de la mitad de los votos. La noche de la elección el candidato que ocupó el segundo lugar reconoció el resultado y el proceso electoral de 1994 culminó en paz y civilidad. Otros hechos que provocaron nueva zozobra y temor en la sociedad ocurrieron con posterioridad a la jornada electoral de aquel año.
Permanece en mi memoria una escena: el Doctor Carpizo parado frente a Manuel Camacho espetándole, casi a gritos, “entiéndelo Manuel, la ley electoral se hace en el Congreso de la Unión, no en una catedral”. La reforma de 1994 fue el parteaguas que cambió, para bien, el curso de la política y las elecciones durante los siguientes 25 años.
Rememorando hoy aquellos acontecimientos, sigo creyendo que el mejor y más trascendente legado del EZLN fue haber detonado aquella reforma.