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¿Qué votó realmente Estados Unidos?

La jornada electoral del 4 de noviembre en Estados Unidos se presentó, formalmente, como una serie de comicios locales y estatales en plazas clave como Virginia, Nueva Jersey y Nueva York. Pero no nos engañemos. En la era de la polarización total, la geografía ha perdido su peso; ya no existen las elecciones "pequeñas" o "de año impar". Cada urna abierta, ya sea en un suburbio de Virginia o en la ciudad de Nueva York, no fue un simple ejercicio de administración local, sino una batalla más en la guerra cultural que define al país.

Este fenómeno obedece a una verdad más profunda que solemos ignorar: el debate público ha dejado de ser sobre la gestión para convertirse en una lucha por la identidad. La figura del presidente Trump no es la de un administrador, sino la de un símbolo, un estandarte. Por eso, el voto local, que por definición debería ser el espacio de la política de lo cotidiano, ha sido secuestrado por la narrativa nacional, convirtiéndose en un simple eco de la lealtad o la resistencia al poder central.

Lo que realmente se puso a prueba ayer no fue la popularidad de un gobernador, sino la solidez de las instituciones democráticas frente a un poder presidencial que lo consume todo. Estamos ante el primer gran referéndum sobre la administración Trump y un termómetro inequívoco de lo que veremos en las elecciones intermedias de 2026. Lo que las y los votantes expresaron este martes no es un veredicto final, pero sí es la advertencia más clara que el sistema de pesos y contrapesos ha emitido desde Washington.

El bastión de Virginia

Para entender la magnitud del mensaje enviado, hay que analizar con frialdad los datos de Virginia. Este estado no era una contienda más; era la "joya de la corona", el gran laboratorio de la política estadounidense en 2025. Siendo un estado púrpura, que oscila entre ambos partidos, Virginia se convirtió en el escenario donde se probó la verdadera fuerza de la administración Trump en un territorio competitivo. El fracaso de esa tesis fue rotundo.

Los resultados de ayer, reportados por el New York Times e Infobae, son claros: los demócratas no solo retuvieron el control de la legislatura estatal, sino que lo hicieron defendiendo distritos suburbanos clave que los republicanos invirtieron millones en recuperar. La Cámara de Delegados y el Senado estatal permanecen como una "muralla azul" que frena la agenda conservadora a nivel local. Esto no es un dato menor. Lo que Virginia demostró es que ese contrapeso no solo existe, sino que la ciudadanía está dispuesta a movilizarse para defenderlo. El veredicto de los suburbios de Richmond y, crucialmente, del norte de Virginia (NoVa), fue una sentencia clara: el votante educado, económicamente estable pero socialmente moderado, no está dispuesto a entregar un cheque en blanco al MAGA.

El caso de Nueva Jersey y Nueva York es distinto en su forma, pero idéntico en su fondo. En estos bastiones demócratas, la victoria nunca estuvo en duda. Lo que se medía aquí no era el qué, sino el cuánto. La narrativa republicana insistía en que la base demócrata, supuestamente decepcionada tras perder la Casa Blanca, se quedaría en casa. La histórica y contundente victoria del demócrata Zohran Mamdani en la alcaldía de la ciudad de Nueva York, así como los márgenes robustos en las contiendas legislativas de Nueva Jersey, demuestran exactamente lo contrario. La base progresista no está desmovilizada; está energizada. La figura del presidente Trump, lejos de generar apatía, se ha consolidado como el más grande y eficaz movilizador del voto opositor.

La anatomía del voto

Para entender el "porqué" de la jornada de ayer, es indispensable ir más allá del conteo de escaños y diseccionar la anatomía del votante. La democracia no es un acto de fe, sino un ejercicio de preferencias. Los exit polls analizados por cadenas como CBS y NPR no mienten: nos ofrecen una radiografía precisa de las motivaciones ciudadanas en todos los estados en juego.

En primer lugar, la economía. Este era el terreno donde el Partido Republicano, arropado por la narrativa de la Casa Blanca, creía tener la victoria asegurada a nivel nacional. Su mensaje fue simple: inflación, caos económico y la promesa de un regreso a la prosperidad. Sin embargo, las y los votantes en los distritos suburbanos clave, tanto en Nueva Jersey como en Virginia, no mordieron el anzuelo. ¿Por qué? Porque en la mente del ciudadano, la economía no es una estadística abstracta del PIB, sino la estabilidad de su empleo y la predictibilidad de su vida. Los candidatos demócratas ganaron el argumento económico no porque negaran la inflación, sino porque lograron asociar a sus oponentes republicanos con la disrupción. El electorado, fatigado por años de convulsión, optó por la "normalidad" percibida y la estabilidad laboral que, según los datos, priorizaron por encima del descontento con los precios.

