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Exterminar el género

Vivimos en un tiempo en el que la lectura sobre el género y la sexualidad se ha vuelto central para la política latinoamericana estableciendo una línea divisoria que marca identidades políticas y que incluso puede llegar a conformar nuevas divisiones o clivajes electorales.[1]

En los últimos años, luego de un período democratizador en el que la perspectiva que problematizaba las desigualdades en torno al género y a la sexualidad se incorporó en la expansión del paradigma de derechos humanos, se observa una reacción conservadora en la región frente a las políticas, leyes y decisiones judiciales que buscaron la extensión de los derechos. El avance en derechos sexuales, reproductivos y en materia del abordaje a violencias asociadas al género, la creación de políticas de reconocimiento de diferentes formas de vivir la sexualidad y las identidades, y la redistribución en base a visibilizar su tratamiento estigmatizante (afianzado desde las políticas públicas, incluso en aquellas idealmente construidas desde el universalismo) fueron algunos de los cambios más sobresalientes de la agenda que se impulsó desde las perspectivas de género y de diversidad genérico-sexual.

Estos cambios pueden visualizarse con diferentes intensidades en distintos países de América Latina[2] y se asocia temporalmente con el período marcado por un giro a la izquierda en los gobiernos de la región que representaron una ventana de oportunidad para ciertos actores y demandas. La reacción conservadora frente a estos cambios no solo plantea nostálgicamente retroceder en este camino desde el punto de vista de las políticas públicas latinoamericanas: también disputa la sensibilidad.

En este marco, el discurso conservador se apropia de un concepto que surgió desde los feminismos, el de “ideología de género”. Aunque, la lectura dista de ser la que se realizaba cuando se originó esta noción y pasa a ser una pieza clave del discurso de combate hacia la perspectiva de género disputando terrenos en el sentido común. Inicialmente, esta relectura del concepto se impulsó desde el Vaticano, como parte de una estrategia para generar un discurso contrario a los avances que se estaban afianzando en la década de 1990, con el reconocimiento que las demandas del movimiento de mujeres y feminista estaban logrando en las conferencias internacionales de El Cairo y Beijing.[3] Ya en esa década, en América Latina, se observan las primeras publicaciones que toman esta lectura y, desde entonces, esta noción ha teñido los debates de forma mucho más extensiva de tal modo que trasciende los espacios más conservadores del espectro político. Bajo esta relectura del concepto se busca denunciar como ideológicas a las perspectivas de género y de diversidad genérico-sexual argumentando que la problematización que plantean en torno a la construcción de diferencias en tanto desigualdades en nuestras sociedades (entre varones y mujeres, o respecto a formas no hegemónicas de vivir la sexualidad o las identidades) es de hecho una fabricación que ensucia ámbitos como el de la familia. Es más: busca corromperlos.

Esta relectura de la ideología de género le ha dado un libreto actualizado a la extrema derecha latinoamericana. La ideología de género ha permitido a la extrema derecha ampliar sus alianzas e incorporar nuevos actores bajo una agenda unificada: el combate es al mismo tiempo sobre los “nuevos” movimientos sociales (los feminismos, los grupos LGBTIQ+, el antirracismo) y sobre los movimientos más tradicionalmente asociados a la izquierda (como los sindicatos), así como sobre los partidos que tienen esa orientación. También plantea un duro cuestionamiento sobre la derecha liberal a la que acusa de no hacerle frente a este problema. Desde ese lugar, estos movimientos buscan direccionar a la derecha liberal hacia el discurso más extremo bajo la amenaza de calificarla como cómplice del “enemigo”.

Si bien la lectura en esta clave conservadora de la llamada ideología de género no está únicamente presente en América Latina, aquí adquiere tonos distintivos tanto en el plano más regional como en el local. En particular, la justificación de crímenes cometidos bajo las últimas dictaduras militares, la reedición de términos que se empleaban anteriormente en esos contextos para definir al enemigo (por ejemplo, hablar de subversión cultural volviendo a emplear un término con el que los regímenes dictatoriales etiquetaban a disidentes) muestran parte de esta lectura latinoamericana que realiza la extrema derecha al señalar a la ideología de género. Un concepto maleable, polisémico, a veces vago, pero que permite definir claramente a “un otro” leído en términos deficitarios: las feministas, antirracistas, el “marxismo cultural”, las personas LGBTIQ+, entre otros, alguien (algo) que hay que corregir en la trama. Esto casi como si se tratara de un error gramatical, una falla que debe ser borrada, tal y como se observa con frecuencia en las discusiones en torno al lenguaje inclusivo que a menudo se posicionan desde la incomodidad que le da al interlocutor interactuar con esa otra/e/o distinto, sin reconocer el dolor que implica su invisibilización. Se le trata como una mala palabra y se busca su eliminación de la conversación. Una operación autoritaria que, por otra parte, se legitima en nombre de la libertad y de la reinterpretación del pasado, que habilita una nueva forma de construir el presente: la dictadura no fue la que ocurrió décadas atrás… la dictadura es de género.

