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Las mujeres no son princesas, son presidentas

¡Qué diferentes serían los cuentos de hadas protagonizados por mujeres empoderadas y no por princesas que necesitan ser rescatadas! Quizá no serían cuentos de hadas o quizá ellos nos hagan una propia invitación para deconstruir los roles estereotipados que les han servido como pieza fundamental.

¿Cómo podría empezar un cuento de hadas dedicado al Poder Judicial de la Federación? ¿Érase una vez una niña que soñaba con ser ministra o magistrada? Probablemente este sería un buen inicio de la narrativa que podríamos y deberíamos contar a nuestra infancia para motivarle e impulsarle a seguir cambiando la forma en la que tradicionalmente se han hecho las cosas.

Quizá si en la década de los sesenta le hubieran dicho a la niña Norma Lucía Piña Hernández que sería ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y la “primera mujer en presidirla” le habría parecido una broma, o quizá ella siempre tuvo esta semilla en su interior, pues como bien lo expresa Clarissa Pinkola “si un cuento es la semilla, nosotras somos su tierra”.

No cabe duda que 1961 marcó un hito histórico en México: María Cristina Salmorán de Tamayo era nombrada ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, siendo la primera mujer en alcanzar el más alto tribunal del país. Hubo que esperar nada más ni nada menos que sesenta y dos años para que otra mujer presidiera dicha institución, demostrándonos que una brillante trayectoria profesional, incluso en un ámbito tan sesgado como el judicial, no puede estar nunca más en conflicto con el hecho de ser mujer.

Esta mujer es la ministra Norma Lucía Piña Hernández, profesora de educación primaria, licenciada y doctora en Derecho, con muchas especializaciones académicas y con un férreo compromiso institucional, con la justicia y con los derechos humanos. Defensora de la igualdad de género y de los derechos de las mujeres, de la diversidad sexual, del medio ambiente, trae consigo un mensaje de esperanza y de fe en la independencia del Poder Judicial y en la libertad como bandera.

La elección de la ministra Piña no solo le representa un logro personal, sino también colectivo, pues en ella vemos plasmada una lucha de siglos ante la invisibilización y menosprecio de las mujeres. Su elección se presenta como una bocanada de confianza y de resistencia contra la masculinidad hegemónica que ha reservado el papel protagonista, los trabajos mejor remunerados, los puestos de responsabilidad y los cargos de representación política a los hombres, relegándonos a un papel secundario.

Las mujeres o hemos sido desterradas a las labores domésticas: como esposas, incubadoras y abnegadas cuidadoras o, en el “mejor de los casos”, nos hemos encontrado empleadas en puestos inferiores, con peores salarios y con mayores dificultades en el acceso y promoción interna. No cabe duda de que, aún hoy, en pleno siglo XXI, las mujeres encontramos mayores dificultades a la hora de que se nos garantice la plenitud de nuestros derechos en todos los ámbitos: educación, salud, seguridad, política, empleo.

En el ámbito laboral seguimos enfrentándonos con múltiples barreras, como aquella en la que se nos cuestiona sobre nuestra potencial fertilidad, algo que la hoy ministra presidenta compartió que le había sucedido en su primera entrevista para acceder a la carrera judicial: le preguntaron si planeaba casarse o embarazarse pronto, algo que habíamos normalizado, pero que ahora identificamos plenamente como lo que es: una muestra de la violencia silenciosa y estructural que se nos impone.

El caso anterior nos habla de la estereotipación sexual de los empleos y de la carrera de obstáculos en la que se nos coloca por nuestra condición de mujeres, estereotipación potenciada por la sensación de culpa o de traición al querer salirnos del guion de lo doméstico y de la subordinación. A lo anterior se suma el hecho de que una vez que hemos llegado, se nos cuestiona sobre nuestra capacidad y se nos coloca en la tesitura de tener que probar que, pese a ser mujeres, somos tan capaces como los hombres.