El segundo pilar, y quizás el motor emocional más potente de la contienda, fueron los derechos reproductivos. Desde la anulación de Roe v. Wade, el derecho al aborto dejó de ser un debate legal abstracto para convertirse en el pilar de la movilización demócrata en todo el país. Los exit polls confirman que fue un factor decisivo, tanto para consolidar la base en Nueva York y Nueva Jersey como para ganar la batalla en Virginia. Logró movilizar especialmente a las mujeres suburbanas y a los votantes jóvenes. Los republicanos, particularmente en Virginia, intentaron desesperadamente moderar su discurso, proponiendo "límites razonables". Pero la confianza está rota. El electorado progresista e independiente ya no cree en la moderación republicana en este tema y ve cualquier concesión como el primer paso hacia la prohibición absoluta.

Finalmente, la retórica del miedo: el crimen y la migración. ¿Funcionó? Solo parcialmente. Si bien es un mensaje que resuena con fuerza en sus bastiones, demostró ser insuficiente para conquistar los suburbios moderados que definieron la elección. En esta "guerra de miedos", el votante fue puesto ante una disyuntiva: el miedo al crimen en las calles o el miedo al extremismo en el gobierno. Y su voto demuestra que el temor a perder libertades personales y a la disrupción institucional que representa el MAGA fue, ayer, un motivador más poderoso que la narrativa de la "frontera rota" o la inseguridad urbana. La lección es clara: el votante no es unidimensional.

La sombra del poder

Como bien diagnosticó la cadena NBC, Donald Trump "se cernía sobre cada contienda". No importaba el nivel del cargo, su sombra lo cubría todo, convirtiendo cada elección local en un referéndum sobre su persona.

Aquí encontramos la gran paradoja del trumpismo y la lección central de 2025. El Trump candidato, el outsider que prometía dinamitar el sistema, no opera igual que el Trump presidente, que es el sistema. Cuando estaba fuera del poder, su retórica era un ariete contra la institucionalidad. Ahora, ejerciéndolo, esa misma retórica se percibe no como una liberación, sino como una amenaza directa a la estabilidad.

Lo vimos con una claridad absoluta en Virginia. Las personas candidatas republicanas que buscaron ávidamente el sello de aprobación de Mar-a-Lago, que imitaron la estridencia del líder y que basaron su campaña en la lealtad absoluta, cometieron un error fatal: nacionalizaron su contienda.

El presidente, en su afán de demostrar que su control sobre el partido era total, se convirtió en el principal movilizador... de sus oponentes. Su presencia en la narrativa fue el combustible que energizó a la base demócrata en Nueva York y Nueva Jersey, y que convenció al votante independiente en Virginia de que el costo de la disrupción permanente era simplemente demasiado alto.

La tregua incierta

Es un error fundamental ver estos resultados como un capítulo cerrado. Son, en realidad, el inicio de todo. Constituyen el primer disparo, ruidoso y claro, en la larga y compleja batalla por las elecciones intermedias de 2026.

La gran lección de la noche es que la democracia estadounidense, ese viejo edificio que cruje bajo el peso de sus propias contradicciones y su profunda fractura, no está rota. Ayer, la ciudadanía estadounidense demostró que, a pesar del ruido ensordecedor de la polarización, aún responden a temas tangibles. En los suburbios de Virginia, pero también en los bastiones de Nueva York y Nueva Jersey, la gente usó su voto para defender su concepto de estabilidad económica y sus derechos fundamentales, poniendo esos intereses por encima de la "lealtad ciega" que exige la nueva política tribal.

Un demócrata de corte institucional insistiría, con toda razón, en que la calidad de la democracia no se mide únicamente en la participación, sino en la capacidad real de la ciudadanía para utilizar el voto como un contrapeso efectivo al poder ejecutivo. El sistema de pesos y contrapesos no falló; la ciudadanía lo hizo valer.

Pero no nos engañemos; esto no es una victoria, es una tregua. La polarización no desaparecerá, al contrario, se agudizará. La verdadera interrogante es si este dique ciudadano podrá resistir la inevitable y furiosa embestida que se avecina en 2026.


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Octavio Mancebo del Castillo

Experto en gobernabilidad democrática y derecho electoral con más de trece años de experiencia en procesos electorales, rendición de cuentas y justicia electoral. Ha trabajado en instituciones clave como el Instituto Nacional Electoral (INE), el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), el Instituto Electoral de la Ciudad de México (IECM), así como en proyectos de investigación nacional e internacional.

 


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