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Descontrol

Casi todos los recientes presidentes de México llegaron a un punto en su mandato en que perdieron el control, tanto del entorno como del contorno. Doy ejemplos:

Salinas, con el asesinato de Colosio.

Zedillo, por el “error de diciembre”.

Fox, siempre.

Calderón, con la muerte de Juan Camilo Muriño.

Peña Nieto: por Ayotzinapa

López Obrador: con el COVID

Las reacciones de esos mandatarios ejemplifican disímbolas capacidades para enfrentar la adversidad y recuperar el control, o al menos intentarlo.

Carlos Salinas no se recuperó, Felipe Calderón tampoco. Ernesto Zedillo sí. A Enrique Peña Nieto terminó por hundirlo el escándalo de la “casa blanca”; en los hechos, dejó al garete el gobierno mucho antes de la fecha de término de su mandato. López Obrador recuperó control hasta que las vacunas contra el COVID estuvieron en México; sin embargo, sus dotes histriónicas le ayudaron a ocultar su catastrófico manejo de la crisis de salud.

Hoy cabe la pregunta si a la actual presidenta de México la descontroló el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo. Lo digo por la airada reacción que tuvo en sus primeras declaraciones sobre el artero crimen.

La presidenta de México, que es reconocida por la cabeza fría con la que viene sorteando las amenazas y descalificaciones del inquilino de la Casa Blanca, se descontroló. Soltó una catarata de descalificaciones en contra de sus críticos y opositores al abordar el asesinato del alcalde de Uruapan.

Por su estilo personal de gobernar, así como por las insuficiencias y deficiencias en su gabinete, la presidenta de México debe hacerse cargo de casi todo lo que ocurre en el país. Cada día opina por igual de hechos graves que de asuntos sin relevancia. Concentrar el poder tiene un costo, que siempre se paga. No hay a quien encargar ni en quien descargar. Quien concentra todo, se hace cargo de todo. Del asesinato de un alcalde o de los baches en calles y carreteras.

El descontrol de la presidenta impacta a su gabinete. Los descontrola. Cuando la planeación y ejecución de la política de seguridad pública depende de un solo hombre, los demás integrantes del llamado gabinete de seguridad prefieren hacerse a un lado. Varios analistas lo han hecho notar. Hay una exacerbada presencia en medios del titular de la contrahecha Secretaría de Seguridad. Una política de seguridad con visión de Estado no debería ser de conducción unipersonal. Sin diagnósticos ni estrategia civil, los militares mandan, y se cuidan. Los metieron a lo que no debían meterlos. 

El Ejercito tiene un buen pretexto para mirar desde lejos, es la Guardia Nacional. La Marina está lastimada por el huachicol. La Secretaría de Seguridad carece de instrumentos y personal para desplegarse. No hay Programa Nacional de Seguridad. Hay una herencia ceremonial para que a la presidenta la saluden cadetes militares a las 6 de la mañana de cada día, en Palacio Nacional y reciba minutos después un burocrático reporte de hechos de violencia ocurrido el día anterior. Eso no es estrategia.

Si desde la oposición política, medios de comunicación y redes sociales hay quien aprovecha la tragedia para medrar, no debería sorprender a nadie. En democracia, siempre hay excesos. Solo que los presidentes de la República, así sea con “a”, no están para ocuparse de los mentideros y lavaderos en las redes y los medios. Están para dar soluciones e instrumentarlas, a través de colaboradores que entienden sus responsabilidades y las cumplen.

Al alcalde de Uruapan lo cuidaban, en el “perímetro externo”, 14 elementos de la Guardia Nacional, y en su círculo inmediato un número indeterminado de policías municipales. Un sicario pasó por todos los círculos de protección y lo mató. La seguridad no funcionó. Ese es el hecho.

En lugar de desahogarse con invectivas a los que llama “comentócratas” y agresiones en contra de diarios a los que trata como adversarios. lo que esperamos que haga la presidenta de México es cambiar lo que no funciona. La polarización sembrada desde la tribuna presidencial es veneno que daña la convivencia política y social. Polarizar es desatar tempestades. 

Posdata: la Sala Superior del TEPJF vuelve a estar incompleta por la deliberada omisión de la mayoría en el Senado, que, violando la Constitución, se niega a llamar a quien debe cubrir la vacante dejada por la magistra Janine Otalora. El propósito de los promotores de esa omisión es acorralar al nuevo presidente de ese tribunal. ¿Lo va a permitir?

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Jorge Alcocer V.

Director fundador de Voz y Voto.


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