En este sentido, el discurso conservador que traza la narrativa de extrema derecha demuestra una comprensión muy aguda sobre cómo opera el poder, sobre las distintas dimensiones asociadas a la desnaturalización de las jerarquías y sobre cómo debe operarse en distintos planos para mantener el statu quo y muestra una preocupación por adentrarse en el plano de la cultura. En un trabajo reciente, en el que analizamos el discurso de extrema derecha principalmente a través del estudio de 30.858 tweets de personas que lo producían en América Latina, denominamos a esta operación discursiva (que como vimos, tiene en la ideología de género un punto nodal) como “interseccionalidad de derecha”.[4]

Originalmente, el concepto de la interseccionalidad hace foco en las intersecciones de ejes que en un determinado contexto pueden traducirse en desigualdades específicas planteando una mirada que reconoce la complejidad de la construcción de la desigualdad y que, a la vez, propone una estrategia de acción para desmantelarla. La “interseccionalidad de derecha”, en cambio, plantea también conexiones entre diversos actores y agendas, pero lo hace de un modo simplificador que busca defender las jerarquías. De esta forma, esta invierte el planteo del enfoque interseccional original.

En esta narrativa interseccional, la defensa de la propiedad privada, la respuesta basada en el punitivismo frente a las violencias y la exaltación de modelos represivos, la resistencia a la intervención del Estado en la economía, la promoción del modelo tradicional de familia, la resistencia frente a la consolidación de los derechos sexuales y reproductivos (y de la interrupción del embarazo en particular) son parte de los temas que conforman una agenda política unificada para la extrema derecha en América Latina. En esta agenda se moviliza a través de las emociones apelando a la defensa del statu quo en términos morales y movilizando perspectivas liberales, conservadoras y cristianas. En las contradicciones que una persona ajena a este discurso podría notar reside su gran fortaleza política: es capaz de movilizar desde diferentes registros. Por ejemplo, se emplea a veces un lenguaje cientificista y secular para mantener las jerarquías, mientras que en otras ocasiones asocia lo natural a lo sagrado. Y esto genera alianzas entre actores muy diversos: religiosos (especialmente aquellos vinculados con las visiones más conservadoras del catolicismo y del evangelismo), organizaciones civiles, partidos políticos y líderes de opinión independientes.

Hay algunos elementos a problematizar especialmente en la forma cómo se articula y escenifica este discurso en América Latina, y en lo que implica su efectivización. En primer lugar, el avance de estas perspectivas sobre las políticas públicas y legislaciones pauta un retroceso en materia de los derechos que se habían consolidado en años anteriores, como se observa en casos emblemáticos como los de Perú de la mano del movimiento “Con mis hijos no te metas” y de Brasil con el triunfo de Jair Bolsonaro. Ambos casos muestran la potencia de este discurso para efectivizar los cambios que promete y su capacidad para incidir desde diferentes espacios incluyendo el electoral. Y son significativos más allá de sus contextos particulares dado que inspiran a movimientos, acciones y estrategias similares en otros países latinoamericanos pues estos discursos actúan en clave transnacional. En este ámbito, en muchas ocasiones se apunta sobre el carácter reactivo de esta extrema derecha.

No obstante, en segundo lugar, cabe señalar que este discurso no es únicamente reactivo: también produce una forma particular de ver la realidad y los problemas públicos. Le da un lenguaje que aporta legitimidad a quienes quieren sostener sus privilegios, y eso va más allá de quienes se identifican con la extrema derecha. Este discurso moviliza los aspectos más conservadores del sentido común desde un lugar que se presenta como disruptivo. En este sentido, la expansión de las redes sociales virtuales y la penetración que han tenido estos discursos en ese ámbito también han contribuido para amplificar el mensaje de la extrema derecha, y para ir corriendo la frontera de la violencia que es admisible expresar públicamente. La crueldad en el diálogo político no solo pasa a ser legitimada: también divierte y es parte del espectáculo.

Hoy estamos en un momento de particular auge para los extremismos que, como observamos en la extrema derecha latinoamericana, buscan consolidarse desde el juego democrático, movilizando tanto la nostalgia conservadora como el rechazo popular a las élites, de un modo que tiene ecos de otros tiempos en los que también la democracia estuvo en crisis. Pero frente a los problemas de la democracia latinoamericana y a las dificultades que tuvieron los gobiernos para mover los cimientos estructurales de la producción de desigualdad, la respuesta del extremismo de derecha es transitar por un camino menos democrático. Y en esa operación, ese multifacético “otro” es el obstáculo a superar. Es una guerra, y hay que exterminar al género.

[1] Para mayor información, consultar: https://www.cambridge.org/core/journals/politics-and-gender/article/abs/conservative-backlash-against-gender-in-latin-america/14D10524793D61122478A8A391C33E22

[2] Para mayor información, consultar: https://www.cambridge.org/core/journals/politics-and-gender/article/abs/postreform-stage-understanding-backlash-against-sexual-policies-in-latin-america/12C7C2F998202AD3D56248DACED9A24A

[3] Para mayor información, consultar: https://www.scielo.br/j/cpa/a/JtLkHSJBSv9mVXP59kYtn5j/?lang=es

[4] La mencionada investigación se encuentra en: https://revistas.upb.edu.co/index.php/analecta/article/view/7364

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Marcela Schenck

Licenciada y Magíster en Ciencia Política (UdelaR), con diploma de posgrado en Género y Políticas Públicas (UdelaR) y en Ciencia Política (UdelaR). Doctoranda en el Programa de Estudios de Género: Culturas, Sociedades y Políticas (Universidades de Barcelona, Autónoma de Barcelona, Girona, Rovira i Virgili y Vic- Universitat Central de Catalunya). Actualmente es Profesora Adjunta del Instituto de Psicología de la Salud (Facultad de Psicología, UdelaR) y del Grupo Docente en Ciencia Política (Facultad de Derecho, UdelaR). Es integrante de la Red de Politólogas.


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