Drude Dahlerup relata que tuvo la oportunidad de entrevistar a la primera mujer de la historia en ser elegida presidenta del Comité de Caminos y Construcción del gobierno de una pequeña comunidad de Noruega y que al preguntarle por qué era tan importante tener a una mujer en esta posición, la respuesta fue: “para probar que las mujeres son capaces de llevar a cabo esta tarea”. La ministra Piña Hernández diría “para romper el techo de cristal” y para ayudar a las que no han llegado a levantarse del piso pegajoso.

A la mujer se le sigue exigiendo demostrar, a la mujer se le sigue regateando el reconocimiento, nos dan la silla, pero no el lugar, y si bien es importante visibilizar y normalizar vernos en estos puestos antes vedados, también es cierto que se debe romper con el estereotipo que considera que nuestro éxito se debe a la suerte o al fraude.

La ministra Piña Hernández no fue nombrada en el cargo ni como presidenta del más alto órgano judicial únicamente por ser mujer, sino que la avala una consolidada carrera judicial de treinta y cuatro años durante los cuales ha escalado todos los peldaños del Poder Judicial de la Federación, habiendo sido secretaria proyectista, jueza de distrito, magistrada de Tribunal Colegiado de Circuito y desde 2015 integrante de la máxima casa de justicia del país. En su primer discurso como presidenta reafirmó su compromiso y responsabilidad de guiar y representar al Poder Judicial de la Federación con convicción y entrega, reafirmando también la independencia del más alto tribunal de México. 

Asimismo, enfatizó que colocando a una mujer en el centro de la herradura del pleno se rompía lo que parecía un inaccesible techo de cristal, una barrera invisible que nos marcaba un límite en nuestro ejercicio profesional, derivado no de nuestra falta de capacidad o de formación, como lo demuestra su caso, sino de las propias estructuras institucionales. Agregó, la ministra presidenta que, con su elección nos demostraba a todas que sí podemos. ¡Y cuán necesario es decirnos que sí podemos! porque a pesar de tanta lucha y de nuestras reivindicaciones, todavía nos acompaña el fantasma de la mujer idealizada y obligada a cumplir todas las expectativas creadas sobre ella, ese fantasma que reparte roles y que Virginia Woolf nos dice que es muy difícil de exterminar.

Ese fantasma siempre vuelve y nos persigue porque está arraigado en el subconsciente social y cultural, si no, basta ver quiénes concilian más, quiénes duplican o triplican las jornadas invisibles, quiénes se autosometen a una constante evaluación, como si no fuesen lo suficientemente merecedoras, como si el éxito alcanzado no fuese el resultado directo del esfuerzo y de los méritos. 

Es allí donde la elección de la ministra Norma Lucía Piña Hernández marca un parteaguas de empoderamiento; nos abre una puerta que había estado bajo llave durante siglos; nos trae aires de esperanza y de institucionalidad, nos dice que el mundo ya no se puede entender sin mujeres en todos los ámbitos y le dice a México que presidenta también se escribe en femenino.

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Wendy Mercedes Jarquín Orozco

Licenciada en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua y Doctora en Derecho por la Universidad de Castilla-La Mancha. Ha realizado su tesis doctoral sobre “La naturaleza subjetiva del amparo. Análisis histórico-comparado y de derecho español”, que fue calificada con Sobresaliente Cum Laude y Mención Internacional por el tribunal evaluador y que ha sido publicada por la editorial Porrúa. Amplió sus investigaciones en la Universidad de Wroclaw (Polonia). Ha sido letrada de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua, profesora de Derecho Constitucional de la Universidad de Castilla-La Mancha (sede de Toledo) durante el periodo 2009-2018, habiendo participado en la organización de distintos congresos y seminarios en materia de Derecho Constitucional. Ha sido secretaria académica del Título de Especialista en Justicia Constitucional, interpretación y aplicación de la Constitución que se celebra en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de Toledo. Ha participado en varios proyectos de investigación y ha impartido conferencias, sesiones en cursos de postgrado y títulos de especialista en varios países de Iberoamérica. Actualmente es Profesora Investigadora de la Escuela Judicial Electoral del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y Profesora de Cátedra del Tecnológico de Monterrey Ciudad de México.

 

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