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Cuidado con el futuro

I can’t wait to see what it’s like
On the outside now

Frank Zappa

Hace muchos años, antes de cumplir los nueve, acompañé a mi padre a comprar un automóvil. Mientras veía modelos, el vendedor dijo que cuando yo fuera adulto habría vehículos como el que manejaba Luke Skywalker por las dunas de Tatoonie en Star Wars: un lanchón café y horrendo, pero que flotaba. Hoy, siendo ya adulto, veo que sólo los más geek se acuerdan de esa carcacha, pero se mantienen vigentes ideas como la polaridad de la fuerza o el arquetipo que representan los Caballeros Jedi.

Visto de esa forma, la ciencia ficción y cualquier otro tipo de literatura o cine especulativo fallan en predecir el futuro. Cierto, Julio Verne habrá vislumbrado avances tecnológicos como los submarinos, pero formaba parte del imaginario colectivo sobre el progreso. Por otra parte, 1984 no se pareció a la novela de Orwell, en 2001 no hubo una computadora llamada Hal orbitando las lunas de Júpiter y nuestro planeta todavía no se parece al de Blade Runner, aunque ya pasó la fecha en que se ambientaba la película. Pero aun así, siguen siendo obras vigentes.

Según el novelista Neil Gaiman, la gente piensa erróneamente que la ficción especulativa trata sobre predecir el futuro, pero no es así –o si fuese así, lo hace mal. Para él, los futuros son cosas que vienen con muchos elementos y un billón de variables. Además, considera que la humanidad tiene el hábito de escuchar predicciones para hacer algo totalmente distinto.

En cambio, afirma que la ficción especulativa es realmente buena para hablar del presente. Es decir, toma una actualidad inquietante o peligrosa y la extiende o extrapola en algo que permita a la gente de su tiempo pensarse desde un ángulo y lugar diferentes, a manera de precaución.

En ese ejercicio de extrapolación se inventan mundos donde casualmente podemos encontrar inventos «adelantados a su época», pero no necesariamente. Tomemos las novelas de Philip K. Dick, donde su método creativo era darle trece giros a una situación familiar. Debajo del rebuscamiento, sus dramas no dejaron de tener un trasfondo contemporáneo al cual uno se puede relacionar. Pienso por ejemplo en el mundo alternativo de The Man in the High Castle, donde Alemania ganó la II Guerra Mundial, y la cultura japonesa se encuentra con la filosofía occidental en vez de lo que sucedió, cuando D.T. Suzuki o Allan Watts describieron el budismo zen desde una visión estadounidense.

Volviendo a Gaiman, para él hay tres frases que hacen posible el mundo de escribir sobre el mundo que aún no existe. La primera, «¿qué pasaría si…?», nos da la oportunidad de salir de nuestras vidas, como: ¿qué pasaría si los extraterrestres llegan mañana y nos ofrecen todo lo que queramos si pagamos un precio?

La segunda, «si acaso…», nos permite explorar las glorias y peligros del futuro. A mi modo de ver, describe una trampa: si buscamos utopías, terminaremos con distopías. Imaginar un mundo mejor que inevitablemente llegará siempre termina en infiernos terrenales. Glorificar la tecnología nos lleva al Brave New World de Huxley, por ejemplo.

Finalmente, «si esto sigue así…», sirve para tomar un elemento actual y nos hace pensar si eso se deja crecer. Por ejemplo, ¿qué pasaría si se prohibiese la comunicación directa entre individuos, obligándonos a hacerlo a través de textos, mensajes o computadoras?

Estamos en un momento donde no sabemos qué pasará con certeza. Desde hace años, los libros de pensadores como Yuval Noah Harari nos invitan a imaginar cómo será la humanidad a partir del mundo que ha creado a través de la tecnología. Algo de eso se lee en novelas como Neuromancer, de William Gibson, pero el reto es qué tanto podríamos imaginar futuros, siendo la narrativa nuestra guía. ¿Qué tal si hacen un cuento antes de salir otra vez a la calle?

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Fernando Dworak

Analista y consultor político.

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